Coloquialmente decimos que una acción va de la mano de otra, cuando queremos expresar la unidad de ambas y su compañía necesaria porque una sin la otra no puede existir en todo su esplendor. “Ir de la mano”, por lo tanto es sinónimo de armonía, equilibrio, proporción y correspondencia adecuada entre las diferentes cosas de un conjunto. De ello se desprende que cuando dos o más personas van de la mano (pareja, padres e hijos, amistades u otros) es que existe entre ellos paz, concordia y entendimiento… por lo que, para mí, coger la mano de alguien es todo un arte (y un desafío) que tiene mucho contenido y significado.
Lo mismo puedo decir de la vida espiritual. De modo particular, se significa en las lecturas que son proclamadas este domingo 3º de Pascua (ciclo b) El evangelio y la primera lectura: “van de la mano”; El encuentro con Jesús Resucitado y el anuncio de la Buena Noticia: “van de la mano”; Fe y testimonio: “van de la mano”; Participar en la celebración de la Eucaristía, el primer día de la semana, y manifestar lo celebrado fuera de los templos con tu actitud y estilo de vida: “van de la mano”… El que se sienta discípulo misionero entenderá que la armonía, el equilibro, la paz en la vida espiritual… depende, en gran medida, de saber conjugar y tener proporción entre anunciar, testimoniar y celebrar la fe.
La primera lectura (Hechos de los Apóstoles 3,13-15.17-19) sitúa la escena tras la curación de un paralitico por Pedro y Juan. Este hecho da pie, al apóstol Pedro, a proclamar y anunciar al pueblo la Resurrección de Jesús; es decir, el cumplimiento de la promesa llevada a cabo por Dios. Y cómo a pesar del rechazo de los hombres que entregaron, negaron y mataron al autor de la vida, “Dios le ha resucitado” (Hch 3,17) Los apóstoles son testigos de esta acción de Dios y no dudan en dar testimonio.
El evangelio (Lucas
24,35-48) nos narra el encuentro de los apóstoles con el Resucitado. Al
igual que en el relato de Juan de la semana pasada, el evangelista, en los
primeros versículos, quiere resaltar que Jesús Resucitado es Jesús de Nazaret y
que por lo tanto existe una identidad entre Crucificado y Resucitado.
Seguidamente, el Señor les descubre el sentido profundo de la Escritura y les envía como “testigos” a dar testimonio de la Muerte y Resurrección de Jesús como Mesías, anunciado por el Antiguo Testamento. Y, por otro lado, comenzando por Jerusalén son enviados a anunciar a todos los pueblos la conversión y el perdón de los pecados.
Los apóstoles comprendieron que tras haberse encontrado con Jesús Resucitado y haber tenido la experiencia del amor de Dios que los salva, debían salir a anunciarlo. Igualmente San Pablo que a partir del encuentro con Jesucristo “enseguida se puso a predicar que Jesús era el Hijo de Dios” (Hch 9,20) Ante la misión de anunciar, testimoniar y celebrar la fe, los discípulos cuentan con la ayuda y la fuerza del Espíritu; por ello, no se encierran ni buscan excusas que los acomode, sino que han comprendido que “van de la mano” la experiencia de Pascua, la Eucaristía compartida, la fe vivida, el anuncio y el testimonio.
Reflexión: ¿A qué esperamos
nosotros?
No tenemos excusa para que conjuguemos y comprendamos que la FE que da sentido
a nuestra vida debe ser ANUNCIADA con nuestras palabras y TESTIMONIADA con nuestras
acciones.
Puede que tengas la tentación de pensar que tienes mil imperfecciones, que no tienes la preparación correcta, que hay otros que están más capacitados y calificados que tú, que necesitas más tiempo, charlas, cursos y largas instrucciones… en este caso te diría, con el Papa Francisco en la mano, “que como bautizado no puedes retrasar tu compromiso, pues si tienes experiencia de Dios que te salva… si te has encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús, debes salir a anunciarlo… inmediatamente”
Se contrapone radicalmente a las lecturas de hoy el encerrar nuestra fe en las cuatro paredes de un templo. Es más, la fe que celebramos los bautizados en la Eucaristía nos envía a la calle como testigos. La celebración es culmen, meta y fuente de nuestra acción misionera. No es una obligación sino una necesidad.
Creo que nuestro equilibrio-armonía de bautizados está en comprender que “van de la mano” celebración, anuncio y testimonio y que una sin la otra no puede existir en toda su belleza…. En fin que andaríamos cojeando del corazón y de la fe.
Te dejo para tu reflexión una texto del Papa Francisco de la Exhortación "La alegría del Evangelio" nº121
“Todos somos llamados a ofrecer a los demás el testimonio explícito del amor salvífico del Señor, que más allá de nuestras imperfecciones nos ofrece su cercanía, su Palabra, su fuerza, y le da un sentido a nuestra vida. Tu corazón sabe que no es lo mismo la vida sin Él; entonces eso que has descubierto, eso que te ayuda a vivir y que te da una esperanza, eso es lo que necesitas comunicar a los otros”
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