Domingo XVI Tiempo Ordinario
Dicen que las comparaciones son odiosas, pero también, en ciertos casos, son inevitables. Además, cuando lo que se compara es lo que dejas de hacer tú y lo tengo que hacer yo, entonces, la comparación, se vuelve queja y juicio. Y cuando, entre dos personas, lo que chocan son deberes de unos contra derechos de otros, lo que se suele buscar es un tercero para que medie y dé o quite la razón a uno de ellos.
Sin que sirva de queja, ni de juicio, “aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid”, ya podría el Ayuntamiento de Guadalajara pintar lo que asfaltó hace meses en la Avenida Pedro Sanz Vázquez, más que nada porque, aunque por aquí no pasan autoridades en procesión, sí pasamos personas que pagamos nuestros impuestos. ¡Ah, sin acritud, eh!
En las lecturas que son proclamadas este domingo 16 del tiempo Ordinario (ciclo c) nos encontramos con el valor de la hospitalidad que, para un judío, además de una atención a la persona, era también una manera de alabar a Dios. Desde esta concepción de la hospitalidad comprendemos que la tienda de Abraham, siempre abierta, sea sello distintivo de esta amabilidad y atención al otro. Igualmente, ocurre en la casa de la familia de Betania (Marta y María) donde debía de haber muchos invitados que tenían que ser atendidos como deber del anfitrión.
Muestra del valor judío de la hospitalidad se nos ofrece la primera lectura (Génesis 18,1-10a) donde encontramos a Abraham a la sombra de su tienda en un día caluroso. Se ve sorprendido por la presencia de tres caminantes. Sale a su encuentro y los invita a descansar y tomar bocado. Los trata con normas exageradas de hospitalidad ordenando a Sara que haga pan y a los pastores que maten una res y la guisen. Mientras ellos comen, Abraham permanece en pie como un criado. Los caminantes prometen a Sara que concebirá un hijo. Parece que hay una relación de premio entre la hospitalidad de Abraham y Sara y el don del hijo esperado.
El evangelio (Lucas 10, 38-42) nos
presenta a Jesús entrando en casa de dos hermanas: María que como un buen
discípulo estaba “sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra” y Marta,
también discípula, “se multiplicaba para dar abasto con el servicio”
Ambas, quien le escucha y quien le recibe en su casa, atienden al Maestro. Pero
de Marta, el evangelista puntualiza que los quehaceres del deber de la
hospitalidad le hacen enjuiciar y quejarse: «Señor, ¿no te importa que mi
hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano».
Involucra a Jesús para hacer que su hermana se deje de cuentos y haga lo que
ella hace.
Jesús responde con una advertencia: «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas...; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán» Coger, escuchar, gozar con la novedad del mensaje de Jesús, ésa es la mejor parte. María quiere empaparse de la buena noticia que trae Jesús, mientras que Marta, como los Doce, siendo discípula de Jesús sigue atada a lo que ella cree, al cumplimiento, a la ley vieja, a las imposiciones de la hospitalidad… a lo de siempre. No ha descubierto la novedad de Jesús. Por ello, Marta es prototipo de las personas atrapada en mil tareas y esclava de una religiosidad cerrada a la novedad de Jesús y carente de alegría.
María es la otra cara de la moneda, puesta a los pies de Jesús, escucha para aprender a vivir la vida desde la nueva perspectiva que el Maestro proclama y comunica. Ha escogido ser discípula y dejarse moldear, vivir a la escucha y creer en la buena noticia liberadora del Señor.
Reflexión: Me niego a traducir este episodio de las amigas de Jesús, en la contraposición de oración y acción, vida contemplativa y vida de compromiso, preocupación por lo espiritual y preocupación por lo material. Y, menos aún, determinar que una está por encima de la otra. No creo que se reproche, en este texto, el servicio de Marta, su entrega y caridad, sino, más bien, su ansiedad, inquietud y nerviosismo de cumplir y estar en posesión de la verdad.
Amig@, para mí, este texto no contrapone ninguna de las dos actitudes que representan Marta y María, sino que aúna ambas. Por ello, te propongo que busques el equilibrio y veas la manera de ser contemplativo en la acción y activo en la contemplación. Necesitamos aprender a conjugar el silencio y el escuchar al Señor, fuente de vida, con la actividad de cada día. Para ello, lo primero es acoger a Jesús en nuestra casa, después sentir la necesidad de sentarnos a sus pies y, por último, anunciarlo con las obras. Sólo así podremos “hospedarnos en su tienda” (Salmo responsorial)
Nada de absurdas comparaciones, ni juicios, ni quejas, ni tú haces menos que yo. Eso sí, no te olvides de pintar la calle asfaltada hace meses.