No es extraño que, al entrar en un establecimiento comercial que ha sido recientemente fregado y aún no ha secado, nos encontremos la advertencia, por medio de una señal de color amarillo, de que el suelo está resbaladizo. Se intenta así prevenirnos y avisarnos de un peligro y que nos encontramos en una zona que bien debemos evitar o bien tomar las debidas precauciones y las adecuadas protecciones. Si haces caso omiso o no caes en la cuenta de la señal de advertencia corres el riesgo y tienes muchas posibilidades de dar con tus huesos en el suelo.
Por ello, entendemos por peligro a todas las circunstancias que pueden ocurrir en cualquier momento en las cuales pueda existir algún riesgo para la integridad física de las personas. Peligro es la situación en la que existe la posibilidad, amenaza u ocasión de que ocurra una desgracia o un contratiempo. Con el peligro está el riesgo que es la posibilidad de que se produzca aquel contratiempo, daño o desgracia del que hemos sido advertidos.
Las lecturas de este domingo 28 del Tiempo Ordinario (ciclo b) pueden ser meditadas desde diversos prismas, ya que la “Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante…” (2º Lectura) Yo te propongo que reflexiones la Palabra como una señal de advertencia del peligro de apegar nuestro corazón a las riquezas materiales donde se corre el riesgo de la NO pertenencia al Reino por la ausencia de desprendimiento.
En la primera lectura (Sabiduría 7,7-11) se nos invita a contemplar la verdadera riqueza del ser humano. Expone que la Sabiduría está por encima de todos los bienes terrenos (cetros, tronos, piedras preciosas, oro y plata) superior a la belleza, la salud y la luz del día. Todos estos bienes se extinguen, mientras que la Sabiduría es el reflejo de la luz eterna y, por lo mismo, inextinguible. El sabio, por lo tanto, será quien se desprende de estos bienes y coloca el espíritu de la sabiduría por encima de las cosas materiales.
El evangelio (Marcos 10,17-30) es la conclusión a la extensa catequesis que comenzó, domingos atrás, con el segundo anuncio de la pasión. Jesús sigue instruyendo, como Maestro, sobre la verdadera riqueza radicalmente opuesta al poder, al tener y poseer. El Señor se encuentra con un joven piadoso y de buena voluntad pero que en su interior las riquezas habían sofocado aquella actitud de “hacerse niños” que se nos pedía el domingo pasado.
El joven pregunta a Jesús: “¿qué haré para heredar la vida eterna?” El Maestro responde que la vida eterna no se asegura añadiendo, sino más bien restando, vendiendo, dando…, hasta quedar toralmente despojado y libre para el seguimiento. En este camino de aligerar peso, la dificultad mayor la encontrarán aquellos que tengan su corazón apegado a las riquezas («¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!»)
La vida eterna no es una simple conquista humana sino que es gracia de Dios, por ello las palabras de Jesús: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.» El hombre aporta la decisión de su desprendimiento para seguir la llamada de Jesús y Dios otorga la salvación.
El final del evangelio tiene palabras alentadoras, aunque haya una alusión a las persecuciones que impiden ver la recompensa como algo que garantiza aquí al discípulo una vida tranquila, sosegada y libre de preocupaciones. El evangelista recoge y transmite estas palabras para estimular y animar a cualquier comunidad que viva en medio de tribulaciones y peligros a causa de la fe.
Reflexión: No es ni la primera ni la única vez que Jesús nos advierte del peligro y riesgo que corremos apegando nuestro corazón a los bienes de la tierra. El evangelio tiene multitud de pasajes en los que se pide al discípulo “desprendimiento de los apegos del corazón” para vivir en la libertad el seguimiento del Maestro. Esta será nuestra sabiduría.
Seremos sabios NO porque tengamos un gran conocimiento de todas las ciencias o porque tengamos gran destreza para caminar en la vida, SINO, principalmente, porque estamos abiertos a la transcendencia, porque sabemos discernir el bien del mal y porque tenemos la prudencia necesaria para actuar correctamente en cada circunstancia. Sabiduría NO es el saber humano consistente en la habilidad para desenvolverse con éxito en la vida, ES tener experiencia de Dios y, así, participar de la Sabiduría divina. El Sabio es aquel que “sabe ser” y “sabe relacionarse” con la creación, con los demás y con Dios.
La advertencia de peligro está hecha… ahora te toca a ti ver la señal de color amarillo que nos proporcionan estas lecturas.
“La ciencia más acabada es que el hombre en gracia acabe, pues al fin de la jornada, aquel que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada. En esta vida emprestada, do bien obrar es la llave, aquel que se salva sabe; el otro no sabe nada”
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