Tiempo Ordinario. Domingo XIII
No estamos acostumbrados a escuchar de labios de Jesús palabras de exigencia y radicalidad. Nos hemos construido, en ocasiones, un Jesús que roza con la “ñoñería” y pretendemos un cristianismo “light” o “descafeinado”, quitándole toda su fuerza. Con facilidad nos escandaliza y descentra encontrarnos con un Maestro que pide a sus seguidores y discípulos desprendimiento, renuncia, conflictos... Parece que queremos ser cristianos con mínimo o poco o ningún esfuerzo, sin cruz, ni dificultad, ni entrega total… El camino de Cristo y nuestros caminos, a veces no son los mismos, incluso en ocasiones son contrarios y no conducen al mismo destino. En estas ocasiones nos hemos equivocado de camino, porque Cristo, con su propia vida, nos mostró que la fidelidad a Dios tiene un aspecto grande de compromiso, esfuerzo y exigencia.
En este domingo XIII del Tiempo Ordinario (ciclo a) siento que ser cristiano es adherirse al Señor y esto conlleva realizar opciones decisivas y no siempre fáciles. Si piensas que ser cristiano es cosa de ir a Misa los domingos y poco más, las palabras de Jesús hoy te van a descolocar, porque te vas a “topar” con un Jesús exigente, que no admite medias tintas y que no es posible seguirle sin cruz.
El evangelio (Mateo 10, 37–42) es la parte final del llamado “discurso misionero” en el que Jesús proclama una especie de estatuto o reglamento del evangelizador del Reino. Por ello, una primera invitación que te hago es que leas el capítulo 10 entero para que conozcas el hilo conductor.
La primera conclusión que puedes extraer de este evangelio es que Jesús es señal de contradicción y que en el seguimiento del Maestro hay que hacer elección, entre Jesús y la familia, entre Jesús y la propias seguridades y entre conservar la vida y perderla. Con ello se pone de manifiesto, por un lado, la radicalidad y la importancia de ser discípulo y por otro romper con tus propias seguridades y lanzarte a seguir a Jesús cogiendo su cruz.
Por tres veces se repite el mismo estribillo, a modo de mantra: “no es digno de mí…” porque Jesús nos invita a seguir su ejemplo, a entregarnos como Él y a alcanzar así una vida en plenitud. Y para ello, es necesario un cambio en la escala de valores de los discípulos ya que conservar la vida es perderla y perderla por Él es conservarla. “El que conserve su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará” Con otras palabras, no es posible seguir al Señor sin riesgo y sin cruz “el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí”
Cuando en tu vida de seguidor de Jesús se instala la comodidad, los intereses personales, lo fácil, tus conveniencias, lo cómodo estás echando a perder tu vida… mientras que cuando arriesgas, apuestas y te gastas y desgastas por el evangelio, sin reservas y apasionadamente, estás en el estilo del Maestro, te identificas con Él y has encontrando el verdadero significado de ser de Cristo.
Reflexión: Dejémonos de contarnos bobadas. Está bien claro: la realización de uno mismo como cristiano, no es otra cosa que perder la vida por Jesús y el evangelio, imitando su entrega para alcanzar una vida en plenitud. Y, claro está, esto comporta “coger la cruz”.
Muchas veces hemos traducido y entendido la cruz como el soportar abnegadamente el sufrimiento, la enfermedad, la adversidad o el dolor... Sin embrago, creo yo, que la cruz, que nos exige Jesús a nosotros discípulos, en relación a la misión y a su seguimiento, es un cambio de escala de valores que lleva a negarse a todo tipo de comodidad. Para ello: ¿Quieres ser discípulo mío? pues toma tu cruz y sígueme. ¿Quieres ser grande? pues hazte pequeño y servidor de los demás. ¿Quieres ser el primero? pues sé el último y el esclavo de todos. ¿Quieres tenerlo todo? pues vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y sígueme. ¿Quieres ser el más importante? pues hazte niño. ¿Quieres poseer un tesoro? pues acumula riquezas en el cielo, donde ni la polilla ni la carcoma los corroen.
Sólo desde este modo de vivir el seguimiento de Jesús hay una identificación entre el discípulo (la comunidad) y Jesús y el Padre: “El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado”
Amig@, si el evangelio de hoy no te desconcierta, te descoloca y te zarandea es que algo no va bien. Si después de meditar este texto evangélico no te sientes removido en tu interior, creo que se hace imprescindible que tomes aire y te interrogues sobre tu fe cristiana, tu seguimiento del Maestro y tus prioridades.
Creo que ha llegado el momento de ser adulto en el discipulado y acoger en el corazón las palabras de Jesús, de tal manera que no sean “palabras que se las lleve el viento” sino, más bien, referencia para nuestro camino y vida espiritual.
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