jueves, 23 de mayo de 2024

UNA CITA, UNA MISIÓN Y UNA PROMESA

 

Domingo de la Santísima Trinidad

Todos tenemos experiencia de citas, misiones y promesas. Te invito a que eches la mirada atrás en el tiempo, y seguro que llega a tu memoria una cita importante. Alguien, en un momento concreto de tu vida, te avisa y te señala día, hora y lugar para tratar un asunto. Puede que, esta cita que tienes en tu cabeza actualmente, te llegara del director de tu empresa o de una amistad, o de un familiar… sea como fuere, tras la cita se te ofreció una misión, un trabajo o una labor a realizar que conllevaba una promesa. Parece que no hay cita sin que haya también una misión y una promesa. Como si fueran de la mano, todo encuentro previamente establecido, y no por casualidad, está destinado a un encargo y a una voluntad de dar o hacer algo seguidamente.

Al leer las lecturas que la Iglesia nos presenta en este domingo de la Santísima Trinidad (ciclo b) ha venido a mi memoria una conversación, que mantenía días atrás, con un señor que deseaba cumplir con una cita del médico para saber los resultados de unos análisis de sangre. El colesterol alto y los triglicéridos por las nubes fue el resultado del análisis médico. La misión es ardua y difícil, ya que se le exige menos vida sedentaria y alcohol y más verduras y comida a la plancha. La promesa es que no le faltaría el acompañamiento del doctor y el seguimiento de su  proceso cada seis meses. 

En el evangelio (Mateo 28,16-20) Jesús Resucitado se cita con sus discípulos en Galilea como ya había sido anunciado con anterioridad (Mt 26,32) y como había sido comunicado a las mujeres que iban al sepulcro (Mt 28, 7.10). Los discípulos, fieles a esta llamada, se dirigen a Galilea, es decir, allí donde el Maestro comenzó su misión anunciando el Reino de Dios con signos y palabras. El encuentro tiene lugar en un monte, lugar donde tradicionalmente Dios se había manifestado a su pueblo en el Antiguo Testamento. “Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado”

En este encuentro, Jesús revela el misterio profundo de su persona y los discípulos le reconocen, tras comprensibles dudas, a través de un gesto de adoración “Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban”. Seguidamente les confía su misión, que consistirá en extender el Reino haciendo discípulos a todos los hombres, “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” Culmina el texto con la promesa de quedarse siempre con ellos. “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.

El sentido de esta cita y encuentro es devolver las fuerzas a los que NO habían sido capaces de seguirle como discípulos en su pasión. La vacilación y la falta de fe muestran claramente que la misión que Jesús les confía es un don inmerecido.

Reflexión: Que importante es hoy recordar las acciones que Dios ha hecho en tu historia personal. Sólo desde esa evocación puedes enamorarte de tu misión y comenzar a actuar, a enseñar y a bautizar. Sólo desde la convicción de que el Resucitado sigue presente y vivo en ti y en medio de su Iglesia, podrás ponerte en camino construyendo una comunidad misionera, que sale constantemente de sí misma, de sus problemas y preocupaciones para abrirse a un nuevo horizonte: el de todos los hombres que no conocen el gozo de sentirse hijos e hijas de Dios y hermanos entre sí.

El Señor te convoca y te llama a una misión, que es continuación y participación de la misión de Jesús. Una misión, que se extiende ahora a todos los hombres y mujeres y no sólo al pueblo de Israel (Mateo 10,5-6). Una misión que no tiene barreras, porque es ser mensajero de la esperanza de Jesús. Es decir, infundir en el corazón la certeza de que Dios conduce todo hacia el bien. Si esta esperanza habita en ti (y sólo si habita en ti) estás en disposición de ponerte en “misión”, porque la invitación de Jesús, para la que te ha citado, es esparcir su esperanza en nuestro ambiente y entorno, así como en todos los seres humanos (los amigos y aquellos más alejados del corazón) y en todo el mundo (Iglesia y fuera de ella)

Con las palabras “yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” termina el Evangelio de Mateo, es un final con sorpresa (igual que los huevos “Kinder”) El Señor resucitado no se ha ido, sino que permanece. La promesa que trae Jesús (Emmanuel-Dios con nosotros), con la que comienza el Evangelio es una realidad permanente.

Amig@, si fuiste citado por Jesús en un momento de tu historia personal, convendrás conmigo que te eligió y envió a una misión esperanzadora. Él te prometió su fuerza y su Espíritu, su caminar contigo. Ahora, no tengas miedo de cumplir lo hablado en aquella cita.

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