Fiesta de la dedicación de la Basílica de Letrán (9 noviembre)
Ante determinados ambientes en los que puede
dominar el aislamiento o la exclusión social, el ser humano tiende a buscar
lugares de encuentro o puntos de reunión; es decir, sitios donde las personas
encuentran aquello de lo que carecen, bien sean relaciones con otros
semejantes, bien aceptación, bien reconocimiento social. Podemos decir que,
ante el individualismo reinante, los “lugares de encuentro” son vitales y resultan
de mucha importancia.
Creo que según lo que busques así será el lugar de encuentro que deseas. Por ello, hay tantos lugares de encuentro como personas pululamos por el orbe. Para algunos estos lugares serán los bares y para otros los museos. Otros optaran por las bibliotecas, mientras que para otros será la plaza del pueblo. Para algunos es el bullicio de la feria de Sevilla y otros la belleza solitaria de la montaña... Para ti y para mí, en nuestra condición de discípulos, el templo es el perfecto lugar de encuentro con lo divino y con los hermanos.
En esta fiesta de la dedicación de la basílica de Letrán las lecturas bíblicas elegidas desarrollan el tema del "templo". En el Antiguo Testamento (Primera Lectura, Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12), el profeta Ezequiel, desde su exilio en Babilonia (estamos en torno al 592 a.C.), trata de ayudar al pueblo a salir de su desánimo por no tener ya tierra ni lugar para orar. Surge así el mensaje de esta lectura: el profeta anuncia el día en que el pueblo adorará a su Dios en el nuevo templo. Un lugar donde el hombre eleva su oración a Dios y donde Dios se acerca al hombre escuchando su oración y socorriéndolo allí donde suplica: un lugar de encuentro. De este modo, el templo asume el papel de Casa de Dios y Casa del pueblo de Dios. Un lugar donde se practica la justicia, la única capaz de curar al pueblo. De este templo, el profeta ve brotar agua: "Y vi que salía agua por debajo del umbral de la Casa". Un agua que es don y que traerá vida y bendición.
El evangelio (Juan
2,13-22)
es un relato típicamente teológico.
Con motivo de la fiesta de Pascua, y para
atender a las necesidades de los peregrinos, se organizaban en torno al templo,
un gran mercado que ofrecía todo lo necesario para cumplir con las ofrendas y
sacrificios rituales. Era un negocio redondo, especialmente para la clase
sacerdotal.
El gesto de Jesús, que se nos narra en el evangelio de este domingo, y que consistió en “hacer un azote de cordeles, y echar a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas esparcirles las monedas y volcarles las mesas; y a los que vendían palomas decidles que no convirtieran en un mercado la casa de su Padre” nos transmite, a todos los discípulos, un mensaje innovador que va más allá del látigo, de la expulsión de los que mercantilizaban y del derribo de las mesas de los cambistas de monedas y de palomas.
Teniendo de base este hecho histórico el evangelista, a la luz de la resurrección, nos transmite una gran enseñanza: que con Jesús se inaugura un tiempo nuevo en las relaciones del ser humano con Dios. Él reemplaza al templo antiguo, que era la institución más significativa de Israel, y se presenta como el verdadero templo, como el verdadero lugar de encuentro de lo divino y de lo humano y de los humanos entre sí. Podemos decir que Jesús no purifica el templo, sino que lo sustituye. El Señor no es un simple profeta reformador, sino el Hijo de Dios que designa al templo como: “la casa de mi Padre” donde Él tiene autoridad, autoridad exclusivamente divina.
El evangelio de Juan es el único que constata la acción de Jesús de echar fuera del recinto del templo a los animales, ovejas y bueyes. Con ello, se nos quiere decir que, en este nuevo templo, que es Jesús, ya no son necesarios. El templo antiguo, con todo lo necesario para que se pudiese cumplir su función sacrificial, es sustituido por el nuevo templo.
Reflexión: La actuación de Jesús en el templo de Jerusalén nos pone en guardia frente a posibles ambigüedades y manipulaciones de lo sagrado que hacen que no nos encontremos en nuestros templos con el Dios del Amor y de la ternura, sino con verdaderos mercados en el que se negocia con lo sagrado, con el culto o con los sentimientos de las personas. Si queremos una Iglesia que sea “casa del Padre” deberemos crear lugares donde nos encontremos con el Dios de todos que nos urge a preocuparnos por el hermano. Lugares que sean encuentro con el Dios vivo de Jesucristo que nos impulsa a construir su Reino y buscar su justicia. Lugares de verdadera escucha de la Buena Noticia y de la celebración del compromiso de fraternidad.
Desde esta premisa, todos los que celebramos la fe en el templo debemos hacer de este edificio un verdadero lugar de encuentro de Dios con el hombre y la mujer de hoy. Nuestra actitud tiene que mostrar, a quien traspasa este umbral, que se encuentra en un lugar propicio para entablar nuevas relaciones con Dios y los hermanos. Te invito a poner los mejores dones que posees al servicio del otro para que se encuentre en la “casa del Padre” como en su propia casa.

NOTA: Dedicar o consagrar un lugar a Dios es un rito que forma parte de todas las religiones. Es "reservar" un lugar a Dios, reconociéndole gloria y honor. Cuando el emperador Constantino dio plena libertad a los cristianos -en el año 313-, éstos no escatimaron en la construcción de lugares para el Señor. El propio emperador donó al Papa Melquiades los terrenos para la edificación de una domus ecclesia cerca del monte Celio. La Basílica fue consagrada en el 324 ( o 318 ) por el Papa Silvestre I, que la dedicó al Santísimo Salvador. En el s. IX, el Papa Sergio III la dedicó también a San Juan Bautista; y en el s. XII, Lucio II añadió también a San Juan Evangelista. De ahí el nombre de Basílica Papal del Santísimo Salvador y de los Santos Juan Bautista y Evangelista en Letrán. Es considerada como la madre y la cabeza de todas las iglesias de Roma y del mundo: es la primera de las cuatro Basílicas papales mayores y la más antigua de occidente. En ella se encuentra la cátedra del Papa, pues es la sede del Obispo de Roma. A lo largo de los siglos, la basílica pasó a través de numerosas destrucciones, restauraciones y reformas. Benedicto XIII la volvió a consagrar en 1724; fue en esta ocasión cuando se estableció y extendió a toda la cristiandad la fiesta que hoy celebramos.
ResponderEliminar