martes, 9 de junio de 2020

EUCARISTÍA FOR EVER


Después de veintiún siglos de Iglesia y de celebración de la Eucaristía, puede ser necesario recordar algunos de los rasgos esenciales de la última Cena del Señor, tal como era recordada y vivida por las primeras generaciones cristianas.

1.- En el fondo de esa Cena hay algo que jamás será olvidado: sus seguidores no quedarán huérfanos. La muerte de Jesús no podrá romper su comunión con Él. Nadie ha de sentir el vacío de su ausencia. Sus discípulos no se quedan solos, a merced de los avatares de la historia. 
En el centro de toda comunidad cristiana que celebra la Eucaristía está Cristo vivo y operante. Aquí está el secreto de su fuerza.

2.- La fe de los cristianos se alimenta de Cristo. Los discípulos somos invitados a «comer» para alimentar nuestra unión a Jesús, necesitamos reunirnos a escuchar sus palabras e introducirlas en nuestro corazón, y acercarnos a comulgar con Él identificándonos con su estilo de vivir. 
Ninguna otra experiencia nos puede ofrecer alimento más sólido.

3.- No hemos de olvidar que «comulgar» con Jesús es comulgar con alguien que ha vivido y ha muerto «entregado» totalmente por los demás. Así insiste Jesús. Su cuerpo es un «cuerpo entregado» y su sangre es una «sangre derramada» por la salvación de todos. 
Es una contradicción acercarnos a «comulgar» con Jesús, resistiéndonos egoístamente a preocuparnos de algo que no sea nuestro propio interés.

4.- La Eucaristía nos moldea, nos va uniendo a Jesús, nos alimenta de su vida, nos familiariza con el evangelio, nos invita a vivir en actitud de servicio fraterno, y nos sostiene en la esperanza del reencuentro final con Él.

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