miércoles, 9 de marzo de 2022

ALERTA, SE ACERCA TU LIBERACIÓN

 

Nos preocupamos por el cuándo. Como la canción, tantas veces versionada, “Dime cuándo, cuándo, cuándo…” Y espiritualmente podemos decir: Dios tiene su tiempo y su momento.

Seguimos caminando, inmersos en el tiempo de Cuaresma, celebramos el domingo 2º (ciclo c) las lecturas que son proclamadas me invitan a contemplar a Dios como luz, salvación, auxilio y defensa (salmo responsorial) Un Dios que tiene su momento y su ritmo, que en ocasiones no coincide con el tiempo del hombre. Un Dios que cumple su promesa de liberación y que propone la fe en Él como camino y compromiso de esperanza.

En la primera lectura (Génesis 15,5-12.17-18) Dios es protección y en su cuidado promete una descendencia, un hijo y una tierra a Abraham. Las estrellas (“cuenta las estrellas, si puedes”) le sirven a Dios de signo de sus promesas. En Abraham nace la fe, una fe confiada que le ofrecía un futuro que la realidad se lo negaba. Nace una opción por Dios creyendo en las palabras de la promesa.

En el plan de Dios, Abraham es el protagonista como padre del pueblo que recibirá la tierra, y por medio de un rito, ceremonia, teofanía… se revela un Dios que se compromete con su siervo y con el futuro para siempre. Es un Dios paradójico el que Abraham debe aceptar de noche y al oscurecer.

El evangelio  (Lucas 9,28b-36) nos presenta la escena conocida en el Monte de la Transfiguración. Es un relato lleno de la simbología del Antiguo Testamento. El resplandor de Jesús (el aspecto de su rostro cambió) recuerda al de Moisés descendiendo del Sinaí. La nube (“una nube que los cubrió”) nos lleva a la presencia de Dios en la tienda del desierto y en el templo. Moisés y Elías (“dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías”) eran los representantes de la ley y de los profetas, y los esperados en el tiempo de salvación…

Este relato del monte de la trasfiguración, creo que debemos leerlo unido al anterior (Lucas 9,22-27), donde Jesús anuncia su pasión y las condiciones del que quiera ser su discípulo. En medio de una vida llena de contradicciones y ante un horizonte cercano de sufrimiento, se revela a los discípulos la verdadera gloria de Jesús, una gloria que viene de Dios y que es el centro de la narración: «Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»

El comportamiento de los tres discípulos es desconcertante. “Pedro y sus compañeros se caían de sueño” como Abraham en la primera lectura de este domingo y como harán los mismos protagonistas en el huerto de los olivos (Lucas 22,45) Pedro quiere construir tres tiendas, lo cierto es que: “No sabía lo que decía”. “se asustaron” Es la consecuencia lógica que caracteriza las manifestaciones de Dios o teofanías.

Al final del relato “se encontró Jesús solo”. Lo que yo interpreto es que la presencia de Dios se palpa en el que sufre y se entrega. Dios se encuentra vivo en el que transfigura el mundo haciéndolo más conforme al Reino.

Reflexión: Jesús toma la decisión de ir a Jerusalén y antes de que se inicie este viaje definitivo, la voz de Dios le identifica como su Hijo. La misma voz que, antes de iniciar la misión en Galilea, en el bautismo del Jordán, identificó a Jesús.

Jesús se encamina a la muerte liberadora (“Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén”) un éxodo que nos trae a la mente la liberación del pueblo de Israel y nuestra propia liberación.

Todo sucede en lo alto de la montaña y en oración, con lo que se expresa que lo que se quiere contar y revelar es un hecho de importancia para el evangelista y su comunidad.

Con el Maestro puedes subir tú también a la montaña y contemplar la gloria de Jesús, pero no te conformes con ser un espectador que mira desde fuera la maravilla que acontece, sino que, más bien, siéntete parte de la transfiguración y protagonista junto al Señor.

Toma la riendas de tus decisiones, siéntete libre y escucha al Hijo… Él te muestra que el camino de la resurrección no está exento de dificultad, pero que tras Getsemaní y el Gólgota, llegará el primer día de la semana, contemplarás el sepulcro vacío, te llenaras de inmensa alegría y gritaras: “No está aquí, ha resucitado”

La revolución interior se produce cuando escuchamos la Palabra de Dios. Nada puede permanecer igual tras la escucha de la voz de Jesús. Debemos transfigurarnos y transfigurar el entorno. Construir una cultura de Vida y la civilización del amor, denunciar lo que atente contra la persona y su dignidad y propiciar una sociedad libre, respetuosa con todos, donde no descarte a nadie ni se deje tirado en la cuneta a los débiles y desfavorecidos.

El monte de la trasfiguración es un antes y después en nuestra vida. ¿Cuándo? Pues cuando Dios quiera y decida. Tú y yo alerta.

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