
Domingo XIX Tiempo Ordinario
“Donde está vuestro tesoro, allí estará
también vuestro corazón” Sin ninguna duda ponemos nuestros intereses, emociones,
deseos, inquietudes... en aquel o aquello que es para nosotros el tesoro de
nuestra existencia. Lo que nos parece realmente valioso, importante y
prioritario es el lugar donde volcamos todas nuestras fuerzas y es lo que
presidirá claramente nuestro corazón. Por ello, es necesario que descubramos en
todos los niveles de nuestra vida, también en el nivel espiritual, cuál es el
tesoro que poseemos, ya que él será la brújula que oriente nuestros pasos y guie
nuestra dirección.
En este domingo 19 del tiempo ordinario
(ciclo c) el texto evangélico, frente a tesoros que caducan y se apolillan,
apuesta e invita a tener como tesoro inagotable la pertenencia al Reino.
Seremos bienaventurados si vivimos con un corazón esperanzado y en espera de
este Reino. Seremos dichosos si, en la espera, nos preparamos con obras de
servicio a los hermanos practicando la justicia y la caridad.
Nuestra pertenencia a la Iglesia y a una
comunidad de fe nunca se puede transformar en poder o autoridad que hace que
nos aprovechemos, para nuestro beneficio injusto, de la sencillez de nuestros
hermanos. Más bien al contrario, sea cual sea nuestra misión y responsabilidad
en la comunidad, nuestro corazón deberá vivir en actitud de servicio porque
nuestro tesoro, lo que realmente es importante, es hacer presente el Reino “aquí”
y “ahora”.
En el evangelio (Lucas
12,32-48) se reúnen tres parábolas que exhortan a los creyentes a
permanecer vigilantes en espera de la venida del Señor y de su Reino. Para
ello, más que poner el interés en acumular posesiones materiales, como bien
decíamos el domingo pasado, el discípulo de Jesús debe vivir en la actitud de
ESPERA. Este es el tema que desarrolla en la primera parábola, en los
versículos del 35 al 38. “Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las
lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de
la boda, para abrirle apenas venga y llame”
La segunda parábola, versículos 39 al
40, apunta a la incertidumbre de la hora de esa venida de Jesús. Lo que desea
inculcar no es tanto la vigilancia como el ESTAR PREPARADOS. “Comprended que
si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría
abrir un boquete en casa. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora
que menos penséis viene el Hijo del hombre”
La tercera parábola se encuentra en los
versículos 41 al 48, parece dirigirse, así se deduciría de la pregunta de Pedro
(«Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?») a los responsables de
la Iglesia, y podríamos resumirla diciendo que: el ministro prudente debe
permanecer fiel a su tarea, reconociendo que la comunidad cristiana tiene una
única cabeza Jesús Resucitado y que todos los demás, aunque ocupen puestos de
responsabilidad, son SERVIDORES y HERMANOS. “Bienaventurado aquel criado a
quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad os digo que
lo pondrá al frente de todos sus bienes”
Reflexión: Amig@, descubre el
tesoro del Reino que crece en ti. Él será la brújula que determinará la
dirección y el rumbo hacia un destino nuevo, distinto y lleno de vida. Él te
facilitará la orientación en tu ser discípulo. Sólo quien considera que el
Reino es un auténtico tesoro regalado por Dios podrá poner su corazón en él y
vivirlo como prioridad.
Trabaja espiritualmente las tres actitudes que
te ofrece el texto evangélico: la ESPERA, el ESTAR PREPARADO y el SERVICIO. Que
no te paralice el miedo porque si crees en el Señor, ya posees el Reino en su
corazón: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien
daros el Reino”. Jesús afirma que Dios es Padre, que nos ama, se ha
entregado a nosotros y está a nuestra disposición. El miedo no tiene sitio en
el discípulo misionero, sí la confianza.
Tú y yo, como discípulos de Jesús, podemos
concretar nuestra forma de vivir el evangelio en el mundo estando con nuestras “lámparas
encendidas”. Si permanecemos con las lámparas encendidas en espera
reconoceremos al Señor que pasa a nuestro lado y le abriremos, le haremos sitio
en nuestro interior y todo nuestro corazón brillará con un nuevo resplandor, el
resplandor del tesoro que nadie nos puede arrebatar, que es perenne y no se
apolilla.
¿Si nuestra posesión es Dios para que queremos
todo lo demás? Jesús nos invita a huir de todo tipo de avaricia e idolatría y a
que los bienes materiales no sean nuestros tesoros, ni muevan nuestros
corazones. Nuestro fin es más alto, es el tesoro del Reino y no los de la
tierra.
Puede que sea el tiempo de cambiar de rumbo y
que el corazón tome una nueva dirección. Mira donde se encuentran “tus
tesoros” porque ellos son la brújula que dirigirán tu corazón. ¡Cuestión de
pararse!