Tradicionalmente las llaves son
símbolo de autoridad y de poder.
Las llaves son objetos comunes en
nuestro día a día, las empleamos constantemente para abrir las puertas de
nuestras casas, lugares de trabajo, candados… etc. Quien posee una llave posee
el uso de ella y, consiguientemente, es el único que tiene la oportunidad de
abrir y cerrar, sin hacer uso de la fuerza.
Cuando recibimos o adquirimos, en cualquier
ámbito de la vida y en cualquier institución, un cargo o una posición (unas
llaves) recibimos, de forma inherente y anexo al cargo, una función de la que
se desprende una responsabilidad en dicha organización, institución o empresa.
Creo que se equivoca quien piensa que el
cargo recibido es para su propio crecimiento a costa del hundimiento del
“otro”. Tener un puesto relevante, bien sea en una empresa civil o en una
institución espiritual, como puede ser la Iglesia, es para el servicio de aquellos que pertenecen a
dicha empresa e institución. (En el caso
de la Iglesia también hay que servir a aquellas personas que NO forman parte de
ella)
Utilizar el cargo recibido para la
corrupción, el soborno, la prepotencia, la prevaricación, la deshonestidad, el
poder… y no para la entrega, la disponibilidad, el servicio, el auxilio, la
asistencia, la ayuda… convierte, a quien ostenta ese poder, en una persona,
como poco, insensible que se aprovecha del prójimo para su beneficio personal y
olvida las obligaciones y responsabilidades hacia los demás que ha adquirido.
La primera lectura que
la Iglesia nos presenta en este domingo XXI del Tiempo Ordinario, (ciclo a) del
profeta Isaías 22,19-23 nos ofrece un acontecimiento domestico de la
vida de palacio. Sobná, un mayordomo de palacio, aprovechando su cargo, se ha
construido una tumba en un lugar particularmente apreciado.
(Nota: De
acuerdo con la cultura del mundo antiguo la posesión de tierras, aunque fuera
la del sepulcro, aseguraba la pertenencia a un grupo nacional y, por
consiguiente convalidaba todas las propiedades adquiridas)
Isaías anuncia su deposición del cargo, su
exilio y su muerte en tierra extranjera. Siendo sustituido por Eliaquin al cual
se le confía “el poder de las llaves de palacio”. Es decir se le concede todos
los poderes con la función de: ser padre de los habitantes de Jerusalén y de la
casa de Judá.
En el evangelio (Mateo 16,13-20), se nos
presenta la confesión de fe de Pedro, quien en nombre de los discípulos,
reconoce a Jesús como Mesías e Hijo de Dios. El mismo Jesucristo le felicita,
le da un cargo y le confía una misión. “Ser roca firme para que la Iglesia no
sucumba en las dificultades”
Para ello le entrega las llaves, el poder de
atar y desatar para interpretar la ley de Moisés con autoridad. Así Pedro es
constituido por Jesús como mayordomo y supervisor de su Iglesia con autoridad
para interpretar la ley según las palabras de Jesús y adaptarlas a nuevas
situaciones y necesidades.
Reflexión: La base donde nace la confesión de Pedro es una doble
pregunta que Jesús lanza a sus discípulos: ¿Quién
dice la gente que es el Hijo del Hombre? ¿Quién decís vosotros que soy yo?...
Ahora llega el momento de responder
nosotros a esta misma pregunta: ¿Quién es
Jesús para mí?
Nuestra respuesta
no puede ser fría e impersonal, no puede ser intelectual, ni siquiera teológicamente
correcta. Más bien, debe ser fruto del corazón, procedente de nuestra
experiencia de vida con Él, sincera y veraz.
No puede ser una
respuesta de lo que dicen otros sobre Jesús, ni tampoco una respuesta preciosa
extraída de un libro o de un catecismo que tenemos a mano o de la “Wikipedia de
google”, sino que se te pide que tu respuesta sea lo que realmente sientes,
piensas y dices tú.
Por ello amigo/a….
lo siento pero no te puedo ayudar a dar una respuesta a la pregunta que Jesús
te lanza este domingo. Es muy personal. Sólo te deseo que contestes con verdad,
y que asumas la responsabilidad del poder, el encargo, las llaves… que conlleva
la respuesta dada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario