He oído en muchas ocasiones la expresión: “Debes aceptar y soportar la cruz de cada día”. Si no ésta expresión otras similares. Y me niego a pensar que la invitación del Maestro a tomar nuestra cruz, sea que Dios nos pide una aceptación pasiva de los sufrimientos, adversidades de todo tipo y dificultades propias de la vida. Entre sufrimiento y cruz reconozco que existe una relación fácilmente entendible, pero me resisto a pensar en una simple aceptación del dolor, y más cuando Jesús a sus discípulos les propone como premisa de su discipulado y de su seguimiento el cargar con la cruz.
En este domingo 23 del tiempo ordinario (ciclo c) he descubierto, principalmente en el evangelio, que la CRUZ, que somos invitados a cargar, tiene más de renuncia que de dolencia o adversidad. Renuncia a todo aquello que me estorba en el seguimiento fiel del Maestro. Por lo que al hablar de cruz la reconozco, por ejemplo, más en la comodidad que en la enfermedad, más en la mediocridad que en una contrariedad, más en mirarse al ombligo que en el dolor.
El anuncio de que el Reino está abierto a todos, plantea necesariamente el problema de las exigencias que deben cumplir los discípulos, los que marchan siguiendo las huellas del camino propuesto por Jesús. El seguimiento del Señor pide, en muchas ocasiones desprendimiento, renuncia y despojarse… Por ello, los dichos que nos presenta el evangelio de hoy (Lucas 14, 25-33) nos quieren indicar que seguir al Maestro no puede ser una cuestión sujeta a un día marcado en rojo en el calendario o a unos momentos concretos o fruto del azar, sino que conlleva necesariamente una dedicación total y no parcial.
Una vez más, te invito a que no leas la Palabra de Dios en su literalidad porque te escandalizaría el tener que optar en esta vida entre el amor al evangelio y el amor a padres, hijos, espos@s, hermanos y familiares. No se te pide, ni a ti ni a nadie, romper lazos de cariño y de amistad con tus seres más cercanos, sino que más bien se busca que comprendas que nada puede haber en este mundo que obstaculice tu compromiso del seguimiento del Maestro. «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío»
Responder positivamente a la llamada no te abre un mundo de facilidades, donde todo va a ser un camino de rosas, donde no va existir la dificultad ni las preocupaciones. Decir SI al estilo de vida que te propone Jesús y vivirlo en su integridad te exige el estar preparado, “cargar con la cruz” y “seguirle”. Por eso, se deben sopesar las dificultades y los costos del compromiso por el Reino (Lucas 14,26) como hace un constructor al iniciar la edificación de una torre o un rey antes de comenzar una batalla.
“Cargar con la cruz” no supone un peso adicional a las dificultades de la vida sino un estilo de vivir lo cotidiano a la luz de las exigencias del Reino, siguiendo los pasos marcados por Jesús. Las dos parábolas (constructor y el rey) nos están invitando a valorar, desde la prudencia, nuestras posibilidades de responder a las demandas del evangelio, pero teniendo siempre como horizonte la renuncia total como condición para ser discípulo. «Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».
La radicalidad en el seguimiento de Jesús y de su evangelio tiene unas consecuencias, incluso en lo que se refiere a los bienes materiales, sino fuera así podríamos pensar que nuestras opciones de fe y vida cristiana son "palabritas bonitas" pero muy huecas y vacías.
Reflexión: La revolución de Jesús consiste en que aquel que quiera ser discípulo suyo debe “cargar con la cruz”. Se convierte, por lo tanto, en una necesidad para el discípulo saber traducir la palabra cruz en el aquí y en el ahora, en este momento concreto de su historia. En muchas ocasiones, cuando nos hemos referido a la cruz que debemos cargar sobre nuestros hombros, hemos querido expresar y/o entender aquellas adversidades que atentan contra nuestra salud. Con este sentido hemos reducido, sin mala intención, la cruz al sufrimiento físico, emocional y espiritual.
Sin embargo, la cruz que se nos propone en el
texto evangélico, va íntimamente unida a la misión del discípulo. Y por ello,
creo que cuando el Maestro pide a sus seguidores cargar con la cruz del día a
día, está haciendo referencia a aquellas dificultades, exigencias y
desprendimientos que nos exige nuestro seguimiento de Jesús.
Desde este punto de vista podemos reconocer nuestras cruces como discípulos en: vivir la pequeñez, la humildad y el servicio desinteresado para ser grandes, en ser el último para ser el primero, en vender todo lo que tienes y compartir con los pobres para tener un tesoro y ser rico, en levantarte y ponerte en camino para superar la tentación de la vida de fe basada en la comodidad…
Ahora es tu turno; descubre tu cruz de cada día, carga con ella y síguele.
Llama la atención el empleo del verbo aborrecer, odiar, despreciar. Según la manera oriental de hablar, “odiar” significa poner en segundo lugar algo porque ha aparecido en la vida de la persona un valor (en este caso Jesús y su mensaje) que es primero. Aborrecer a los familiares no tiene un sentido literal; sino que denota opciones y preferencias, fundamentalmente allí donde el padre, la madre o algún familiar llegaran a interferir en el seguimiento de Cristo o se opusieran al mismo.
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