Cuando realizamos un viaje, aunque nos detengamos a contemplar el paisaje, los monumentos o las ciudades que hay en nuestro camino, no podemos perder el objetivo que antes de iniciarlo nos habíamos propuesto. Ahora en el tiempo de vacaciones se hace más evidente que todo viaje tiene una finalidad y, sea cual sea ese fin, si queremos tener éxito en nuestra empresa, nunca podremos obviar el porqué de nuestra andadura.
En este domingo
21 del tiempo ordinario (ciclo c) se nos ofrece un texto evangélico que se
inicia recordando que Jesús pasaba por ciudades y aldeas camino de Jerusalén y
cumpliendo el objetivo de su viaje: enseñar
al discípulo, de ayer y de hoy, a ser autentico creyente, para que adquiera
unos rasgos de autenticidad, fruto del esfuerzo y no de la comodidad, el miedo
o la mediocridad.
Este objetivo del Señor en el camino a Jerusalén se dirige hoy también a nosotros y a nuestras comunidades de fe que proseguimos, entre tensiones y riesgos, en nuestro siglo XXI, el camino iniciado por Jesús.
En el evangelio (Lucas
13,22-30) encontramos, al inicio del texto, un conjunto de palabras de
Jesús sobre la entrada en el reino que explican la dificultad y la exigencia
del seguimiento: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha»
A la vez, estas palabras, son una advertencia para algunos judíos, que se creían con derechos sobre el reino, y sin embargo serán «arrojados fuera» mientras que vendrán otros hombres y mujeres, de todos los puntos cardinales y formaran parte de ese reino: «Vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios»
Con este texto que reflexionamos hoy, se nos invita a sentir que NO es suficiente haber oído la predicación de Jesús para poder pertenecer al reino, sino que es necesaria e imprescindible la conversión de nuestro corazón al evangelio y hacerlo vida mediante las obras. Pertenecer al pueblo de Israel, NO da automáticamente un asiento en el reino, se requiere la aceptación de la Buena Noticia y consiguientemente la conversión.
La referencia a la “puerta estrecha” no quiere ser una respuesta a la pregunta sobre el número de los que se salvarán. A Jesús no le interesa el número. Es, más bien, un interés de estimular al discípulo a emplear todas sus fuerzas, energías y acciones en buscar un bien mayor (la pertenencia al reino) y ponerse a su servicio. Estas palabras son por lo tanto una demanda al esfuerzo, imprescindible en el cristiano.
En los versículos finales de la segunda lectura (Hebreos 12,5-7.11-13) se nos invita a no perder el ánimo. Son unos versículos que podríamos aplicárnoslos a nuestra vida, especialmente cuando no sepamos cómo andar el camino de seguimiento del Maestro o cuando el esfuerzo no forme parte de nuestras actitudes: “fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura” Esta exhortación anima a superar el miedo de los cobardes, que paraliza y desalienta, y tener la actitud de confianza en Dios para poder vencer el temor que hunde y abate.
Reflexión: Podemos, si así lo deseas, dulcificar el evangelio y caramelizarlo. Pero hoy hablamos de actitudes y apuestas arriesgadas, de esfuerzo y de respuestas a Dios con nuestra propia vida. Hoy, se nos pide romper las seguridades de quienes se sienten (o nos sentimos) los selectos, están (o estamos) en posesión de la verdad y caminan (o caminamos) sintiéndose (o sintiéndonos) los preferidos…. Pues ¡cuidado! con la sorpresa que nos podemos encontrar no vaya a ser que “otros” nos aventajen en la pertenencia al Reino y nosotros nos quedemos fuera, llamando a la puerta y argumentando razones por las que debemos estar dentro muy parecidas a las del evangelio: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. La respuesta a estos argumentos la conocemos: “No sé quiénes sois”. “No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”.
Frente al enchufismo y las falsas seguridades de quien se siente selecto y privilegiado, la “puerta estrecha” es la clave para la entrada al reino y explica con claridad la dificultad y el esfuerzo que exige el seguimiento de Jesús.
Esa “puerta estrecha” está abierta para todos. La salvación es universal. No nos pertenece el Reino con exclusividad a los católicos, como no pertenecía la salvación sólo a los israelitas. No son unos pocos los destinados a la felicidad eterna. La diferencia entre una puerta estrecha y una ancha no es el número de los que pasan por ella, (que verdaderamente poco importa) sino el esfuerzo que hay que hacer para acomodar nuestro cuerpo a las dimensiones de la puerta. Se requiere de más tiempo para pasar por la puerta estrecha y de más esfuerzo, pero todos podrán pasar porque como dice el salmo responsorial: “Firme es la misericordia de Dios con nosotros, su fidelidad dura por siempre”
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