Tiempo Ordinario. Domingo XV
De una u otra forma y en algún momento, somos “parabolistas”, no porque montemos antenas “parabólicas”, sino porque usamos el género literario de las parábolas para expresarnos. También nosotros, en ocasiones puntuales, sobre todo cuando queremos ilustrar a alguien con una enseñanza, usamos historias, tomadas de la realidad, que sirven para mostrar aquello que queremos enseñar.
Hablar en parábolas fue una de las formas de enseñar de Jesús. A través de ellas trataba de impactar y provocar una respuesta en sus interlocutores. Las parábolas que Jesús pronunció se conservaron en el seno de la comunidad y, en ellas, se fueron aplicando según las necesidades o circunstancias que en ese momento iban viviendo.
Por ello, al leer las parábolas hoy, en el siglo XXI, nos tenemos que dar cuenta y distinguir entre la forma original de la parábola y las diversas aplicaciones que después hicieron los cristianos. Igualmente en un ambiente tan “urbanita” como el que vivimos, donde lo rural queda para algún fin de semana o vacaciones, muchas de las parábolas de Jesús, ambientadas en lo cotidiano de sus conciudadanos, necesitan una puesta al día moderna porque si no “te las ves y te las deseas” para extraer la enseñanza que contienen. Con dificultad podrás enseñar el contenido de una parábola, ambientada en los quehaceres del campo, cuando algunos piensan que han crecido los alimentos en las estanterías de Mercadora, Carrefour o Día.
En este domingo XV del Tiempo Ordinario (ciclo a), bromas aparte, se nos presenta la “parábola del sembrador”; parábola que está presente en los tres sinópticos. En este año litúrgico leemos el texto de Mateo, quien actualiza y aplica las enseñanzas de la parábola a las necesidades de su comunidad.
En el evangelio (Mateo
13, 1–23) se percibe la preocupación del evangelista por intentar animar,
exhortar y fortalecer la fe de su comunidad. Mateo presenta a Jesús como el
Mesías, que es rechazado por unos y acogidos por otros. La parábola del
sembrador es ocasión para que aparezcan estas dos actitudes con claridad y
mostrar una enseñanza, porque ambas, rechazo y acogida, son incompatibles entre
la persona de Jesús, su mensaje y el Reino, donde no caben soluciones
intermedias.
Esta parábola, que es la primera de las siete que componen el discurso de las parábolas sobre el Reino de Dios en el evangelio de Mateo, describe no sólo los distintos tipos de corazones en los que cae la semilla de la Palabra y los distintos efectos que ésta produce en las diferentes personas según su disposición, sino que, además, en la visión del evangelista, los discípulos son los que encarnan la postura de los que acogen el Reino. Ellos son los pequeños a quienes Dios ha revelado los misterios de su Amor que, como indicaba el domingo pasado, son los predilectos, a quienes declara el Maestro dichosos, porque han sabido abrir sus ojos y sus oídos para escuchar su mensaje y ver en sus obras la llegada del Reino.
Se oponen a los discípulos, aquellos que no entienden porque tienen el corazón embotado y sus ojos y oídos cerrados. Por ello les habla en parábolas, pero es inútil, ellos viven tan metidos en sus propias seguridades, que no ven ni oyen y, por supuesto, no acogen.
El acento no está en el éxito o fracaso final de la siembra, sino en las diversas actitudes con que se acoge el anuncio del Evangelio. Por ello entre la tierra buena y la mala están también otros tipos de terreno como el pedregoso, que representa al corazón sin profundidad, donde el amor es inconstante y pasajero. O la semilla que cae entre zarzas, la cual crece mínimamente pero es asfixiada por “mini ídolos” que impiden al corazón crecer en su esplendor y reduce la presencia y crecimiento de Dios en nosotros.
Reflexión: La Palabra de Jesús no es estéril sino semilla de vida. En estos tiempos que vivimos en los que cuentan los resultados y la rentabilidad inmediata, podemos sentir la tentación de dudar o no creer en la eficacia de la Palabra. El evangelio de hoy es luz y esperanza para el que siente vértigo y se pregunta si sirve para algo práctico el mensaje que proclamamos los cristianos ante el mundo.
En muchas ocasiones pedimos resultados, cosechas, frutos abundantes y esplendorosos… pero nosotros, a imitación del Maestro, nos debemos preocupar por acoger, sembrar y dejar nacer la Palabra, con toda su fuerza, en nuestros corazones abonados y preparados y así convertirnos, desde nuestra experiencia evangélica personal, en transmisores de la Buena Noticia al mundo.
Amig@, da fruto en abundancia quien se deja transformar por la semilla plantada por el sembrador y quien acoge esa semilla haciéndola germinar día a día. Quien sólo acoge por apetencia y en algunos momentos lo tiene complicado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario