Tiempo Ordinario. Domingo XIV
Bien es verdad, que la persona inteligente no
es necesariamente un orgulloso, ni el ignorante es siempre humilde. En
ocasiones, a veces con más frecuencia de la que me gustaría, me encuentro con
personas que no tienen una gran capacidad intelectual y se presentan ante el
mundo como los "nuevos sénecas”, maestros que todo lo saben, doctores que de
todo hablan y catedráticos que para todo tienen sentencias irrefutables. Esta
especie, cuanto más abre la boca más mete la pata y más se expone al ridículo.
¡Cuidado! que no es especie en extinción sino que se reproducen por osmosis.
Por el contrario, cuántas personas realmente sabias, con muchas horas de estudio a sus espaldas, con varios reconocimientos y diferentes titulaciones, con experiencia… pasan por la vida sin hacer ruido, callados y sumergidos en la mayor de las humildades.
Si te detienes a mirar quién acoge y quién rechaza a Jesús y su mensaje, observarás que los “sabios”, los importantes, los que ocupaban la cátedra de Moisés, escribas y fariseos, no le quieren oír, le rechazan y le combaten con todas sus fuerzas. Sin embrago, los “pequeños”, los que para la sociedad de aquel tiempo no tenían valor alguno por su condición social e ignorancia, son los que le acogen y a los que se les revela el evangelio, las cosas verdaderamente importantes que dan vida al corazón.
En este domingo XIV del Tiempo Ordinario (ciclo a) las lecturas me hacen comprender, no que la ignorancia sea una virtud o que ser sabio sea un demérito, sino que la preferencia de Dios ha cambiado de destinatario. La revelación de Dios y de la Buena Noticia, es para los sencillos, los pequeños, para aquellos que saben y tienen la capacidad de la humildad para recibir a Jesús y acogerle.
El evangelio (Mateo 11, 25–30) recoge tres sentencias que posiblemente fueron hechas en tres momentos distintitos. En un ambiente de rechazo e incredulidad ante el mesianismo de Jesús, el Maestro responde que sólo los pequeños son capaces de acoger la revelación del Padre.
Los “sabios y entendidos” son, en el contexto del este Evangelio, los maestros de la ley, los fariseos, los sumos sacerdotes… es decir, una minoría que tienen en sus manos el poder social y religioso; gente importante, observantes de prácticas religiosas, seguras de sí mismas, que desprecian al pueblo marginado y a quienes cargan con fardos pesados. Estos permanecen ciegos ante las palabras de Jesús y rechazan no sólo su mensaje sino su persona. No pueden comprender, ni aceptan, ni entienden a este Jesús. “El chiringuito” que tienen montado hace aguas y eso no lo pueden permitir.
La “gente sencilla”, “los pequeños” no designa a los niños en oposición al termino adulto, sino aquellos que se opone a los sabios y entendidos. Designa, en esta ocasión, para mí, los humildes que tiene capacidad de acoger y sentirse necesitados, los que no tienen cultura, ni competencias religiosas, ni habilidad dialéctica, ni facilidad de palabra. Son los rechazados que andan como ovejas sin pastor, los “no invitados” al banquete y que aparecen tantas veces en el evangelio y con los que Jesús se sentó en muchas ocasiones para compartir mesa y mantel.
A ellos se les ofrece y se les da a conocer
la revelación, la pertenencia al Reino, el amor de Dios y su predilección. Se
produce un giro de 360 grados con la llegada de Jesús: ha cambiado el
destinatario privilegiado de la revelación de Dios, de la noticia del Evangelio.
Sólo quien es pequeño, se deja invadir por el Evangelio y está abierto a la
novedad del Reino que trae Jesús, sólo quien se siente fatigado, quien necesita
descanso está en disposición de descubrir el “alivio” que ofrece Jesús que es «manso y humilde de corazón… Porque mi yugo
es llevadero y mi carga ligera.»
Reflexión: Amig@s, entre
muchas cosas que se nos revelan en este pequeño texto del evangelio, encuentro
una actitud que debemos vivir los cristianos: abrirnos a Dios para encontrar en
Él nuestro descanso. Y para ello, tenemos que despegarnos de todas
nuestras prepotencias y hacer crecer un corazón sencillo. Si no das espacio en
ti al sentirte necesitado, incluso te diría mendigo, va a ser muy complicado
que aciertes a abrirte a Dios.
Tu mayor enemigo en esta apertura creo que
puede ser la “autosuficiencia”. Cuando crees que nada ni nadie y, por
supuesto, menos aún Dios, puede tener sitio en tu vida, o no puede añadirte
absolutamente nada, porque tú eres el ser superior encarnado… va a ser
complicado que entiendas esta Palabra de Jesús que te propone el estilo de la
pequeñez, la humildad y la sencillez para sentir la predilección de Dios por
ti.
No quiero darte más la brasa. Estás ante un Dios distinto, diferente, atípico… que no se deja manejar al antojo y capricho de los poderosos y catedráticos del dogma y la moral, sino que mira a los sencillos y siente verdadera predilección por ellos.
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