jueves, 16 de noviembre de 2023

ESCONDER BAJO TIERRA

 

Tiempo Ordinario. Domingo XXXIII

No cabe duda que, en la sociedad y cultura en la que nos movemos, hay un interés cada vez mayor por la autoestima. No faltan en este terreno publicaciones de libros, talleres de desarrollo personal y cursos formativos que se organizan. Cierto que, en algunos sectores, advierto un cierto recelo a todo lo que lleva el apelativo de autoestima, pues se piensa que puede llevar a un actitud de autocomplacencia, egoísmo creciente e individualismo insolidario… lo que técnicamente se denomina “narcisismo”.

Pero entre autoestima y narcisismo hay una distancia tremenda. La importancia de la autoestima estriba en que no te puedes desentender ni olvidar de ti mismo, mientras que el narcisismo es la preocupación extrema por sí mismo,  tener un aire de superioridad irrazonable, necesitar constantemente de la admiración excesiva de los demás, sentir que mereces tener privilegios y recibir un trato especial y hacer que tus logros y talentos parezcan más importantes de lo que son…. Aquí, la empatía brilla por su ausencia.

En este domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (ciclo a) la Palabra de Dios es una invitación a descubrir lo que Dios ha sembrado en nosotros, descubrir las posibilidades que tenemos, aceptar nuestras limitaciones con paz y reconocer nuestros defectos sin ser víctimas de la desconfianza en nosotros mismos. Por ello, enterrar o esconder bajo tierra los talentos recibidos de Dios es un grave error del cristiano, mientras que arriesgar, hacerlos fructificar es una llamada al compromiso y a tomar la iniciativa.

El evangelio (Mateo 25,14-30) nos presenta una nueva parábola conocida como “los talentos”. En ella se dan dos posturas ante la responsabilidad de construir el Reino de Dios. La primera de ellas es representada por los criados que negocian y consiguen hacer producir sus talentos. Estos son felicitados y recompensados. Y es que en el Reino de Dios lo que cuenta es haber puesto, al servicio de él, todos los dones que uno tiene. La segunda postura la representa el criado que conserva y entrega lo que ha recibido sin haberlo hecho producir.  Sus justificaciones de nada le sirven y es considerado “un empleado negligente y holgazán”. Todo lo que había percibido se le quita y se le expulsa porque su pretendido camino no le conduce a la luz sino a las tinieblas.

Este segundo personaje sólo concibe un Dios que se mueve entre recompensas y castigos. Por ello se expresa en estos términos: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces…” Lógicamente, a este Dios se le tiene miedo, se esconde el talento bajo tierra y se le devuelve intacto.

El Dios que nos presenta Jesús, el Dios del nuevo Reino, no se cansa de amar libremente y de invitarnos a dar fruto. Su amor desborda nuestros muros de egoísmo y falsas seguridades. No podemos enterrar, en una caja fuerte, la siembra de los talentos que Dios ha hecho en nosotros bajo el pretexto de conservarlos inmaculados y protegerlos de los peligros del mundo. No podemos andar en el seguimiento de Jesús teniendo miedo a Dios, sino que deberemos arriesgar, apostar y tener coraje para poder entrar y gozar de la fiesta alegre del “banquete de tu Señor”.

En la primera lectura (Proverbios 31,10-13.19-20.30-31) somos invitados a observar la buena marcha de una hacienda rural gracias a una mujer que es buena administradora y responsable del hogar. En forma de poema se nos describe que el trabajo, también el interior y espiritual, merece ser cantado y sus obras alabadas. “Tumbarte a la bartola”, creo que es la misma expresión que “fui a esconder mi talento bajo tierra”, sólo que en el primer caso, es por pereza y en este segundo, por miedo.

Reflexión: Es un grave error enterrar la vida de manera estéril. La parábola condena al tercer empleado por enterrar el talento, sin arriesgarse a hacerlo fructificar. Es una llamada a tener iniciativa y creatividad, pero, por encima de todo, es una llamada al compromiso responsable en la fe.

Creo que debemos, tú y yo, empezar a descubrir lo que Dios ha sembrado en nosotros y, desde una autoestima y aceptación de las maravillas que el Creador ha puesto en nuestros corazones, reconocer luces y sombras, talentos y limitaciones. Quien sabe aceptarse así, no vive ensimismado, enamorado de su propia imagen y encerrado en un egoísmo insolidario. Al contrario, se siente responsable de los talentos recibidos y se arriesga a trabajarlos, aumentarlos y transmitirlos buscando una Vida mejor.

Amig@ no vienes a este mundo partiendo de cero, tienes valores y oportunidades. Tienes talentos y se te invita a trabajarlos. El Reino de Dios cuenta con tu colaboración para que crezca. Si se apodera de ti la pereza y el miedo habrás perdido tu misión, dejarás inerte el Reino y en tus manos habrá vacío. No entierres las posibilidades que posees. Dios sí que confía en ti, igual más que tú en ti mismo, fíjate si confía que te ha rodeado de talentos y cuenta contigo.

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