
Domingo
XXV del Tiempo Ordinario
Todos pertenecemos a varias comunidades al
mismo tiempo: familiar, social, laboral, deportiva, recreativa, religiosa… En
todas ellas, estamos llamados a desempeñar una función específica. Ahora bien,
ninguna de ellas funcionará correctamente si el principio que predomina es
querer ser el primero a cualquier precio, incluso hasta pisar al otro,
ningunearlo y desacreditarlo para que él sirva de trampolín para que tú escales
y trepes.
“Estamos a tu servicio, servirle es un
placer. Servir es nuestro slogan y nuestra especialidad…”; frases y lemas como
estos o parecidos los escuchamos de forma cotidiana en firmas comerciales, en
diversos profesionales, en políticos y personas públicas (sobre todo en campaña
electoral) Estos suelen conjugar el verbo servir de forma rentable, de tal
manera que a ti y a mí, al final, ese servicio termina pasándonos factura.
En este
domingo XXV del Tiempo Ordinario (Ciclo b) el “servir de Jesús” que
propone a sus discípulos, es servicialidad sin factura ni cargo adicional. No
espera compensación, sino que es fruto de la entrega incondicional y
desinteresada, que es la base de nuestra religión, como te anunciaba el domingo
pasado.
Te adelanto que el servicio es el impulso vital
de toda comunidad que se precie de ser cristiana. Y que cristiano es la persona
que, mirando a Jesús y siguiendo sus huellas, encuentra en la actitud de
servicio sin factura, el sentido de su vida. El cristiano no es una persona que
presta servicios, sino el que hace de su ser en el mundo un servicio, una
entrega generosa.
En la lectura del evangelio (Marcos 9,30-37) Jesús continúa
instruyendo a sus discípulos, por extensión a ti y a mí. El evangelista recoge
una serie de palabras pronunciadas por el Maestro con las que enseña a los
discípulos de todos los tiempos a sentar las bases de su vida espiritual y de
la comunidad. Igualmente, el evangelista retrata, en el texto, las comunidades
cristianas de su tiempo, donde peligrosamente andaban preocupándose por rangos,
prestigios, poderes, puestos de honor… preocupaciones que si se mira al
crucificado resultan vergonzosas.
Este pasaje evangélico consta de dos
perícopas. La primera de ellas, es el nuevo anuncio de Jesús de su muerte y
resurrección «El Hijo del hombre va a ser
entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los
tres días resucitará.» La segunda, es la enseñanza sobre el poder del
servicio y la comunidad «Quien quiera ser
el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»
El Señor no deja pasar la oportunidad para
instruir a sus discípulos sobre quién y cómo es el Mesías. Lo hace en la
intimidad y sin que nadie se entere. Pero ellos siguen sin comprender «no entendían aquello, y les daba miedo
preguntarle» En esta ocasión, a diferencia del primer anuncio de su pasión
(Mc 8,31), la actitud de los discípulos
es que, víctimas del asombro, ni contradicen, ni replican, ni se atreven
a preguntar a Jesús por sus palabras de entrega, muerte y resurrección.
Será el Señor quien rompa el silencio y una
vez en casa, les pregunta: «¿De qué
discutíais por el camino?» ¡Qué contraste! El Maestro, día tras día, les ha
dado testimonio de servicio, mostrándoles que el Mesías no busca ni poder ni
prestigio humano, y ellos, sin embargo, sólo tienen la preocupación de saber
quién es el más importante. Por esto, guardan silencio y seguro que
enrojecieron de vergüenza ante semejante pregunta de Jesús. La respuesta a sus
pretensiones de primeros puestos es definitiva: «El primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»
La referencia a los niños, bien entendida,
tiene una enorme carga social, pues el niño, en aquella cultura representaba a
lo pequeño, indefenso y socialmente irrelevante. Pero al mismo tiempo, era un
ser entrañable, puro y abierto a la esperanza de un futuro nuevo y mejor. Es el
símbolo de los miembros de la nueva comunidad.
Reflexión: ¡Uf! La nueva norma
que Jesús inculca a sus discípulos es tan desconcertante que la sociedad y la
Iglesia, aunque a veces se atrevan a proclamarlo, siguen educando en otros
valores y principios. Sí amig@, una medición así de la importancia personal, es
al menos en la sociedad en la que te mueves, desconcertante. Observa
detenidamente las comunidades a las que perteneces (familia, trabajo, ámbito
social, político...) y mira si no se busca hacer ver o dejar bien clarito quién
es el que manda.
El evangelio es clarificador ya que cambia la
lógica del poder oponiéndole, desde el Reino, el valor del servicio como norma
de conducta para quien quiera seguir a Jesús y pertenecer a su nueva comunidad.
El ser el primero no se mide por el puesto que ocupas, sino por hacer de tu
vida una entrega y servicio desinteresado, sin pasar facturas de lo realizado,
ni cobrar cuotas de permanencia. ¡Ya, ya… sé que eres persona y no un ángel!
Con eso contaba.