martes, 10 de septiembre de 2024

“ENTRANDO EN CRISIS”


Domingo XXIV del Tiempo Ordinario 

Mira que he usado veces la palabra “crisis” y, sin embargo, qué difícil me resulta poder darte una definición concreta de ella. Creo que no eres ajeno, al menos, a la sensación de haber vivido, en algún momento de tu vida, sumergido en una crisis, más o menos profunda. En un estado temporal de agitación y desorganización, en el que te ves desbordado a la hora de afrontar una situación. En aquellos días en los que percibes que todos los métodos que usas para afrontar dificultades no son suficientes y crece en ti la insatisfacción, incluso la tristeza, que se reproduce en tu rostro.

En este domingo XXIV del Tiempo Ordinario (Ciclo b) descubro, en la Palabra de Dios, ese momento de crisis, tanto de Jesús como de sus discípulos. Podrías pensar que lo esencial de estos textos es la “confesión de Pedro” (no digo que no lo sea) pero creo que, tras los inicios esperanzadores de la misión y vida pública de Jesús, se llega a un momento en el que el Maestro pregunta sobre su persona y acciones, ya que tiene la sensación que, en muchas ocasiones, han sido malinterpretadas y no han dado el resultado que Él esperaba. No han provocado fe en el Reino, sino más bien ceguera en los dirigentes y en el pueblo, ya que se quedan en la inmediatez del acto, hasta el punto de que le buscan como un líder que les “saque las castañas del fuego”

Perdona si me extralimito en mis funciones en esta reflexión, pero yo creo que Jesús se pregunta sobre sus logros y pienso que está más en el ámbito de la incomprensión y del fracaso que en la alegría de cómo ha sido acogido.

La lectura del evangelio (Marcos 8,27-38)  es el final de la primera parte del texto de Marcos. Ha llegado el momento de preguntarse por su práctica, por su identidad. Es una cuestión vital. Lo hace con una doble pregunta dirigida a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» «Y vosotros, ¿quién decís que soy?» Jesús necesita saber qué es lo que piensan los de fuera (la gente) y los de dentro (los discípulos) para saber si sus palabras, obras y gestos acercan el Reino y responden a lo que Dios quiere y para lo que Él ha sido enviado.

La respuesta de los discípulos y de Pedro es frustrante hasta el punto de pedirles que guarden silencio «Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie» Parece que deberíamos  esperar una felicitación porque Pedro, que representa a los Doce, al final ha comprendido que Jesús es el Mesías. Sin embargo, la respuesta de Pedro, no se corresponde con lo que Jesús piensa de sí mismo, ni con lo que Dios quiere de Él. Pedro no acepta un Mesías de entrega, que tenga que padecer, ser condenado y ejecutado (lo de resucitar ni se lo plantea porque no lo entiende) Pedro anhela un Mesías triunfal, con poder, dueño y señor.

Por ello, el Señor comienza a instruirles, anunciando su pasión e invitándoles a seguirle desde el negarse a sí mismo y desde su misma entrega «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga… el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará» Esta va a ser la única manera de pertenecer a Jesús, de ser su discípulos y de conservar la vida. En el momento de crisis el criterio aparece nítido.

Reflexión: Jesús te invita a cargar con la cruz y a perder la vida para ganarla. El Señor está mostrando no sólo su misión y destino, sino también la de aquellos que le sigan. Situarse al lado de Jesús significa cargar como Él con la cruz. Y optar por el Reino implica el riesgo de la propia vida.

La amenaza más peligrosa para el cristiano es el rechazo de la cruz. Un Cristo-Mesías ejecutado era inconcebible. La cruz sigue siendo hoy escándalo y locura. No dulcifiques la cruz ni le quites dureza. Acéptala porque supone asumir la realidad del Mesías. No traduzcas “cargar con la cruz” como un soportar las contrariedades de la vida, las enfermedades y los sufrimientos. Esto sería, para mí, descafeinar la propuesta del Maestro y hacer un reduccionismo de las palabras del Evangelio.

Tomar la cruz para el discípulo, primeramente, es convertirse de raíz, asumir los criterios de Dios, que a menudo no concuerdan con los nuestros, ni con nuestros juicios, gustos y valoraciones. Cargar con la cruz es apostar por una vida de entrega y solidaridad. El discípulo que apuesta toda su existencia por el “tener” queda empobrecido. La vida en plenitud es donación del amor. Por último, entiendo por cruz el dar testimonio de la fe, incluso cuando ello te acarre desprecios, burlas, incomprensiones….

Te invito a que te despiertes por la mañana, temprano, con la seguridad de que Dios es tu fuerza. Es la imagen que nos ofrece la primera lectura (Isaías 50, 5-9a) Un prisionero que espera el momento del juicio con esperanza de sentir “cerca al defensor”, el Señor mismo se hará cargo de su defensa. Este personaje es consciente de su misión y de su destino. ¿Y tú, también lo eres?

No hay comentarios:

Publicar un comentario