jueves, 5 de septiembre de 2024

“LA SORDERA Y MUDEZ DE CADA UNO”

 

 Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

Bien es verdad, que cuando escucho ciertas cosas provenientes de lenguas desatadas, yo mismo, sin intermediarios, pido, como Mafalda, que “el mundo se pare que me quiero bajar”. Igual es que el hartazgo ante situaciones y disparates que uno observa en su día a día, le provocan ganas de abandonar este planeta, salir corriendo y entrar en sordera y mudez profunda. Existen ciertos personajes que si callaran un solo minuto de su vida, el mundo, en ese pequeño instante de tiempo, sería realmente bello. Igual es más fácil que me aplicara aquel proverbio del refranero castellano: “a palabras necias oídos sordos” Es decir, vivir en la indiferencia ante la necedad y prestar nula atención a las impertinencias que salen de ciertos labios que tienen como vocación el imponer su verdad, su estilo de vida y su forma de actuar.

Salvando esta circunstancia, en la que ruego y pido mudez y sordera, creo que existen otras muchas situaciones en las que es necesario que el ser humano “abra” sus oídos y lengua. El enfriamiento del contacto humano se extiende como una plaga, llegando a personas que realmente se sienten extrañas, sordas y mudas, ni escuchan ni hablan. Viven aisladas, incomunicadas. La soledad a la que se someten tiene causas diversas, pero casi siempre  su raíz en la insolidaridad, el egoísmo y la desconfianza

En este domingo XXIII del Tiempo Ordinario (Ciclo b) en la lectura del evangelio (Marcos 7,31-37)  Jesús abre los oídos y suelta la traba de la lengua a un sordo y mudo. El texto evangélico nos habla de la materialidad de la acción: “le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua”; de la clandestinidad: “Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte”; de la expresión de sus sentimientos: “levantando los ojos al cielo, suspiró”; de sus palabras: “Effatá», que significa: «Ábrete.” Y del resultado: “En seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente”. Una vez más, ha sido vencida la necesidad y el sufrimiento por la compasión y la misericordia.

Al que según la mentalidad de la época, era considerado un pecador y castigado por Dios con una enfermedad, Jesús, al curarle le devuelve la salud,  lo reintegra en la vida social de la que había sido apartado y le restituye sus derechos religiosos perdidos. Deja de ser marginado y se le manifiesta la universalidad del Reino de Dios. Cuando el Maestro sana a esta persona le está abriendo a la vida verdadera. Este sordo y mudo se convierte en símbolo del discípulo y del creyente de hoy, el cual debe dejarse tocar el corazón por el Señor, para que  abriendo sus oídos a la escucha de la Palabra y su lengua a la  proclamación de la fe siga al Maestro en su misión.

Finaliza el texto con una exclamación del pueblo “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Con ella se expresa el reconocimiento de Jesús como aquel que inaugura el tiempo de salvación anunciado por los profetas, como bien nos expresa la primera lectura de este domingo (Isaías 35,4-7a) “Dios viene en persona, resarcirá y os salvará. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán” 

Isaías anuncia un tiempo de alegría y ánimo; lo fundamenta en la cercanía de Dios, que está próximo y viene a salvar. La parálisis del corazón impide al ser humano emprender alguna acción porque la desesperanza hace aparición en la vida  y la incapacita. Sin embargo, el anuncio de la cercanía del Señor lo despierta de su parálisis espiritual y hace que se ponga en camino. “Decid a los que están desalentados: ¡Sed fuertes, no temáis: ahí está vuestro Dios! Él mismo viene a salvaros!”

Reflexión: Cuando sientas paralizados tus oídos y tu lengua… te ha llegado el momento de dejarte presentar por otros a Jesús. Así comienza el texto del evangelio de este domingo: “le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos” Cuando a tu vida lleguen las sorderas espirituales, que te incapacitan para proclamar tu fe, déjate ayudar, déjate llevar, déjate tocar por Él. Es el tiempo del silencio y de la escucha. Es el tiempo de tomar conciencia de tu propia sordera y mudez.

En la celebración del sacramento del bautismo, por el que hemos sido incorporados a la gran familia de la Iglesia, se encuentra el mismo gesto y la misma palabra de Jesús “Effatá”. El ministro del sacramento tocando con el dedo los oídos y la boca del bautizado dice: “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre”

Como discípulos y aprendices del único Maestro, hemos de tomar conciencia de haber sido curados de la sordera que nos impedía escuchar a un Dios que habla y comunica su Palabra. Se nos ha dado la voz para proclamar lo que hemos experimentado en nuestra propia historia del amor de Dios. Ahora, tocados por el Señor, es el momento de ponerse en pie y llevar al mundo su cercanía.

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