Bautismo del Señor
Para nada creas que soy un entendido en
lienzos o tablas pictóricas. Reconozco que no sé mirar un cuadro y que no
extraigo todo el jugo de lo que el creador ha querido plasmar en el lienzo. Más
bien, paso de largo lo importante, me detengo en detalles insignificantes y me
pierdo en las esquinas del marco. Admiro a quienes pasan horas, deteniendo el
tiempo, frente a una pintura del más variado estilo. Estoy convencido que quien
sabe contemplar un cuadro reconoce lo que está oculto a la vista, pero presente
en cada trazo del artista. Por ello, estas personas, no se dejan llevar por las
opiniones de otros, sino que en ellos afloran emociones y sentimientos propios,
fruto de saber mirar lo que el autor quiere expresar. Crean así su propia
conversación interior, un lenguaje entre la obra admirada y el admirador.
Esto que ocurre al mirar una pintura lo
puedes experimentar tú en cada relato evangélico. Cuando los evangelistas
describen el cuadro del Bautismo del Señor
(ciclo c), su atención no se centra tanto en el rito purificador del
agua como en la acción del Espíritu Santo que desciende sobre Jesús. No te
pierdas en las insignificancias que otros han dicho que representa el bautismo
de Jesús. Piensa que el evangelista quiere dejar claro, desde el comienzo del
ministerio del Maestro, que el protagonista de las páginas siguientes que serán
leídas, es el Hijo de Dios y Hombre verdadero lleno del Espíritu, que cumple la
promesa del Padre.
El evangelio (Lucas 3,15-16.21-22) contiene el gesto sorprendente de Jesús
bautizado por Juan. No es un gesto de conversión, ni Jesús es uno más de los
pecadores entre los cuales se sitúa, sino que Lucas presenta aquí al Señor como
miembro de la humanidad, inmediatamente antes de que la voz del cielo afirme su
carácter singular: «Tú eres mi
Hijo muy querido» Es como si se nos estuviera diciendo, adelantando el contenido del evangelio, que ese hombre que se presenta para ser bautizado es
el Mesías, el Ungido de Dios.
Es, en este momento, cuando da comienzo el
ministerio y la misión del Mesías. Todo su quehacer estará presidido por ser el "Hijo amado en quien Dios se complace". Por ello, Jesús es definido, desde el
comienzo de su labor, como un rey mesiánico que llevará a cabo su misión, no
desde el poder, sino siguiendo el ejemplo de humildad del Siervo (Primera
lectura)
En el bautismo Jesús vio el “cielo abierto”, sintió la “presencia del Espíritu” y oyó la “voz del Padre”. Estos
acontecimientos externos, visibles y auditivos, que tienen lugar después de
haberse bautizado, y mientras reza, nos hablan de la experiencia interior de
Dios que tiene Jesús. Dios lo declaró, en el Jordán, como su elegido, su
preferido… Desde aquel instante la vida del Maestro fue vida para los demás.
Allí comenzó la predicación de la Buena Noticia. Por ello, creo que el
Evangelio tuvo como punto de partida la más profunda experiencia de Dios que
podemos imaginar.
La presencia del Espíritu Santo acompaña esta
nueva tarea y este nuevo rumbo que adquiere la vida de Jesús. El Espíritu le acompañará en su
actividad de predicar el Reino, como después lo hará con los Apóstoles (Hechos
2,4 y 4,31) y estará presente en toda su misión con una actualización de su
fuerza.
La misión del Bautista ha terminado, se
inicia el tiempo en el que el centro es Jesús. Él ocupa el primer puesto. Sin
embargo no se encuentra solo, sino que le acompaña todo el pueblo. “Y sucedió que, cuando todo el pueblo era
bautizado, también Jesús fue bautizado”. No es el bautismo de Jesús un
hecho histórico simplemente a recordar, sino que es un aprendizaje de cómo
Jesús se intercala como uno de tantos, en medio de una masa de personas que se
sentían extraviadas y necesitadas de perdón. Cuando uno se siente así y palpa
el cariño de Dios, entonces y a partir de ahí, el Evangelio está en marcha.
Reflexión: Creo que se impone en nuestra vida un dejarse bautizar
por el Espíritu de Jesús y un actuar movidos por el mismo Espíritu que actuó en
la vida del Maestro. Y, tengo la sensación que la sociedad actual no está
demasiado abierta al Espíritu de Dios. Por ello, la fe es sustituida por
multitud de curiosas supersticiones, recetas, métodos, formulas y caminos de
salvación donde se intenta, de manera mágica, poner al Espíritu de Dios al
servicio de nuestros deseos y antojos.
Abrirse a este Espíritu es otra cosa. Se
trata de acoger con sencillez y humildad la presencia de Dios en nosotros.
Dejarse moldear por el Espíritu es vivir desde la fe la experiencia de Dios,
que es amor y que nos envuelve haciéndonos hijos y hermanos de otros que
caminan con nosotros.
Es el tiempo de saber mirar el magnífico cuadro del
bautismo de Jesús, expuesto para tu admiración, desde la perspectiva del
Espíritu que desciende y no desde el rito de purificación del pecado.