5º Domingo del Tiempo Cuaresma
En mis años de sacerdocio, allá donde he tenido que prestar un servicio pastoral, me he encontrado con lanzadores oficiales de pedruscos. Personajes que tienen la mala costumbre de sembrar malestar a su paso, basándose en la ley del embudo. Son todo un virus contagioso que se reproduce con suma facilidad, ya que, en nombre de no sé qué ley, se permiten condenar a otros en vez de calzarse sus zapatos. Estos cristianos de preceptos y normas, pero no de evangelio, optan por apedrear al otro pasando por alto el relato evangélico de este domingo y su propia conducta, que suele dejar mucho que desear. Esta actitud tiene un componente grande de vivir instalado en lo fácil e injusto ya que apelan a la ley del “cristiano ideal” de la que ellos se han autoproclamado modelos. En fin, en cada una de las piedras que arrojan se plasma aquello de la manga ancha para mí y estrecha para el otro.
En este domingo 5º del tiempo de cuaresma (ciclo c) te invito a que descubras que, frente a los lanzadores de piedras, Jesús muestra el rostro compasivo de Dios. Se nos ofrece un contraste entre nuestros juicios severos sobre los demás y los juicios indulgentes sobre nosotros mismos. Igualmente, puedes descubrir la diferencia entre el juicio implacable de “las personas de Dios por oficio, escribas y fariseos” que están dispuestas a acusar, juzgar, condenar y apedrear y el no juicio de Dios.
Comienza el evangelio (Juan 8,1-11) presentándonos a Jesús en el templo enseñando y a los puristas de la ley (letrados y fariseos) buscando la forma de comprometer y acusar al Maestro por saltarse la ley. Para ello, presentan a una mujer que «ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?» La narración tiene de trasfondo una nueva trampa tendida a Jesús por sus enemigos, ya que absolver iba contra la ley judía (Levítico 20) y condenar contra la ley romana que prohibía a los judíos matar por su cuenta.
La respuesta de Jesús, que hemos insertado en nuestro lenguaje, es conocida: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra» Es decir, el Señor a los acusadores les pide que se miren dentro de ellos y a la acusada le ofrece el perdón, la paz y un futuro nuevo. «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». Una vez más, este modo de obrar de Jesús manifiesta el rostro de Dios que, con su misericordia y perdón, elimina definitivamente el pasado y entrega a la mujer adultera un futuro nuevo. Con la no condena, Jesús rehabilita a esta persona ante Dios, ante ella misma y ante los demás. El perdón de Jesús es creativo. Acoger al señalado y acusado y obrar siempre con misericordia posibilita el cambio.
Por el contrario, los acusadores, en nombre de la ley de Dios, niegan a la mujer adultera este cambio, la condenan bajo las piedras que sostienen entre sus manos, no le ofrecen un futuro esperanzador, sólo buscan sepultar su pasado y a la persona misma. El castigo querido por los fariseos y letrados es estéril, no ofrece ningún porvenir.
Lo que esta mujer necesitaba no eran piedras, sino alguien que le ayudara y le ofreciera la posibilidad de rehabilitarse, salir de su postración y ser liberada. Menos resentimiento, ira o agresividad y más compasión, perdón y acogida. Menos dedos hipócritas y acusadores y más experiencia verdadera y sincera de perdón.
El contenido del evangelio de esta semana es claro: invita a no hacer juicios sobre los demás y menos aún a declarar culpable a nadie. Jesús vino a salvar al ser humano en su fragilidad, no a perderlo, ni condenarlo. Por ello, el Maestro, rompiendo los moldes del puritanismo de la época, deja libre a la mujer y le concede el perdón y un nuevo camino de vida.
Reflexión: No todos, pero la mayoría de los apedreamientos que se realizan en el seno
de nuestra Iglesia tienen que ver con el sexo. Parece que supervaloramos este
aspecto y, por ello, desestímanos, e incluso nos oponemos férreamente, a la
colaboración en la vida de la comunidad de aquellos que no tienen una vida
reglada o una vida matrimonial sin disolución del vínculo o una concreta
tendencia sexual. Hemos perdido muchas energías apedreándolos y poco hemos
trabajado para localizar el auténtico pecado que separa de Dios y aísla de los
hermanos.
La imagen de la mujer adultera junto a Jesús puede representar a cualquier comunidad de fe, a cualquiera de nosotros, que necesitamos acogida y compasión para rehabilitarnos. Frente a tantos enjuiciamientos y condenas fáciles, el Señor nos propone no condenar a los demás desde la fría objetividad de una ley, sino a comprenderlos desde nuestra propia conducta personal. Antes de arrojar pedruscos contra nadie, hemos de saber juzgar nuestro propio pecado, entonces quizás descubriremos que lo que muchas personas necesitan no es la condena, sino que alguien les ayude, escuche y rehabilite. ¡Menos piedras y más misericordia!