Domingo de Pentecostés
Podríamos desaparecer una temporada y nos daríamos cuenta que las noticias son las mismas y tienen los mismos protagonistas según el tiempo en el que nos encontremos. Hoy, el protagonismo es la PAU, la antigua SELECTIVIDAD o EBAU. En el mes de julio quien se lleva la palma son las vacaciones y el estado de las carreteras con los millones de desplazamientos. En septiembre la vuelta al cole con niños llorando por entrar por primera vez en el mundo estudiantil. Después “Halloween” y los cementerios. Mas adelante las cenas de empresa, las comidas del día de Navidad y los precios exorbitados de los langostinos, a lo que hay que unir las nuevas tendencias de los regalos del día de Reyes y la familia “Fernández” que deja entrar las cámaras de televisión en su casa para captar el momento en el que los más pequeños se despiertan a abrir regalos. Por Semana Santa nos ofrecerán los cofrades que aparecen con la túnica colgada en la puerta o en la lámpara de comedor… y así sucesivamente, porque todo es cíclico.
En nuestra Iglesia también son cíclicas las celebraciones y, después de la Ascensión del Señor, a los cincuenta días de la Resurrección, celebramos la festividad de Pentecostés, donde se nos muestra que el protagonista de la acción de Dios, de la nueva y definitiva etapa de la salvación es el ESPÍRITU SANTO. Él será el impulsor de la comunidad para que lleve a cabo la misma misión del Maestro.
En la primera lectura (Hechos de los Apóstoles 2,1-11) y bajo la escenografía de una teofanía o visión (viento, lenguas de fuego, ruido…) que nos recuerda “al día del Señor” de los profetas (ver: Joel 3,1-5), se nos muestra cómo se inicia la acción de Dios en la nueva y definitiva etapa de la historia de la salvación.
El protagonista es el Espíritu de Dios que
podemos entender como la fuerza y presencia activa del Señor que obra la
salvación de los hombres. El Espíritu constituye al grupo de los discípulos en “testigos”
ante todos los pueblos, representados por los oyentes (Hechos 2,9-11) No hay
frontera para la salvación, todos los hombres están destinados a ella porque la
salvación es universal. De ahí que todos entienden el mensaje de los apóstoles,
cada uno en su lengua «¿No son galileos todos esos que están
hablando?... cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra
propia lengua»
La dimensión comunitaria es muy importante en este pasaje y en todo el libro de Hechos de los Apóstoles. Un grupo recibe el Espíritu Santo, un grupo lo anuncia y crea una comunidad de convertidos y misioneros. Por la acción del Espíritu nace la Iglesia, al menos de forma pública y oficialmente.
El evangelio (Juan 20,19-23) ya fue meditado en el segundo domingo de Pascua (ver nota o comentario) La comunidad se encuentra reunida y Jesús les regala, no sólo la paz, el perdón y la alegría sino, sobre todo el don del ESPÍRITU SANTO. «Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo» El evangelista proclama y muestra que la comunidad cristiana se constituye alrededor de Jesús vivo y presente. Él está en su centro, libera del miedo y de la estrechez de miras, les otorga confianza y seguridad. De Él recibe la comunidad la misión y el Espíritu para llevarla adelante.
La presencia del Espíritu lo llena todo, lo invade todo, lo impregna todo “como un viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban” Así lo expresa el texto de Hechos de los Apóstoles, invitándonos a sentir que el “viento” da unidad al grupo reunido. El Espíritu crea comunidad y les capacita para hablar (“lenguas de fuego”)
“Se llenaron todos de Espíritu Santo”, Todos recibieron un don otorgado por Dios y así los primeros cristianos están preparados para su ministerio de testimonio y con ánimo valiente para dirigirse a todos los presentes, incluidos judíos reunidos en Jerusalén.
Con el cumplimiento de la promesa del Espíritu Santo concluye la fase de la intervención de Dios en la historia y da comienzo la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios.
Reflexión: Una de las convicciones fundamentales de las lecturas de este domingo es la presencia del Espíritu en nosotros, que nos capacita para dar testimonio del Resucitado y generar un estilo nuevo de vida en la comunidad y en el mundo. Nosotros, al igual que aquellos primeros discípulos, llenos, ungidos y crismados del Espíritu Santo, estamos capacitados para la misión, que no es una orden, sino un fuego interior que nos pone en movimiento para crear vida y llevar adelante el proyecto de Dios.
“Ser crismado es lo mismo que ser Cristo, ser mesías, ser ungido. Y ser mesías y cristo comporta la misma misión que el Señor: dar testimonio de la verdad y ser, por las buenas obras, fermento de santidad en el mundo” (Ritual de la confirmación)
https://parroquiabeataguadalajara.blogspot.com/2025/04/a-pedales-o-motor.html
ResponderEliminarEn esta dirección puedes encontrar el articulo que corresponde al comentario del segundo domingo de Pascua.