El mensaje de Jesús es claro y rotundo: «Amad
a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian». ¿Qué podemos hacer con estas palabras?,
¿suprimirlas del Evangelio?, ¿tacharlas como algo absurdo e imposible?, ¿dar
rienda suelta a nuestra irritación?...
Tal vez, hemos de empezar por conocer
mejor el proceso del perdón.
1.- Es importante, en primer lugar, entender
y aceptar los sentimientos de cólera, rebelión o agresividad que nacen
en nosotros. Es normal. Estamos heridos. Para no hacernos todavía más daño, necesitamos recuperar en lo posible
la paz y la fuerza interior que nos ayuden a reaccionar de manera sana.
2.- La primera decisión del que quiere perdonar es no
vengarse.
No es fácil. La venganza es la respuesta casi instintiva que
nos nace de dentro cuando nos han herido o humillado. Buscamos compensar
nuestro sufrimiento haciendo sufrir a quien nos ha hecho daño. Para perdonar es importante no gastar
energías en imaginar nuestra revancha.
3.- Es decisivo, sobre todo, no alimentar nuestro resentimiento. No permitir que la hostilidad y el odio se
instalen para siempre en nuestro corazón. Tenemos derecho a que se nos haga justicia; el que perdona no renuncia
a sus derechos. Lo importante es irnos curando del daño que nos han hecho.
4.- Perdonar puede
exigir tiempo.
El perdón no
consiste en un acto de la voluntad que lo arregla rápidamente todo. Por lo
general, el perdón es el final de
un proceso en el que intervienen también la sensibilidad, la comprensión, la
lucidez y, en el caso del creyente, la fe en un Dios de cuyo perdón
vivimos todos. Para perdonar es necesario a veces compartir con alguien
nuestros sentimientos, recuerdos y reacciones. Perdonar conlleva recordar el daño recibido de una manera menos dañosa
para el ofensor y para uno mismo.
El que llega a
perdonar se vuelve a sentir mejor.
Es capaz de desear el bien a todos incluso a
quienes lo habían herido.
Quien va entendiendo así el perdón, comprende que el mensaje de
Jesús, lejos de ser algo imposible e irritante, es el camino más acertado para ir
curando las relaciones humanas, siempre amenazadas por nuestras
injusticias y conflictos.
(Autor: Pagola)
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