jueves, 31 de octubre de 2019

NECESIDAD DE ORAR HOY


En la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, se nos muestra al ser humano en una estrecha relación de amor con Dios.
Los personajes centrales de la historia bíblica y el pueblo de Israel  viven la unión con Dios por medio de la oración, bien comunitaria o bien de forma personal.
El Templo será el lugar sagrado por excelencia para el encuentro con la divinidad, pero no se descarta la presencia de Dios en otros lugares, como la montaña o el desierto, para poder hablar con Dios, reconociéndole como “El Santo

Será Jesucristo quien revolucione la religión judía llamando a Dios: “Abba” (Papá,); será Él quien nos muestre como hacer auténtica oración desde la humildad y sencillez de corazón, y será quien nos enseñe a rezar con la oración del Padre Nuestro.

El mismo Jesús de Nazaret salpica los momentos más importantes de su vida con la oración. Cristo precede a cada acontecimiento vivido, la relación íntima y personal con su Padre y así queda reflejado en las innumerables citas de los cuatro evangelistas.

Desde las primeras comunidades cristianas la oración ha sido el elemento principal para la unión de los hermanos, la perseverancia en la fe y para ejercer un serio apostolado.
Los primeros cristianos, por medio de la oración, alababan, daban gracias o pedían, buscando hacer de cada instante de la vida un encuentro con Dios Padre.

Para el cristiano de hoy, la oración no puede ser algo aleatorio, circunstancial u ocasional en la vida, sino que debe ser: fuerza en la debilidad, paz en el desasosiego, luz en la oscuridad, esperanza en la desilusión, seguridad, camino y escuela en la misión...
La Iglesia necesita hombres y mujeres de oración perseverante que estén unidos a Dios en una relación de vida. Reconocemos a Cristo como el manantial que nos ofrece la gracia, y de tal manera es dador de gracia, que si queremos ser fuente que mane vida no podemos estar separados de Aquel que es la “Vida”.
Oremos, por lo tanto, con constancia en todo momento, también en la dificultad. Oremos desde la actitud de humildad y sinceridad, ya que el secreto de nuestra oración, no se fundamenta en hacer formulas perfectas con gran contenido teológico, sino que se fundamenta en la actitud con la que nos presentamos ante Dios: pobres y dependientes de Él, como la de un niño desvalido en los brazos de su madre.
Y por último, oremos sabiendo que nuestra actitud ante Dios, no puede ser diferente a nuestra actitud ante los hombres. Presentémonos al mundo que nos rodea como personas sencillas, humildes… jamás despreciemos “al otro” y como el publicano del evangelio volveremos a casa justificados, “porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido (Lc 18,9-14)

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