
Sería muy presuntuoso, por mi parte, el
pretender establecer, con carácter infalible, una serie de principios
inmutables sobre cómo Dios ama. La razón principal para no adentrarme en este
riesgo de “traductor oficial de Dios”,
es que creo que todo lo concerniente al amor divino nace de una experiencia
propia con Aquel que sé que me ama. Y cuando entramos en el terreno de las
experiencias propias cada cual tendrá la suya y no tienen por qué coincidir con
la mía.
Sí que intuyo, en las lecturas de este domingo 6º del tiempo de Pascua (ciclo b),
algunas características del amor de Dios, al menos, su iniciativa y su
universalidad. Y advierto una cadena de triple dirección: el amor del Padre al
Hijo, del Hijo a los discípulos y de los discípulos entre sí.
Ya la primera lectura (Hechos de los Apóstoles
10,25-26.34-35.44-48) nos ofrece una primera aproximación al carácter universal del amor de Dios cuando Pedro dice:
«Está claro que Dios no hace
distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación
que sea.»
Te recomiendo que amplíes la lectura a todo
el capítulo 10 de Hechos y no te
conformes con lo que se lee el domingo desde el altar-ambón, porque es
interesante que conozcas quien fue Cornelio (primer pagano admitido al
cristianismo por un apóstol) para así comprender la profundidad y el
significado de las palabras de Pedro.
Igualmente encontraras en el capítulo 10 dos
visiones, a modo de sueños, que nos revelan que en todo lo que acontece en
Cornelio y en los de su familia, la iniciativa es de
Dios y no capricho del apóstol. Dios es el autor principal de la
apertura del cristianismo al mundo pagano, mientras que Cornelio y Pedro son
receptores y protagonistas de esta iniciativa divina. El avance del mensaje de
amor de Jesús, mensaje de salvación, es por obra del Espíritu.
Pero si, aún dudas sobre la iniciativa
primera de Dios en amar, pon atención a la segunda lectura, (1Juan 4,7-10) donde se expresa con claridad que el amor es de
Dios, que Él fue quien envió su Hijo al mundo y que el amor NO consiste en que
nosotros hayamos amado a Dios, SINO en que Él nos amó.
El evangelio (Juan
15, 9-17) nos propone un camino espiritual, cuyo origen está en el amor
entre el Padre y el Hijo. Este camino continúa entre Jesús y sus discípulos (a
quienes llama amigos y no siervos) y tiene su culminación en el amor entre los
propios seguidores de Jesús. “Éste es mi
mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.”
Desde esta experiencia alegre de sentirnos
amados, se nos invita a RESPONDER al amor que Dios nos tiene produciendo frutos
que hagan visible el amor entre el Padre y su Hijo, y para ello se nos elige,
se nos llama y se nos envía a construir el Reino de Dios.
Reflexión: Como
puedes observar las lecturas proclamadas no nos llevan a cruzarnos de brazos,
sino más bien a tener experiencia y encuentro con DIOS AMOR, de tal manera que
sea Él quien bañe nuestra vida, para poder responder dando frutos a su estilo
y, permaneciendo en Jesús, vivir la alegría del seguimiento. Por ello si
experimentamos el amor del Padre, tenemos la urgencia de compartir este don con
los demás. El discípulo de Jesús hace del AMOR la “marca de la casa” y lo expresa no tanto con palabras sino con
acciones hacia los demás.
El mandamiento del amor mutuo, del que nos
habla el evangelio, hunde sus raíces en el amor que Jesús nos tiene. Se permanece en el Señor recorriendo su
mismo camino de entrega, abrazando su proyecto y perseverando en ser “heraldos
de su Reino”, así podremos vivir en la alegría como don del Resucitado.
En los tiempos que corren, tiempos difíciles
y como diría Santa Teresa, “tiempos recios” el amor hay que hacerlo concreto y
efectivo. No hagas “recetas” aplicables a todos y a todo, sino exígete
profundidad, discernimiento, empatía, decisión y, como telón de fondo, ten a Jesús
como modelo.
Buen día, el de hoy, para preguntarnos, si
tus y mis acciones, tienen la marca de la casa de Dios o si por el contrario se
quedan en simples palabras que se las lleva el viento. Es el momento de una
reflexión, desde estas lecturas, para comprobar si todo lo que realizamos está
dentro de lo que el Maestro denomina AMOR, o nos movemos por impulsos
esporádicos. Es el tiempo de escuchar al Espíritu y que esta escucha tenga
consecuencias en la vida, como hizo Pedro con el centurión romano Cornelio y su
familia.
En fin, si la iniciativa
del amor parte de Dios como su fuente y nos invita a la universalidad… ¿no
crees que sería prudente mirar las acciones que realizamos para comprobar los
adjetivos de nuestra forma de amar? Igual hasta nos llevamos una sorpresa… pero
ya sabes la canción “La vida te da
sorpresas, sorpresas te da la vida. ¡Ay
Dios!”