Seguro que hemos experimentado en multitud de ocasiones la hospitalidad, es decir la amabilidad y atención con que una persona recibe y acoge a los visitantes o extranjeros en su casa o en su tierra. Una de las versiones de la hospitalidad de la que todos hemos disfrutado o hecho disfrutar es agasajar con manjares, llenar el plato hasta arriba, la bandeja con rosquillas o el “phosquito” que en forma de rueda nos habían ofrecido y que nos comíamos poco a poco, saboreándolo con delicadeza, temiendo que se terminara y dejando el centro para el final. ¿Os acordáis cuando en el recreo nos pedían un “bocao” de nuestro bocadillo y poníamos los dedos pulgares (gordos) a modo de frontera infranqueable? Esto sí que era hospitalidad…
La hospitalidad para un judío además de una atención a la persona era también una manera de alabar a Dios. De aquí deberíamos aprender nosotros los cristianos y comprender que la atención cuidada al otro es la forma más bella de bendecir a Dios.
Desde esta concepción de la hospitalidad podemos comprender, en este domingo 16 del tiempo Ordinario (ciclo c) que la tienda de Abraham siempre abierta sea sello distintivo de esta amabilidad y atención. Igualmente ocurre en la casa de las dos hermanas (Marta y María) donde debía de haber muchos invitados y, como ya he recordado, uno de los deberes de las personas que recibían a aquellos que acudían a casa era atenderles y preocuparse de que no les faltara de nada.
En la primera lectura (Génesis 18,1-10a) encontramos a Abraham a la sombra de su tienda en un día caluroso. Se ve sorprendido por la presencia de tres caminantes. Sale a su encuentro y los invita a descansar y tomar bocado. Los trata con normas exageradas de hospitalidad ordenando a Sara que haga pan y a los pastores que maten una res y la guisen. Mientras ellos comen, Abraham permanece en pie como un criado. Los caminantes prometen a Sara que concebirá un hijo. Parece que hay una relación de premio entre la hospitalidad de Abraham y Sara y el don del hijo esperado.
El evangelio (Lucas
10,38-42) nos presenta a Marta que se queja ante Jesús de que su hermana no
le ayuda en las tareas de hospitalidad «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado
sola para servir? Dile que me eche una mano».
La respuesta de Jesús a Marta («Andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada») me ofrece, al menos para mí, el mensaje central del pasaje: la escucha de la palabra de Jesús es el comienzo absoluto de la vida de todo creyente. Siempre he escuchado en las explicaciones de este texto el mensaje de una oposición entre acción y contemplación. Marta representaría a la acción (“andaba muy afanada con los muchos servicios”) y María representaría a la contemplación (“sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra) Yo creo que debemos fijar la mirada en que la primera actitud del discípulo es la ESCUCHA.
La descripción de María que “sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra” se corresponde con la postura interior que un discípulo tiene ante su Maestro. Es decir, el discípulo desde la actitud de escucha debe eliminar de su vida todo aquello que pueda ser un obstáculo en su testimonio del Evangelio.
Reflexión: Es muy gratificante la hospitalidad y el ser ayudados, pero es más gratificante aún tener delante a alguien que nos escucha. Y, cada día, hay menos personas dispuestas a escuchar, o que no tienen tiempo para ello. Jesús nos muestra que lo más grande que pueden realizar sus discípulos, la mayor de las “hospitalidades” es estar en actitud de disponibilidad para la escucha, tanto de Él, como Maestro, como de los herman@s.
La ruina de nuestra espiritualidad, como la de las relaciones interpersonales, es la falta de escucha. Esta falta y ausencia de “estar a los pies del Señor escuchando su Palabra” es la que rompe nuestro interior y nuestra relación con el Maestro, como rompe a cualquier grupo humano la desaparición de la actitud de escucha.
Creemos falsamente que la hospitalidad de escuchar no es útil. Podemos caer en la tentación de pensar que es una pérdida de tiempo… sin embargo constatamos, en el día a día, que la vida interior tuya y mía tiene su fuerza y vitalidad en imitar a María que, dejando a un lado otras hospitalidades muy valiosas, ha escogido la parte mejor, la mayor, la esencial y prioritaria. Por ello, creo que debemos sentir la NECESIDAD de sentarnos a los pies de Jesús para poder anunciarlo con nuestras obras y podernos “hospedar en su tienda” (Salmo responsorial)
Te invito, en este domingo, a una opción por la escucha de la Palabra de Dios dejando a un lado cualquier otro interés. Mira que el “phosquito” está bueno… pues no hay mayor ni superior sabor para un discípulo que el abrir oídos, mente y corazón a la Palabra de Aquel que nos proporciona Vida Verdadera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario