
Domingo
XII del Tiempo Ordinario
Si tomas la decisión de levantarte de tu
cómodo sillón y empezar a romper moldes, a atreverte a ser tú mismo, a actuar
arriesgándote a no ser aplaudido por el mundo del conformismo, a apostar por
una nueva vida, a tomar decisiones… es que has decidido cruzar a la otra
orilla, mojarte pies y cabeza, si es necesario, para conseguir una vida más
llena, plena, viva, rica...
En todos los órdenes de la vida, la actitud de cruzar a
la otra orilla no es un camino de rosas. La dificultad, los peligros, las
dudas, los miedos, el fracaso… forman parte del apostar y arriesgar por un
cambio y crecimiento. No es posible una vida fácil si tú tienes la decisión
firme de ser “otro” distinto del que eres. Ahora bien, cruzar a la otra orilla
tiene un componente de aventura, sorpresa y vitalidad que no te lo puede
ofrecer el mejor de los sillones del mercado.
El evangelio (Marcos
4, 35-40) de este domingo
XII del Tiempo Ordinario (Ciclo b) comienza con una invitación de
Jesús a arriesgar: «Al atardecer,
dijo Jesús a sus discípulos: Vamos a la otra orilla.» Es decir, vamos
al territorio pagano de la Decápolis, al lugar del dominio del mal según la
mentalidad de aquella época, donde Jesús y su mensaje van a encontrar
oposición, donde la difusión del evangelio del Reino no va a estar exento de
obstáculos.
Pero como ya te habrás dado cuenta, por este
y otros pasajes evangélicos, Jesús no es un tipo conformista, sino que la
convicción propia que tiene sobre la Buena Noticia le hace “ir al límite”, arriesgarse a nuevos retos, a no quedarse en lo
facilón y a mojarse en las situaciones más adversas. Por ello, este evangelio
de hoy comienza con toda una declaración de intenciones y pide que
quien le sigue (discípulo) suban a la barca y crucen con Él.
Y el primer obstáculo de esta nueva travesía
se presenta en forma de tempestad. Es una narración que muestra una experiencia
vivida. La experiencia reflejada es, por un lado, la de
angustia, peligro y muerte ante unas olas enfurecidas y por otro la
de temor mezclado con respeto, estupor y amor ante Jesús que consigue calmar la
tempestad con voz de mando: «Se puso
en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!» El viento cesó
y vino una gran calma»
Pero, esta narración, es, ante todo, una
perfecta catequesis que gira en torno a la FE. La fe del discípulo que le
hace romper con la comodidad para seguir a Jesús como apuesta. La fe que no
puede estar exigiendo continuamente actos prodigiosos, sino que ha de ser
suficientemente madura como para infundir paz y serenidad incluso en los
momentos en que Dios parece estar dormido, en silencio o permitiendo
tempestades y oposiciones a la vida de entrega. La fe que sobrecoge al hombre
ante la manifestación de lo divino y que hace preguntarte: «¿Quién es este?»
Las catequesis sobre el Reino que los
discípulos reciben, descritas el domingo pasado, ahora son acompañadas por este
“milagro de calmar la tempestad” donde se revela: la soberanía y el poder
salvífico de Dios, además de la identidad divina de Jesús en cuanto realizador
del mismo.
Reflexión: ¡Cuántas
situaciones de angustia, de peligro vivimos! Incomprensión, crisis personal,
familiar, o comunitaria, fracasos en muchas situaciones, también en la
evangelización, enfriamiento del compromiso, escándalos, fuerzas incontrolables
que te empujan al desequilibrio del corazón… A veces tenemos la sensación de
estar perdidos, de ir a la deriva, de haber perdido el norte... Y,
mientras “Jesús estaba a popa, dormido sobre un almohadón” No sé cómo
era posible este sueño, cuando según el texto “las olas rompían contra la
barca hasta casi llenarla de agua”
Algunos autores hablan del silencio
pedagógico de Dios. A mí personalmente no me gusta esta expresión, ni tampoco
aquella de que Dios escribe con renglones torcidos, ya que considero que Él es
Amor y su corazón no deja de latir. Pero sí encuentro la enseñanza
de que la FE crece y madura cuando eres capaz de confiar en Dios, no sólo
cuando lo sentimos a nuestro lado, sino en las situaciones de vida angustiosas
en las que parece que no le importas ni a Él ni a nadie.
En tu camino de discípulo, si optas por subir
a la barca y cruzar a la otra orilla, no lo hagas desde tus solas fuerzas, ya
que eres frágil y ante la mínima dificultad caerás en el pesimismo. Tendrás que
abrirte a la fe en Jesús, que es maestro en el difícil arte de saber vivir, en
la tempestad y en la calma, con la certeza de quien está en las manos de Dios.
Aprender a hacer esta experiencia de amor en Dios, no sólo te reduce las dificultades
sino que aprendes a ser verdadero discípulo.
La tentación de volverte para atrás cuando
sientes el agua de la vida golpeándote es normal. No eres un bicho raro porque
te ocurra esto. Bienvenid@ al mundo de los humanos. Pero no cambies lo bello de
cruzar a la otra orilla por lo fácil de estar apoltronado.