Domingo X del Tiempo Ordinario
Todos damos por supuesto que una persona está
en su sano juicio cuando cumple con cordura el papel social que le toca
desempeñar. Es decir, cuando hace lo que de ella se espera y actúa según la
escala de valores y pautas de lo que denomina la sociedad como “ser normal”. Quien vive en otros
esquemas y actúa de manera distinta, corre el serio riesgo de ser considerada,
como poco, loca, o sospechosa… hasta el punto de provocar el rechazo.
No es fácil encontrarnos con personas que son puros versos libres, pero, al igual que las meigas “haberlas haylas”. Yo no sé qué opinas tú, pero para mí, son todo un regalo estas personas que son desequilibradas y excéntricas según los correctísimos parámetros de moda de la sociedad. En fin, que vivan los locos que saben crecer como personas, que tienen una gran libertad interior y que poseen una fuerza descomunal para sacudirse los imperativos sociales… aunque sean tachados de no estar en sus cabales o de poseídos por el mal.
La Palabra de Dios que la Iglesia nos ofrece en este domingo X del Tiempo Ordinario (ciclo b) nos presenta tres reacciones diferentes ante Jesús y su práctica de vivir desde la libertad. Por un lado, su familia (madre y hermanos) que, en un afán de proteccionismo e incomprensión, quieren retirar a Jesús de la predicación del Reino bajo el pretexto de haber perdido su sano juicio. Por otro lado, los letrados, (escribas, maestros de la Ley) que se sienten atacados, amenazados y desautorizados por las palabras y acciones del Maestro. Estos, con astucia, se desplazan desde Jerusalén, y emiten un diagnostico mucho más sofisticado que el de su familia, le acusan de endemoniado y agente de Belcebú, el príncipe de los demonios. Por último, están los que le siguen, que se han adherido al corazón del Maestro. En fin tres posiciones frente a una única persona: Jesús.
El evangelio (Marcos 3, 20-35) nos ofrece una
respuesta a la pregunta de saber quién es el que está verdaderamente
desequilibrado y poseído por el mal, y quien es el verdaderamente sano que sabe
crecer como persona.
Frente a la familia de Jesús y a los expertos en la Ley, el Señor pone como sus íntimos a los que cumplen la voluntad de Dios. Estos tampoco entienden gran cosa, ni son personas de grandes virtudes, pero han dejado que Jesús les entrara muy adentro. Y, mejor o peor, le siguen. A éstos, que están sentados a su alrededor, Jesús los señala como madre y hermanos, porque cumplen la voluntad de Dios. «Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre» El evangelista Marcos, como ya te he dicho en otras ocasiones, no sólo hace referencia a los discípulos del año 30, ni tampoco exclusivamente a los que formaban parte de su comunidad, a la que escribe, sino también a los que ahora seguimos al Maestro y a todos los cristianos que intentan seguirle.
Los que le siguen, aunque sea con grandes errores, van a ser los que intuyan algo del misterio del Reino. Se han adherido de corazón a Jesús. Los demás se mueven en la ceguera, en la incomprensión, en la satanización y en el rechazo.
Te puedes dar cuenta con este relato que la vida de Jesús no fue un camino de rosas. El conflicto y la descalificación que Jesús padeció una y otra vez de los jerarcas que hablaban legalmente en nombre de Dios, sumado a las incomprensiones de los propios de su familia, que emitieron sobre Él un juicio de locura, hace que entremos en el dolor y la tragedia del corazón de Jesús, así como en la dificultad del camino de la fe.
Reflexión: No es fácil ser uno mismo y mantener la propia libertad en medio de una sociedad enferma donde la mayoría se conforma con adaptarse, vivir bien, sentirse seguros y respetar el guion establecido por otros. Los creyentes olvidamos, con frecuencia, que la fe en Jesús puede darnos libertad interna y fuerza para salvarnos de tantas presiones e imperativos sociales que atrofian nuestro crecimiento como personas verdaderamente sanas y libres.
No sé si hay muchos cristianos que, como Jesús, merezcan el calificativo de “locos” y despierten preocupación en los bien-pensantes. Pero soy de los que creen que los cristianos somos, o deberíamos ser, una raza de locos, porque nos dejamos llevar por el Espíritu. Aceptar el Espíritu del Maestro para mí significa, necesariamente, estar fuera de sí, fuera de los cálculos absurdos, de los miedos paralizantes, de las diplomacias, de las hipocresías, de la quietud que se conforma con la mediocridad… Es la hora de sentirnos de la familia de Jesús y para ello debemos seguirle de forma incondicional, aunque nos tachen de locura, no transitoria, sino perenne.
Las denuncias, puestas en boca de locos, pasan por locuras y son fácilmente disculpadas o ignoradas... en el caso de Jesús no fue así, ni tampoco en el caso de don Quijote… Tú tampoco te salvas.
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