miércoles, 19 de enero de 2022

EL VÉRTIGO DEL “HOY”


Cuando hablo en el título de esta reflexión de "vértigo", no me refiero a aquella sensación física que podemos tener al encontrarnos en una altura o andar por caminos sinuosos y escarpados. Con la palabra vértigo quiero expresar la posible sensación interior que podemos tener al tomarnos en serio el programa adquirido en el bautismo y el plan que Dios traza en nuestras vidas desde la presencia del Espíritu en nosotros. Vértigo espiritual ante la propuesta que Dios nos hace de ser sus profetas, hoy-ahora-ya, en medio de nuestros mini-mundos. Porque también nosotros podemos decir con el profeta Isaías y con Jesús que el Espíritu nos ha ungido y nos ha enviado a evangelizar... Y esto, si lo meditas serenamente, produce cierto vértigo.

Descubro en la Palabra de Dios que es proclamada en este domingo 3º del tiempo Ordinario (ciclo c) el camino que la Iglesia emprendió en sus inicios y que debe emprender siempre desde la fidelidad al resucitado y con la presencia del Espíritu. La misión evangelizadora se debe dirigir preferentemente a los más alejados, haciendo vida las tareas más urgentes de toda comunidad cristiana: evangelizar, proclamar, liberar e iluminar.

El evangelio (Lucas 1,1-4; 4.14-21) de este domingo tiene claramente dos partes. La primera (versículos 1-4) es el prólogo que el mismo Lucas pone a su evangelio, siguiendo el ejemplo de los historiadores griegos y afirmando así que se ha documentado bien para relatar los hechos de la vida de Jesús tal y como ocurrieron. Pero lo central de estos versículos es el deseo de "transmitir la solidez de las enseñanzas recibidas" El evangelio no tiene la finalidad de recordar unos hechos que sucedieron (porque no es meramente un libro de historia) sino contagiar una experiencia religiosa, y por tanto, un estilo de vivir. 

En la segunda parte, nos relata Lucas el inicio de la misión de Jesús en Galilea. Acude a su pueblo Nazaret y en el marco de la sinagoga proclama el cumplimiento de un texto de Isaías (61,1-2). En él se describe de qué manera concreta llevará a cabo su tarea el Mesías. Le acompaña el Espíritu “Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu”. En esta escena contemplamos el programa de lo que va a ser el ministerio de Jesús y prefigura todo lo que va a ocurrir.

Se nos anuncia que la salvación es para todos los hombres, aunque el ministerio de Jesús va dirigido preferentemente a los descartados, pobres, oprimidos, alejados... La fuerza del Espíritu actúa en Él y le hace hablar de tal manera que motiva a quien le escucha a sentirse amado, a sentirse feliz. Toda la sinagoga “tenía los ojos clavados en Él” y Jesús no duda en afirmar el cumplimiento en el “hoy” de lo leído.

Si continuáramos con la lectura del texto hasta el versículo 30, nos daríamos cuenta que los ojos de sus oyentes, sus paisanos, no habían visto en Jesús más que al “hijo de José” (Lucas 4,22) no percibieron en Él al profeta anunciado por Isaías. Quizá lo que esperaban de Jesús era sólo su actividad de milagrero, su fama de curandero, en favor de los habitantes de Nazaret.

Reflexión: La visita de Jesús a Nazaret es un resumen de toda su vida: Jesús se presenta como el Ungido-Enviado; entra en la sinagoga, como acostumbraba a hacer los sábados, y da a conocer el programa de su misión: la liberación, destinada a los enfermos (ciegos), a los que sufren la maldad de otros (oprimidos y cautivos) y a las víctimas de la injusticia y desigualdades (pobres) a todos ellos se les anuncia, el año de gracia del Señor, el tiempo de la salvación.

Es el día, “hoy”, de ser plenamente conscientes de que el Espíritu esta sobre ti, sobre mí. Que ese mismo Espíritu habita en ti, que hace morada en tu cuerpo, como en un templo, que te unge, te elige y te envía. Sin este estado de consciencia, la misión de bautizado se ve más como vértigo que como gozo, es más causa de miedo que paraliza, que de alegría que impulsa.

El día de tu bautismo, con el rito de la crismación, recibiste una nueva vida por el agua y el Espíritu. Fuiste elegido como miembro del Pueblo de Dios y enviado al mundo, como profeta, con la misma misión que el Señor.  Aquel «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» que Jesús pronunció en la sinagoga, se prolonga en ti, en la Iglesia y en cada cristiano. Deberíamos, por lo tanto, preguntarnos: ¿Quiénes son hoy, en nuestro entorno, los ciegos, los oprimidos, los cautivos y los pobres a los que debemos llevar la Buena Noticia preferentemente? y ¿Cómo puedes llevarles tú la liberación anunciada por Jesús?

La misión de profeta hoy, es un nuevo reto para el creyente. Llevándola a cabo cumplimos en fidelidad el seguimiento de Jesús como discípulos. Podemos vivir con la cabeza baja, aturdidos por el vértigo, el miedo y la responsabilidad de la misión, o podemos vivir erguidos, con la luz del Espíritu y en la serenidad de que no caminamos solos, que hemos sido elegidos y destinados para acercar al hombre y la mujer de hoy a su liberación.

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