miércoles, 3 de agosto de 2022

LA BRÚJULA DEL CORAZÓN

 

“Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” Sin ninguna duda ponemos nuestros intereses, emociones, deseos, inquietudes... en aquel o aquello que es para nosotros el tesoro de nuestra existencia. En lo que nos parece realmente importante y prioritario es donde volcamos todas nuestras fuerzas y es lo que presidirá claramente nuestro corazón. Por ello, es necesario que descubramos en todos los niveles de nuestra vida, también en el nivel espiritual, cuál es el tesoro que poseemos, ya que en él tendremos puesto nuestro corazón.

En este domingo 19 del tiempo ordinario (ciclo c) el texto evangélico, frente a tesoros que caducan y se apolillan, apuesta e invita a tener como tesoro inagotable la pertenencia al Reino de los Cielos. Seremos bienaventurados si vivimos con nuestro corazón esperanzado y en espera de este reino. Seremos bienaventurados si en la espera nos preparamos con obras de servicio a los hermanos practicando la justicia y la caridad.

Nuestra pertenencia a la Iglesia y a una comunidad de fe nunca se puede transformar en poder o autoridad que hace que nos aprovechemos, para nuestro beneficio injusto, de la sencillez de nuestros hermanos. Más bien al contrario, sea cual sea nuestra misión y responsabilidad en la comunidad, nuestro corazón deberá vivir en la actitud de servicio porque nuestro tesoro, lo que realmente es importante, es hacer presente el Reino.

En el evangelio (Lucas 12,32-48) se reúnen varias parábolas que exhortan a los creyentes a permanecer vigilantes en espera de la venida del Señor. Y, para ello, más que poner el interés en las posesiones materiales, como bien decíamos el domingo pasado, el discípulo de Jesús debe vivir en la actitud de ESPERA. Este es el tema que desarrolla en la primera parábola, en los versículos del 35 al 38. “Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame”

La segunda parábola, versículos 39 al 40, apunta a la incertidumbre de la hora de esa venida de Jesús. Lo que desea inculcar no es tanto la vigilancia como el ESTAR PREPARADOS. “Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre

La tercera parábola se encuentra en los versículos 41 al 48, parece dirigirse, así se deduciría de la pregunta de Pedro («Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?») a los responsables de la Iglesia, y podríamos resumirla diciendo que el ministro prudente debe permanecer fiel a su tarea, reconociendo que la comunidad cristiana tiene una sola cabeza, Jesús Resucitado y que todos los demás, aunque ocupen puestos de responsabilidad, son SERVIDORES Y HERMANOS. “Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes”

Reflexión: Os invito, por lo tanto, a contemplar el evangelio de este domingo y vivir nuestro seguimiento desde tres actitudes que, creo yo, se desprenden del texto evangélico y que deben ser prioritarias para el discípulo de Jesús: LA ESPERA, EL ESTAR PREPARADOS Y EL SERVICIO.

Tres actitudes que se encuentran en las antípodas del MIEDO porque quienes creen en el Señor tienen la posesión del Reino: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino”. Jesús afirma que Dios es nuestro, que nos ama y se ha entregado a nosotros y que está a nuestra disposición ¿Qué miedo puede tener sitio en el discípulo misionero?

La consecuencia de lo expresado es lógica: ¿si nuestra posesión es Dios para que queremos todo lo demás? Vivamos desprendiéndonos de cualquier forma de apropiación y hagamos con nuestros prójimos lo que Dios ha realizado con nosotros. El que vive así, vive vigilante, contagia felicidad, es bienaventurado y concreta en su persona el evangelio.

Tú y yo, como discípulos de Jesús, podemos concretar nuestra forma de vivir el evangelio en el mundo estando con nuestras “lámparas encendidas”. Jesús nos invita a huir de todo tipo de avaricia y codicia, a no preocuparnos en exceso de las cosas temporales, a que éstas no sean nuestros tesoros ni muevan nuestros corazones. Nuestro fin es más alto, es el Reino de los cielos y no de la tierra.

Jesús llega a nuestras vidas, se hace presente en medio de nosotros, llama a la puerta de nuestros corazones y espera a que nosotros le abramos. Si permanecemos con las lámparas encendidas en espera le reconoceremos y le abriremos, le haremos sitio en nuestro interior y todo nuestro corazón brillará con un nuevo resplandor, el resplandor del tesoro que nadie nos puede robar, que es perenne y no se apolilla.

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