jueves, 4 de enero de 2024

PRESENTACIÓN EN SOCIEDAD

 

Bautismo del Señor

Sin ningún tipo de protocolo, sin normas ni reglas, sin jerarquizar lugares ni espacios a ocupar… desde la mayor sencillez, uno presenta a otro para que sea conocido. Lógicamente, para poder presentar a alguien, la persona que presenta debe ser conocedora de la presentada. Difícilmente puedes realizar el acto de presentación si desconoces unos mínimos datos que reflejen su identidad.

Muchas veces nos ha ocurrido que en un colectivo, también en la comunidad parroquial, hay alguien que es desconocido por completo. No sabemos quién es y su presencia nos interroga. No nos conformamos con verle o verla, sino que la curiosidad nos lleva a preguntarnos por su procedencia, al menos identificarle por su nombre, qué relación tiene con el conjunto y por qué está aquí…. Y es entonces cuando un tercero nos desvela al desconocido ofreciéndonos unos pequeños datos sobre su persona para que nos hagamos una idea genérica de quién es aquel que ha suscitado nuestra curiosidad.  Así comienza la presentación en sociedad de alguien que hasta ahora vivía en el anonimato.

En este domingo del Bautismo del Señor (ciclo b) la Palabra de Dios nos sitúa a orillas del rio Jordán, donde Juan ejercía su ministerio con un bautismo de conversión. Se nos pretende explicar quién era en realidad Jesús de Nazaret que, como uno de tantos, se acercó  a recibir el bautismo de Juan. Se nos narra, no lo que ocurrió en aquel momento junto al Jordán, sino la identidad de Jesús, su personalidad, es decir su presentación en sociedad.

El evangelio (Marcos 1,7-11) nos ofrece el inicio de la vida pública de Jesús. Él es presentado por su nombre que significa “Yahvé salva”; este nombre expresa la misión: “Salvador-Mesías”. Leyendo detenidamente este breve relato evangélico, también podemos descubrir diversos cambios en Jesús que hacen referencia al paso del anonimato de su vida privada a su vida pública; por ejemplo se desplaza geográficamente desde Nazaret de Galilea al Jordán y se abaja situándose en la fila de los que eran bautizados para recibir un bautismo de conversión y penitencia.

Pero el culmen del relato es lo que dice la voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.» Ella define lo que es Jesús para Dios. Es la auténtica presentación del Maestro. Jesús no es un hijo, sino el Hijo. El bautismo de Juan no es un rito que Él cumple, sino que es una verdadera experiencia de Dios donde toma conciencia de quién es y cuál  es su misión. El Padre nos revela la identidad de Jesús como “Hijo amado” y es Ungido/Mesías que le moverá en la dirección de volcarse en las dolencias humanas para manifestar la misericordia divina, combatir las oscuridades y hacer presente el Reino de Dios trayendo vida, justicia, paz y liberación.

Nos ayudará a comprender la presentación-misión del Señor, la primera lectura (Isaías 42,1-4.6-7) donde se nos narra el primero de los llamados “Cantos del Servidor del Señor” y que la liturgia cristiana ha asumido y aplicado a Jesús. Se nos presenta un personaje ligado al Señor «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu» Este personaje, elegido para ser alianza y luz de los pueblos, tiene una misión: «traer el derecho a las naciones», es decir: implantar y proclamar la salvación.

Reflexión: También nosotros hemos sido bautizados y ungidos por el Espíritu para servir, liberar, hacer el bien y continuar la obra salvadora del Señor. No es el sacramento del bautismo un acto social, sino una marca, un sello por el cual nos deberíamos de distinguir e identificar con el Padre Dios. Por ello, cada cristiano, al recibir el bautismo, tiene por misión reproducir lo que ha aprendido de Cristo. Al ser bautizados empezamos nuestra biografía cristiana y adquirimos el compromiso de continuar la misión de Jesús.

Espero no decir una burrada teológica, si te digo que la fe cristiana no es una receta para encontrar la felicidad. Ser creyente no hace desaparecer por arte de magia las dificultades, los conflictos y los sufrimientos propios del ser humano. Lo que descubro en mi fe es que soy “hijo amado del Padre” y no porque yo sea bueno sino porque estoy habitado por el Espíritu y sostenido por un Dios que es amor gratuito.

Contra todo lo que algunos puedan pensar, ser cristiano no es creer que Dios existe, sino que Dios me ama de forma incondicional, tal y como soy. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado”, nos dice la carta a los Romanos 5,5. Si no conocemos esta experiencia de amor desconocemos lo decisivo… toda nuestra esperanza de creyentes nace y se sostiene en la seguridad de sabernos amados por Dios. Un cristiano al ser bautizado debe tomar conciencia de que tenemos a Dios que es Padre; un Padre que por encima de todo nos ama y nos invita a dar testimonio de su amor allá donde vayamos.

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