
2º Domingo de Pascua
No creo que tenga que explicarte la diferencia
entre un triciclo a pedales y otro a motor. Todos hemos empezado con un
triciclo a pedales, ya que suele ser el primer vehículo de muchos niños debido
a su estabilidad, su diversión y el precio asequible.
Además, también son una gran ayuda para el desarrollo durante el tiempo del
crecimiento. Estos triciclos ayudan a reforzar la musculatura, especialmente de
las piernas, como consecuencia del pedaleo o arrastre con los pies. Pero,
especialmente los amantes de la velocidad, con el paso de los años dan un salto
del pedal al motor, dejan a un lado el impulso por la fuerza humana y se suben
al carro de la motorización.
En las lecturas de este segundo Domingo
de Pascua (ciclo c) se nos presentan dos comunidades cristianas bien
diferentes. Una de ellas: escondidos, encerrados, temblorosos, sin ilusión y en
horas bajas… y la otra, descrita en Hechos de los Apóstoles: sin complejos y
comprometida… La diferencia está en que la primera todavía no había
experimentado al Resucitado y vivían “a pedales”, mientras que en la segunda se
había instalado el motor del Resucitado y con Él sus dones: Paz, Espíritu, Perdón
y Alegría.
En la primera
lectura (Hechos Apóstoles
5,12-16) encontramos un pequeño sumario donde se recoge la forma de
vivir de la primera comunidad de seguidores de Jesús y la actividad de los
apóstoles. Se acentúan curaciones, muy en el estilo de las que encontramos en
los evangelios, con lo que se quiere indicar la continuidad entre Jesús y la
comunidad en el aspecto salvífico. “La gente sacaba los enfermos a la
calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra,
por lo menos, cayera sobre alguno”
Aparece Pedro como protagonista principal, pero
al usar el plural “apóstoles”, nos invita a pensar que, por apóstol, tenemos
que entender al evangelizador cuya característica principal es ser testigo de
la resurrección de Jesús. En este relato es la sombra de Pedro la que cura con
lo que se nos indica que, en la esfera de la salvación, todo es posible para el
seguidor de Jesús ya que tiene en sí la fuerza del Señor.
El evangelio (Juan
20,19-31) nos presenta primeramente al grupo de discípulos al
anochecer del primer día de la semana, en casa, encerrados y con miedo. Jesus
vuelve a los suyos (vv 19-23) los libera de sus cerrojos y les envía a
continuar su misión, para lo cual les comunica el Espíritu. La comunidad
cristiana se constituye alrededor de Jesús vivo y presente, crucificado y
resucitado.
Seguidamente, se nos relata (vv 24-29) la
incredulidad de Tomás, que representa a aquellos que no hacen caso del
testimonio de la comunidad ni perciben los signos de la nueva vida que en ella
se manifiestan. En lugar de integrarse y participar de la misma experiencia,
pretenden obtener una demostración particular, una prueba individual. Además,
no buscan a Jesús, fuente de vida, sino una reliquia del pasado que puedan
constatar palpablemente. El Maestro, que no abandona a los suyos, se la
concede, pero en el seno de la comunidad. La confesión “Señor mío y Dios
mío”, con la que Tomas expresa su fe, resume la profesión de fe común a la
que se llega tras la experiencia de la resurrección.
Por último, se nos ofrece la primera conclusión
del evangelio (vv 30-31) El evangelio de Juan es el libro de las señales de
Jesús, escrito para que creamos en Él y para que, creyendo, tengamos vida. “Muchos
otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los
discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el
Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre”
Este relato es un texto de movimiento, de
transformación: del miedo a la alegría, de estar encerrados a ser enviados, del
no ver al ver, del no creer a confesar a Jesús como Señor y Dios… Nada queda
igual después de la resurrección, se inicia un nuevo camino de testimonio, de
evangelización y de transformación.
Reflexión: Los que nos
consideramos creyentes no podemos vivir “a pedales” con las puertas cerradas,
en la oscuridad y con miedo. Hemos de dar el paso a la motorización del
seguimiento de la persona de Jesús, que se nos ofrece habiendo experimentado al
Resucitado. Y, para ello, necesitamos que el Señor se haga presente y
reconocerlo en sus signos.
¿Cuáles son sus signos? La paz, es decir
la armonía con uno mismo y con los demás, con lo creado y con Dios. El soplo
creador del Espíritu que infunde aliento de vida, Él será el motor que te
transformará, como transformó a Tomás, para que en tu camino de fe brille la
alegría y la esperanza. El perdón sin reproches por las traiciones y
abandonos del pasado.
El encuentro con Jesús resucitado es una
verdadera experiencia que reanima tu fe y tu vida. Un verdadero motor que te
transforma, te libera, te abre nuevos horizontes y te impulsa al testimonio.