2º domingo de Adviento
Entiendo por “precursor” aquello (o aquel) que precede y va delante en el espacio y en el tiempo, como las ramas fértiles son precursoras de las flores… Precursor es sinónimo de pionero, antecesor, vanguardista, iniciador… Para nosotros “el Bautista”, en relación al Mesías, es precursor, le precedió, le anunció, le señaló y en cierta medida le hizo posible.
Juan Bautista es todo un personaje importante de su tiempo, un guía carismático de un movimiento popular. Su predicación tenía éxito y atrajo a multitud de personas de todos los estratos sociales. Un profeta que anunciaba y denunciaba con un mensaje centrado en la conversión y con un rito de purificación a través del agua que era el sello de esta conversión. Tipo curioso que vestía igual que Elías, el profeta que enfrentado al sistema vivió nómada y pobre. Juan Bautista, entre los primeros cristianos, fue identificado como el mensajero anunciado en Isaías 40,3 y como Elías que según la tradición judía era el precursor del Mesías.
Celebramos el segundo domingo de adviento (ciclo a) y las lecturas nos invitan a sentir a Jesús como el Mesías esperado y a Juan como el precursor que reconoció la fuerza del que viene detrás de él y proclamó la condición mesiánica del Maestro. Un hombre que predicó a todos los que se acercaban a él el cambio de vida. No trató de agradar, lisonjear o desencadenar aplausos…. La presencia del Bautista inaugura la llegada del Reino de Dios. Conversión y Reino son dos caras de una misma moneda.
Todo lo expuesto hasta el momento sobre el Bautista está presente en el evangelio (Mateo 3,1-12) Comienza el texto presentándonos, con palabras del profeta Isaías, a Juan Bautista «Una voz grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”». Sus palabras anuncian lo mismo que más tarde anunciará Jesús (Mateo 4,17) y, después de la Resurrección, proclamará la Iglesia: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos»
No es un simple cambio de ideas o una transformación superficial. Es un cambio más radical que afecta a todo nuestro ser, a todas las dimensiones de nuestra existencia; de tal manera que nos lleva a vivir y a obrar de cara a un Dios Justo. Conversión es volverse hacia Dios y, como Él, obrar la verdad, la justicia y el amor. Conversión (metanoia) es cambio de vida radical.
La conversión es necesaria para dejar que el Reino de Dios sea una realidad en nuestra vida. Por Reino de Dios tenemos que entender el compendio de todos los bienes que esperaba el pueblo. Con otras palabras, con la llegada del Reino se hace presente, en el mundo, la soberanía de Dios.
Las palabras y los gestos de Jesús serán el signo evidente de que Dios comienza a reinar. Los indefensos y quienes sienten que sus derechos son pisoteados y no respetados se alegrarán, pues Dios va a hacerles justicia, Dios está llegando. Este espíritu del reinado de Dios que traerá el Mesías está recogido en la primera lectura (Isaías 11,1-10) «Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago… No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados»
El verdadero cambio de vida se manifiesta en los frutos: “Dad el fruto que pide la conversión" El fruto va más allá de la mera carencia del mal o del pecado. El fruto será la expresión de un nuevo estilo de vida. No basta con no hacer el mal; es necesario hacer el bien, practicar la justicia y realizar obras de conversión.
Reflexión: No
hay privilegio para nadie. Ni siquiera el ser “hijo de Abraham”, cosa de la que se gloriaba todo israelita, libra
de la práctica de la justicia y de convertirse. (“no os hagáis ilusiones, pensando: "Abrahán es
nuestro padre”) No es la raza lo que cuenta, ni la pertenencia a tal o cual institución, ni
siquiera es un privilegio del cristiano o del bautizado… para pertenecer al
Reino de Dios el camino que se nos pide, y Juan predica, es la conversión de
vida.
Inmersos en el tiempo
de adviento, estamos llamados a ser precursores del “Mesías”, el “Ungido”.
Estamos invitados, al igual que el Bautista, a anunciar la llegada del
Salvador, enviado por Dios, quien instaurará su Reino. Como el Bautista somos
precursores que preparamos el camino a uno que es más fuerte que nosotros y que
nos traerá la salvación.
Te invito a que te descalces y ante la irrupción de Dios y su Reino en tu vida, quedes completamente desnudo de todos tus ropajes llenos de superficialidades. No intentes silenciar el viento de Dios ni apagar su fuego llenándote de “diosecillos” que no pueden sanar ni salvar. Más bien, prepara los caminos del Señor, quita los obstáculos que impiden la llegada de Dios a tu vida, rompe los cerrojos que te apartan del encuentro con Él y abre puertas a Dios acogiéndole y haciéndole sitio con obras de conversión.
¡Necesitamos de muchos Juanes!

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