Difícil consolar nuestra hambre con un
“potito”, (alimento infantil de
elaboración industrial que consiste en una especie de puré envasado en un tarro
de cristal herméticamente cerrado) por muy bueno y suculento que sea,
cuando nuestra edad y energía nos demanda una “fabada asturiana” con todos sus
aderezos, embutidos de chorizo y morcilla incluidos
Conformarse con “potitos” cuando nuestro
corazón necesita la fuerza de una “fabada”, es semejante a un hombre/mujer que
para realizar un trabajo de fuerza y energía no come o se mal-nutre con
alimentos que no generan en su cuerpo lo que necesita para realizar ese trabajo…
El resultado será cansancio, hastío, desaliento y sensación de fracaso por no
cumplir su objetivo.
Nos ocurre algo similar, al potito y la fabada,
en la vida del espíritu. Nuestro interior necesita de verdaderos alimentos que
sacien nuestras necesidades reales. Ante tanto alimento que no sacia nuestra
hambre y sed interior, Dios nos ofrece un alimento
gratis que nos llena: SU PALABRA Y LA EUCARISTÍA. Esta sería la afirmación
que puedo hacer y a la que me conduce las lecturas que, en este domingo XVIII
del Tiempo Ordinario, son proclamadas.
Creo, que todos podemos reconocer, que hay
bienes que no llenan nuestro
corazón, que dejan nuestro interior insatisfecho, que no nos alimentan
espiritualmente y que nos conducen a una sensación de “necesitar más” para
calmar lo que desde el corazón se solicita.
En el camino hacia la tierra prometida, el
pueblo hebreo debe de comprar los alimentos e inclusive el agua. La exhortación
que encontramos en la primera lectura (Isaías 55, 1-3) a “recibir
alimentos de balde”, recuerda a los israelitas que han vuelto a su tierra,
donde el Señor les concede los bienes que les pertenece; bienes que no pueden recibir
de los ídolos que ni pueden salvar ni pueden quitar el hambre.
La actitud para la búsqueda de estos bienes
que merecen la pena es el esfuerzo.
Por ello, la comparación que nos presenta el profeta Isaías es que el verdadero
bien de Israel es la Alianza que Dios hace con el pueblo, invitando a dejar de
lado todo lo que no es del Señor, a escuchar
su palabra e interiorizar el pacto, de manera que puedan deleitarse en la
abundancia y gozar de la vida en plenitud.
El evangelio que tenemos delante de nosotros este
domingo es la “multiplicación de panes y
peces” (Mateo 14,13-21)
Este hecho de la vida de Jesús es de gran
importancia para la primera comunidad cristiana ya que se lanza un
mensaje profundo sobre Jesucristo, quien ha superado a los personajes y
acontecimientos del Antiguo Testamento porque, al igual que Dios dio de comer
el maná al pueblo en el desierto, Cristo alimenta a quienes le escuchan.
Los discípulos aparecen como intermediarios
entre Jesús y la gente, aprendiendo de Jesús que Él está siempre presente a su
lado y que nos les faltará su asistencia.
Finalmente, el relato posee rasgos que nos
llevan a pensar en la Última Cena: “al
anochecer”, “pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos” Sin
duda los primeros cristianos vieron en este episodio una prefiguración de la
EUCARISTÍA, que tiene como resultado que “comieron
todos hasta quedar satisfechos”
Reflexión: Se
nos han presentado los alimentos necesarios para el caminar del discípulo
misionero: PALABRA y EUCARISTÍA.
Ambos se convierten en necesidad para
aquellos que queremos ser testigos de la persona de Jesús y evangelizadores del
Reino.
Nuestro interior se debe de nutrir de estos
alimentos que recibimos de manos de Dios. No accedemos a ellos por nuestros
méritos, sino que son dones gratuitos de Dios que “nos da la comida a su tiempo… y que sacia de favores a todo viviente”
(Salmo Responsorial 144)
Igualmente, estamos llamados a ser mediadores
entre Dios y los hombres, para ello la Palabra de Dios tiene que estar presente y crecer no tanto
en nuestros labios como en nuestro corazón. Esta tarea puede que nos parezca
difícil y que sintamos la tentación de despedir a la multitud que se ha congregado
entorno a Jesús, pero el Maestro nos enseña que su presencia entre nosotros es
presencia alentadora.
El Señor hace “Alianza perpetua” con todo el pueblo, una “promesa inquebrantable” hoy hace esa misma promesa de fidelidad
contigo. Si te llenas de los alimentos de Dios quedarás satisfecho en tu
corazón si, por el contrario, te conformas con los “potitos” tu interior no se
habrá saciado abundantemente.
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