Según vamos desgranando la Palabra de Dios,
domingo tras domingo, nos vamos encontrando con actitudes que reflejan las
características que deben poseer los discípulos de Jesús.
El seguimiento de la persona y mensaje del
Señor, no es simplemente una adhesión a una serie de principios filosóficos
éticos o morales, sino que es una respuesta generosa de nuestras personas a la
llamada a seguirle en un nuevo estilo de
vida que debe ir creciendo en nosotros y que se adquiere, con el paso del
tiempo, en la meditación y la imitación de Aquel que anunciamos.
Estemos atentos a las “venidas de Cristo” a nuestras vidas por medio de su Palabra, la
celebración de la fe, los que sufren, el prójimo, la belleza, los
acontecimientos… nos ofrecerá la oportunidad de ir descubriendo qué quiere Dios
de nosotros, en este momento actual (aquí y ahora) de nuestra historia personal
y comunitaria, y de responderle como enamorados.
En este domingo (XIV Tiempo Ordinario, ciclo A) las lecturas que son proclamadas
nos ponen, frente a frente, ante diversas y nuevas actitudes que debemos ir
descubriendo y viviendo.
La primera lectura (Zacarías 9,9-10) describe la
restauración del Reinado de Dios, que se inicia con la vuelta del rey
victorioso. Alegría, felicidad, júbilo y hermosura se entremezclan. Pero lo que
realmente destaca es que esa entrada triunfal del rey está presidida por la humildad y la paz.
Este texto no es extraño ya que es la
profecía que los evangelistas aplican a Jesús cuando entra en Jerusalén el día
de Ramos. Jesús no entra a la ciudad
montado en caballo, que podría simbolizar el poder, sino que lo hace
montado en un borrico que simboliza la sencillez y humildad.
En el evangelio (Mateo
11,25-30) se invita, a la comunidad de Mateo y hoy a nosotros, a acoger la
revelación del Padre que se manifiesta en las acciones y palabras de Jesús. Y
para ello, sólo los pequeños y sencillos
son capaces de aceptar al Maestro, frente a los sabios y entendidos (maestros de la ley y fariseos) que le
rechazan.
La revelación a los sencillos consiste en reconocer y
aceptar a Jesús como el Hijo amado de Dios que conoce al Padre.
En el trasfondo de este evangelio podemos
encontrar la pregunta que realizan a Jesús «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos
esperar a otro?» (Mateo 11,3) y las reacciones de incredulidad y
rechazo de sus contemporáneos (Mateo 11,19.20-24; Mateo 12,38-45) De ahí, que
en este texto se explicita que sólo los sencillos son capaces de acogerle,
mientras que los estudiosos de la Ley de Moisés le han rechazado.
Reflexión:
Jesús invita, como conclusión al texto evangélico que leemos, a que los sencillos
sean sus discípulos. Es hoy nuestra llamada e invitación que surge del Señor:
SEGUIDME.
La ley no es la norma de nuestra vida cuando
esta ley no libera sino que es “pesado
fardo para el pueblo” (Mateo 23,4). La invitación al discipulado, que se
nos hace a nosotros, es seguir los pasos del Maestro en obediencia filial a la
voluntad del Padre, porque estos pasos están presididos por la mansedumbre y la
humildad de corazón.
Este texto nos invita a acoger con sencillez
a Jesús y vivir unidos siempre a Él, teniéndole como modelo y maestro. Él es el
camino que conduce al Padre. En Él encontraremos nuestra liberación.
Os invito a meditar y saborear el salmo 144,
salmo responsorial de este
domingo, en el que se bendice, alaba, ensalza y se da gracias a Dios, que ES AMOR.
Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey. Te ensalzaré, Dios mío, mi rey; bendeciré tu nombre por siempre jamás. Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás.
El Señor es clemente y misericordioso, lento a la
cólera y rico en piedad; el Señor es bueno
con todos, es cariñoso
con todas sus criaturas.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles. Que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas. El Señor es fiel a sus
palabras, bondadoso
en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a
los que ya se doblan.
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