Ocurre, en algunas ocasiones, que mientras todo el que te rodea sigue adelante con su vida, tú te sientes paralizado. Eres conocedor de que posees la fuerza para ponerte en camino, pero tu espíritu no responde. Caes en el “bucle de la desesperanza”, comienzas a creer que nada cambiará jamás y comienzan a deteriorarse las relaciones con los demás. Vives sumergido en una “montaña rusa” de emociones que o bien te inmovilizan o bien no controlas.
Esto te lleva al enfado contigo mismo, al enojo, te sientes débil, cansado y pocas o ninguna cosa te entusiasman. El agotamiento mental, físico y emocional aparece. Te sientes “seco”.
Creo que la Palabra de Dios de este domingo 23 del Tiempo Ordinario (ciclo b) son una respuesta para superar las parálisis del corazón del cristiano. En estas ocasiones en que te sientes cojo, ciego, mudo o sordo espiritualmente no todo está perdido. El mensaje de la Escritura es esperanzador y puede ayudar a liberarte.
El relato del evangelio, nos presenta la curación de una persona sordomuda (Marcos 7,31-37) Es el mejor representante del paganismo: sordo respecto a Dios e incapaz de alabarlo. No obstante también sobre él recae el poder liberador de la palabra de Jesús, que sana la sordera espiritual y suelta la traba de la lengua para la alabanza divina.
Finaliza el texto con una exclamación del pueblo “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Con ella se expresa el reconocimiento de Jesús como aquel que inaugura el tiempo de salvación anunciado por los profetas, como bien nos expresa la primera lectura de este domingo (Isaías 35,4-7a) “Dios viene en persona, resarcirá y os salvará. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán”
Isaías anuncia un tiempo de alegría y ánimo; lo fundamenta en la cercanía de Dios, que está próximo y viene a salvar. La parálisis del corazón impide al ser humano emprender alguna acción porque la desesperanza hace aparición en la vida e incapacita. Sin embargo el anuncio de la cercanía del Señor lo despierta de su parálisis espiritual y hace que se ponga en camino.
En ese momento hasta los “cojos” llevados por el entusiasmo y por la ayuda de los demás pueden mantener el ritmo de la marcha. Y todos los que hasta ahora eran “ciegos” y “sordos” pueden ver y comprender lo que está ocurriendo. Y los “mudos” cantaran y alabaran la presencia salvadora de Dios; presencia que es identificada con el “agua abundante”. (La salvación implica convertir el desierto en tierra de agua. Y la abundancia de agua significa que las promesas de un nuevo tiempo comienzan a cumplirse)
Para el lector cristiano el anuncio del tiempo de salvación que se expresa en estos textos de la Escritura constituye un motivo seguro de esperanza. Dios, cercano y sanador, llevará a término la obra que en Jesús ha comenzado.
Reflexión: «Effetá» (significa: Ábrete) Esta es la palabra que Jesús utiliza con la persona sordomuda para que se obre el milagro, para que quede sano el enfermo y para que recupere su dignidad aquel habitante de la Decápolis. Todos participan, también los paganos, de la salvación que Jesús ofrece. La Buena Noticia del Reino que el Maestro predica con hechos y palabras es accesible a todo ser humano sin discriminación.
Dios se abre y se pone en comunicación con la humanidad, sale a nuestro encuentro y se hace hombre, se hace presente en la persona del Hijo, el cual es el gran «constructor de puentes» entre Dios y el hombre, incluso El mismo se hace «gran puente de la comunicación plena con el Padre» Esta cercanía de Dios es antídoto contra nuestra parálisis espiritual. Él quiere realizar alianza de bodas con el hombre y la mujer de todos los tiempos. Su regla es la ternura. La fidelidad será su propuesta.
En la celebración del sacramento del bautismo, se encuentra el mismo gesto y la misma palabra de Jesús “Effetá”. El ministro del sacramento tocando con el dedo los oídos y la boca del bautizado dice: “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre”
“Hemos sido curados de la sordera del egoísmo y del mutismo de la cerrazón y del pecado y hemos sido incorporados en la gran familia de la Iglesia; podemos escuchar a Dios que nos habla y comunicar su Palabra a cuantos no la han escuchado nunca o a quien la ha olvidado y sepultado bajo las espinas de las preocupaciones y de los engaños del mundo” (Papa Francisco. Ángelus 6 septiembre 2015)
Nuestra parálisis es consecuencia, a menudo, de estar replegados y encerrados en nosotros mismos, y crear muchas islas inaccesibles e inhóspitas. La apertura podría abrir ojos, labios, oídos y corazón e instalarnos en la esperanza de un Padre que cumple sus promesas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario