En el ecuador del tiempo de Cuaresma, celebramos el domingo 3º (ciclo c) Las lecturas proclamadas son una nueva invitación a REDESCUBRIRNOS. A la conversión en positivo, es decir no sólo es conversión de lo “malo” que nos retiene y no nos deja crecer, sino también es descubrir en nosotros la fuerza del amor, de las “semillas de bien” que Dios ha plantado en nuestros corazones y que son potencial para dar fruto abundante y a su tiempo.
La actitud de Moisés que escucha y se pone al servicio del proyecto de Dios, y la insistencia de Jesús de dar frutos nuevos, nos guían en este domingo, para tomar la decisión de bendecir al Señor con una vida “colmada de gracia y de ternura”
En la primera lectura (Éxodo 3,1-8ª.13-15) lo que comenzó siendo un día normal en la vida de Moisés se convirtió en una experiencia revolucionaria. Dios se hace presente, le revela su plan y le envía a ser portavoz de la liberación de la opresión que sufre el pueblo de Israel y a conducirle en esta alianza que Dios quiere hacer con él.
Una “zarza que ardía sin consumirse” llama la atención de Moisés, descubre en ella la presencia de Dios que sale a su encuentro por la palabra. Dios llama a Moisés y éste responde «Aquí estoy» Al mandato de descalzarse Moisés obedece y por su cuenta se tapa la cara y escucha en silencio. Dios toma la iniciativa y entra en la historia para rescatar al pueblo que estaba oprimido y Moisés acepta el reto «Mira, yo iré a los israelitas y les diré: "El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros."»
El evangelio (Lucas
13, 1-9) lo podemos dividir en dos partes. En los versículos 1-5 Jesús, por medio de dos ejemplos históricos que no
conocemos con exactitud, refuta la doctrina judía de la retribución según la
cual el que era alcanzado por una desgracia era culpable de algún gran pecado.
Esta manera de pensar establecía una estrecha relación entre pecado y castigo.
En lugar de ello, Jesús ofrece la enseñanza de que ante Dios todos los hombres
necesitamos convertirnos a sus caminos.
Los versículos 6-9 (parábola de la higuera estéril) conecta con los versículos anteriores. La parábola ilustra las oportunidades que Dios ofrece al ser humano para la conversión y, además, nos enseña la paciencia de Dios.
Se respira en este texto una urgencia a la conversión y a dar frutos (“Tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala”) que se entremezcla con las oportunidades y paciencia de Dios con el ser humano ("Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas") En el fondo de esta parábola hay una nota de esperanza, Jesús confía todavía en que la respuesta final del pueblo de Israel a su misión sea positiva.
Reflexión: Cuando el ser humano se redescubre como hombre nuevo que tiene corazón de carne y no de piedra, experimenta los valores y potencialidades que posee. Redescubrirse es poner en valor lo que aparece cubierto y tapado, pero que sin embargo es fruto de ser uno con Jesús y el Padre. Creo que sólo podemos redescubrirnos dejando al Espíritu que obre en nosotros.
El encuentro con Dios es una apuesta, un
riesgo y un acontecimiento salvador que llama a una vida nueva. Así lo
experimentó Moisés, quien, tras la experiencia del Monte Horeb, nada permaneció
igual en su vida.
Por ello, cuando sientas que Dios hace morada en ti y experimentes que camina contigo, que te acompaña en tu misión y que es el protagonista que da éxito a tu vida… comprenderás que te invita a abandonarte en sus manos, a dar fruto abundante y a poner tu vida en dirección a Él.
Vivimos en el tiempo de la paciencia de Dios. Él actuará dándonos oportunidades, cuidándonos, como el viñador de la parábola hace con la higuera… para que en tiempo oportuno demos fruto de buenas obras. Es importante que bucees dentro de ti y descubras que Dios, como buen agricultor, derrama sobre ti “semillas de bien” que hace fecunda nuestra vida y que nos invita a colaborar con Él sembrando también nosotros obrando el bien.
Todos los gestos de bondad que realizamos en nuestra vida cotidiana, por pequeños que sean, son luz. En el día a día, de mil formas se nos puede presentar la desilusión y, ante ella, tenemos la “tentación de encerrarnos en el propio egoísmo individualista o de refugiarnos en la indiferencia”. La tentación de no dar fruto puede ser una constante en nuestra vida… En esos momentos pongamos la esperanza en el Señor y en su resurrección pues será el motor para generar una vida nueva, dejemos al Maestro, agricultor paciente y constante, que trabaje en el campo del corazón y seamos positivos con nosotros mismos descubriendo que tenemos sembrado en el interior valores de luz y brillo que nos brindan la oportunidad de ser hijos de Dios llenos de ternura y amor.
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