martes, 29 de marzo de 2022

NINGUNA PIEDRA QUE LANZAR

 

Estamos en la recta final de este tiempo de gracia, celebramos el 5º domingo del tiempo de Cuaresma (ciclo c) y se presenta, en las lecturas de hoy, la novedad del mensaje de nuestra fe. “Algo nuevo surge y ya está brotando”: un Dios que transforma las situaciones injustas, que necesita de nuestras actuaciones para reaccionar ante los abusos y las injusticias que producen los poderosos y sacar de la postración a los señalados con el dedo. Y para ello sobran piedras y falta compasión para ponerte en el lugar del otro.

Empieza a ser algo familiar que en los evangelios “las personas de Dios por oficio, escribas y fariseos” están dispuestas a acusar, juzgar y condenar…«La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras... Le preguntaban esto para poder acusarlo.» mientras que Jesús, el Hijo de Dios, se presenta compasivo y siempre dispuesto al perdón. «Tampoco yo te condeno»

En el evangelio (Juan 8,1-11) este estilo de actuar del Maestro claramente lo vemos en la escena de la mujer adúltera. Jesús no emplea muchas palabras para anunciar la Buena Noticia de Dios a aquella mujer y a aquellos escribas y fariseos que quieren apedrearla. Con su actuación valiente Jesús desenmascara la hipocresía de los acusadores, se opone a una ley inhumana, evita una injusticia, defiende a una mujer acosada por todos, ofrece el perdón de Dios e invita a la acusada a una vida más digna.

Podemos dividir este texto en dos escenas. En la primera se encuentra la mujer adúltera, Jesús y los acusadores. Jesús primeramente guarda silencio, escribe en la tierra. Los acusadores, como moscas cojoneras, vuelven a la carga y es cuando Jesús se incorpora y responde: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra» Ahora la pelota está en el tejado de los acusadores, quienes reaccionan marchándose. Inmediatamente seguido da comienzo una segunda escena, donde solo aparecen Jesús y la mujer. La conversación final se resuelve con dos afirmaciones: «Tampoco yo te condeno» y «Anda, y en adelante no peques más»

Y es que lo que esta mujer necesitaba no eran piedras, sino alguien que le ayudara y le ofreciera la posibilidad de rehabilitarse, salir de su postración y ser liberada. Menos resentimiento, ira o agresividad y más compasión, perdón y acogida. Menos dedos hipócritas y acusadores y más experiencia verdadera y sincera de perdón.

El contenido del evangelio de esta semana es claro: invita a no hacer juicios sobre los demás y menos aún a declarar culpable a nadie. Jesús vino a salvar al ser humano en su fragilidad, no a perderlo, ni condenarlo. Por ello, el Maestro, rompiendo los moldes del puritanismo de la época, deja libre a la mujer y le concede el perdón y un nuevo camino de vida.

Reflexión: El pueblo de Israel (1ª lectura) y la mujer presentada y acusada ante Jesús como pecadora (evangelio) pueden gritar, con toda su fuerza, la antífona del salmo responsorial: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”

Dios te ha abierto “un camino por el desierto y corrientes en el yermo” y Jesús te ha liberado y sanado, ha puesto luz en medio de tus oscuridades, te ha salvado y NO CONDENADO a pesar de los dedos acusadores y de las piedras que quieren lanzarte. La gran pregunta que tengo, que a mí mismo me hago, es si tú también respondes a la acción de Dios en tu vida y en tu historia con satisfacción, gozo y alegría.

Pero la Palabra de Dios de este domingo, no sólo nos pide agradecimiento y alegría por el perdón recibido, hoy es más exigente y nos reta a que apostemos por una actitud de misericordia y no de juicio sobre nuestros prójimos. La compasión con la que actúa Dios en nuestra vida nos tiene que llevar a hacer experiencia de la bondad de Dios, a responder con agradecimiento a esa bondad y, también, a tratar a los demás con el mismo amor con que Dios nos ha tratado. Sólo así se reconocerá a una persona de Dios autentica, si nuestro empeño es en salvar y no en condenar, en sanar y no ajusticiar, en perdonar y no en lapidar.

¡Qué fácil es descubrir lo malo en los demás! ¡Qué fácil es entrar en la vida de los demás sin haber pasado antes por la nuestra! Para acusar es preciso conocernos a nosotros mismos, lo que cada uno somos por dentro. Para tirar la primera piedra es necesario reconocer y saber cuántas deberían caer sobre nosotros. Para condenar y juzgar a los demás nuestra primera mirada debe ser a nuestro corazón. Quien no se conoce en sus propias debilidades difícilmente podrá comprender las de los demás.

Desde un corazón limpio puedes ver mejor al otro. Cuanto más amor hay en nuestro corazón más fácilmente sabrás amar al caído.

Opta por el perdón que hace revivir al hermano, condenar es relativamente sencillo, perdonar y comprender, ponerse en el lugar del otro, calzarse sus zapatos… eso es de héroes. Estoy pensando que mejor que lanzar piedras a alguien nos las metamos en nuestras botas, igual así comprendemos que no deberían existir piedras que lanzar.

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