La Eucaristía no termina cuando cruzamos el umbral de la puerta, una vez escuchado el “podéis ir en paz”, sino más bien es el momento en el que debemos empezar a vivir lo aprendido y celebrado, siendo fraternidad y comunión con los cercanos y lejanos. Hacer vida y compartir con el “otro” lo que la mesa de la Palabra de Dios y la mesa del Pan nos invitan a vivir es condición indispensable para ser levadura, testimonio en el mundo y luz.
Reducir la celebración de la Eucaristía al acontecimiento que se nos ofrece entre los muros del templo, sin implicación en nuestra historia personal y comunitaria, es empequeñecer la fuerza de lo que se celebra, es ritualismo, es cumplimiento y no necesidad.
En las lecturas de este domingo del Corpus Cristi (ciclo c) vislumbro que, tras la Eucaristía, no sólo se nos ofrece la afirmación de la presencia real de Jesucristo Resucitado en el misterio del pan y vino consagrados, sino también se nos aporta una dimensión fraternal de comunión, ya que la Eucaristía es donde todos compartimos la misma mesa sin categorías, sin discriminaciones, sin distinciones… en hermandad.
En la primera lectura (Génesis 14,18-20) aparece repentinamente un personaje rey-sacerdote: Melquisedec, después de que Abrahán venza en guerra a los reyes que habían apresado a Lot. Melquisedec será denominado en el salmo responsorial como “sacerdote eterno”. Es quien bendice a Abrahán y al Dios altísimo por la victoria obtenida. Testifica así que el bendito posee una fuerza que le viene de lo alto.
Este texto presenta a Melquisedec que reconoce la acción de Dios en Abrahán y Abrahán reconoce la acción de Dios en este sacerdote cananeo. El signo del sacerdote es la presentación del pan y del vino. Abrahán por su parte le ofrece el diezmo. Son "antecedentes lejanísimos" que la iglesia gusta de utilizar en su "ambientación" de la Eucaristía, aunque a mí personalmente me resultan demasiados lejanos y cogidos con alfileres.
En la segunda lectura (1ª Corintios 11,23-24) nos encontramos ante el más antiguo relato sobre la celebración de la Eucaristía, escrito entre los años 54 y 57. La ocasión la dan las dificultades de la iglesia de Corinto, y su deficiente celebración de la Cena del Señor. La celebración eucarística se hacía en casas particulares, al terminar la cena (ágape) comunitaria y vespertina. Cada uno llevaba sus alimentos, y se producían fuertes diferencias entre los ricos y los pobres, los que tenían mucho y los que tenían poco. Pablo con este texto devuelve el sentido auténtico de la celebración: El pan y el vino son los signos de la entrega de Jesús y el memorial, no es un mero recuerdo, sino la presencia de Jesús en esos signos, que son alimento para el camino hasta que vuelva: “cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”
En versículos posteriores San Pablo extrae desde esta teología las consecuencias de cómo ha de celebrarse la Eucaristía y qué consecuencias tiene para la vida del cristiano
El evangelio (Lucas 9,11b-17) nos revela a Jesús como el portador de la salvación definitiva, una salvación que en el A.T se describe como un banquete abundante. Nos recuerda el alimento primero que Dios proporcionó al pueblo en el desierto y nos invita a conectar con el tiempo mesiánico donde se expresaba este tiempo como un banquete. Pero sobre todo, la multiplicación de panes y peces refleja la Eucaristía celebrada por la Iglesia primitiva: “alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió” (bendición y partir el pan)
Reflexión: Las tareas pastorales de la comunidad creyente de todos los tiempos deben tener presentes y estar impregnadas de la predicación o del anuncio del Reino, del servicio a los necesitados y de la celebración de la Eucaristía. Tres patas del mismo banco que no pueden faltar a la hora de vivir la fe: anunciar, testimoniar y celebrar. Si reducimos nuestra vida interior a una de ellas olvidándonos de las otras, nos ocurrirá lo mismo que si nos sentamos en un banco de tres patas que sólo tuviera dos.
La celebración y participación en la Eucaristía
debe estar acompañada del anuncio de la Palabra y del testimonio de la caridad
y del servicio a los más vulnerables. La evangelización, que debe ser una
preocupación permanente en cada comunidad parroquial, se debe mostrar con
sencillez en nuestro modo de vivir, de pensar y de estar. El servicio
a los pobres no puede reducirse a ayudas puntuales, sino a trabajar
para lograr que la persona esté en el centro de nuestra acción mediante una opción
de vida por los pobres. La celebración de la Eucaristía debe ser
vivida como verdadero regalo y alimento para la vida sin apatía ni pasividad.
Corpus Cristi es oportunidad y reto para despertar lo mejor de nosotros mismos, dejando a un lado mediocridades y ritualismos.
SABIAS QUE… La SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI se remonta al siglo XIII. En el año 1264, el sacerdote Pedro de Praga, dudoso sobre el misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, peregrinó a Roma para invocar sobre la tumba del apóstol San Pedro el robustecimiento de su fe. Al volver se detuvo en Bolsena y, mientras celebraba Misa en la cripta de santa Cristina, la sagrada Hostia comenzó a destilar sangre hasta quedar en el corporal completamente mojado. El Papa Urbano IV reconoció el milagro y el 11 de agosto 1264 instituyó para toda la Iglesia la fiesta llamada Corpus Christi, (a partir de una fiesta ya existente desde 1247 en la diócesis de Lieja, en Bélgica) para celebrar la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
ResponderEliminar