viernes, 23 de septiembre de 2022

DELANTE DE TUS NARICES

 

Tiene “bemoles” tener delante de tus narices el dolor del otro y no darte ni cuenta, ni percatarte de ello, porque tienes tu vista fija en tu ombligo. Hay veces que me dan ganas de gritar (o gritarme) “levanta la vista de tu ombligo que no eres el único que habita el planeta”. Se está extendiendo, desgraciadamente, el arte del “Yo-ismo”, que consiste en pasar viviendo en clave de YO, demostrando así el imperio de la falta de empatía, del egoísmo y de la indiferencia. 

En este domingo 26 del tiempo ordinario (ciclo c) descubro, en los textos de la Palabra de Dios que se proponen, vivir con un estilo nuevo donde el dolor del hermano duela como dolor propio. Tenemos delante de nuestras narices unos textos que provocan vivir sin ponernos “anteojeras”. Esas piezas que se colocan junto a los ojos de los animales de tiro y que tienen la misión de que el animal no vea por los lados sino tan solo de frente para que así no se distraiga ni se asuste. 

Este evangelio (Lucas 16,19-31) sólo lo vas a encontrar en Lucas. Es conocido como la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro. Jesús se dirige a los fariseos, que representan a aquellos que aman el dinero y que justifican de sus acciones ante Dios y los prójimos con el cumplimiento estricto de la Ley.

La parábola tiene dos partes. En la primera parte (Lucas 16,19-26)  se nos describe a los dos personajes principales «un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas» La muerte de los dos cambiará totalmente la situación.

En la segunda parte de la parábola (Lucas 16,27-31) se insiste en la Escritura como camino seguro para la conversión. Se nos muestra como el personaje rico es sordo a las demandas de la Palabra porque su vida no estaba enraizada en las Escrituras. El versículo final expresa perfectamente el centro del mensaje contenido en la parábola: incluso los milagros más espectaculares son inútiles para la conversión sino se ha acogido en el corazón la Palabra de Dios «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto»

Esta historia, hecha parábola, es una ilustración que nos transporta a las bienaventuranzas. El reproche que se hace al rico es el de no haber sabido compartir lo que tiene con los más necesitados. Y aún más grave, llevando una vida tranquila y cómoda, no se da ni cuenta de que junto a él estaba un hombre, un “hermano” suyo, que estaba en la mayor de las pobrezas. Esto es INDIFERENCIA.

Se mira al rico como alguien que ha perdido una oportunidad de conversión por no haber escuchado a Moisés y los profetas, donde habría encontrado muchas invitaciones a la solidaridad para con los pobres.

Una prueba de esto último que te indico lo encuentras en la primera lectura de este domingo. El profeta Amos (6,1ª.4-7) denuncia el lujo confiado,  desmesurado y despreocupado: “que no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José”. Parece que van unidas la vida lujosa y facilona, que es descrita por el profeta como “buena vida” de comida, bebida, confort y vagancia, en contraste con la ruina del pueblo de la que no se duelen porque no les duele.

Reflexión: La omisión del deber no cumplido, causante de demasiados sufrimientos y desastres, no nos puede dejar tranquilos. Es cierto que el rico epulón no hizo ningún daño al mendigo Lázaro, ni le pegó, ni le maltrató. Simplemente ni le vio y eso que estaba, no a la puerta de su mansión sino en el portal, en una estancia dentro de su casa. Su omisión fue grave porque muestra la insensibilidad ante el sufrimiento.

La enseñanza que podemos extraer de esta Palabra de Dios es la necesidad de cambiar el estilo de vida, convertirse, comprometiéndose y solidarizándose con las necesidades de los hermanos. Ciertamente el destino final de salvación, no depende del propio estado social, pero sí está relacionado con el modo de servir a los demás a través de nuestros dones y talentos.

Nos encontramos frente a frente con un Dios que ni excusa, ni justifica, la indiferencia, como comportamiento válido, ante el dolor del prójimo. La denuncia del evangelista Lucas y del profeta Amos señala que la actitud de abandonar al que sufre a su suerte, mirando para otro lado, pasando de largo y observando nuestro propio ombligo, nos hace cómplices de la situación del ser humano que sufre.

No esperemos milagros inútiles. Tenemos delante de nuestras narices las Escrituras como el camino para la conversión del corazón. En ellas podemos encontrar luz en nuestro actuar.

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