Hacer uso de los bienes materiales de este mundo de forma lícita y correcta, con habilidad y sagacidad… para mí no es sinónimo de actuar con servilismo a lo material, sino que es saber encontrar un trampolín en los bienes humanos para tomar impulso y saltar a bienes superiores y mayores.
En este sentido, vienen a mi memoria, y me sirve de ejemplo de lo anteriormente dicho, los medios de comunicación más actuales que pululan por la red de internet como WhatsApp, Twitter, Facebook, Instagram, TikTok, Páginas Web, Blogs… cierto que pueden esclavizarnos si hacemos un uso incorrecto de ellos, pero si tenemos la habilidad de utilizarlos buscando un bien superior, como puede ser la extensión del mensaje evangélico, seremos “hijos de la luz” que tienen decisión, inteligencia y habilidad para aprovechar lo mundano y humano pero con criterios de luz y no de oscuridad.
En este domingo 25 del tiempo ordinario (ciclo c) el texto del evangelio, que la liturgia presenta, me ayuda a comprender que no debo condenar como perversos y malignos los medios humanos y creados por el mundo, sino que puedo hacer uso de ellos como el trampolín que sirve al gimnasta de resorte para impulsarse al realizar un salto de mayor altura.
El evangelio (Lucas 16, 1-13) nos presenta la parábola del administrador injusto. Lo primero que creo que asalta a nuestro pensamiento, tras la lectura de esta parábola, es la idea de que Jesús parece que alaba el proceder de un hombre deshonesto. Si fuera así, esta parábola no tendría sitio en el mensaje del evangelio, ya que nos invitaría a ser injustos o, como poco, a la malversación de fondos públicos o privados. Sería dar carta de libertad a chorizos y mangantes que se aprovechan del lugar que ocupan y de la posición en la que se encuentran para el beneficio y lucro personal.
Sin embargo, si en algo este administrador es
ejemplo es en su sagacidad y habilidad…
y esta es la enseñanza que podemos extraer para nuestra vida de fe: usar los
bienes de esta tierra para ponerlos al servicio del Reino. Frente a los “hijos
de este mundo”, nosotros, los seguidores del Maestro de Nazaret, (“hijos de la
luz”) tenemos que obrar con decisión e inteligencia, para que viviendo en medio
del mundo, obremos con criterios nuevos y distintos a los que obraría el hombre
mundano y oscuro. Nuestros criterios, totalmente opuestos, tienen que ser la generosidad
y el desprendimiento.
La parábola continua (Lucas 19,13) con una serie de textos sobre el uso del dinero. Insiste en la misma idea anterior. Se nos pide saber usar los bienes temporales y terrenos para que, teniendo en cuenta las exigencias evangélicas, busquemos el verdadero bien, que, para nosotros, no es otro que la pertenencia al Reino o la salvación.
Se nos advierte que jugar al juego de servir a dos señores, a Dios y al dinero, no es posible en el seguidor de Jesús y discípulo. Ya que servir a Dios nos hace libres para entregarnos al prójimo, pero servir y tener por amo al dinero nos esclaviza y aplasta negándonos la posibilidad de cualquier entrega de generosidad. El dinero cuando se transforma en un ídolo impide el servicio autentico a Dios y al hermano.
Lo importante, lo decisivo y, en todo caso, lo indiscutible, que enseña este evangelio es el rechazo tajante a la acumulación de bienes y riquezas. La sentencia que pronuncia Jesús no admite dudas: “No podéis servir a Dios y al dinero” El ponernos al servicio del dinero destruye nuestra propia humanidad.
Reflexión: La meditación pausada de la primera lectura (Amos 8,4-7) puede ayudarte a centrar la enseñanza de este domingo. Ni se alaba, ni se bendice el proceder del administrador porque a los ojos de la justicia no tiene defensa alguna. Ya el profeta Amos condena la hipocresía piadosa, la codicia bajo el velo de la escrupulosa observancia de la ley, el fraude, el aumento de precios, la mala calidad de los productos, el aprovecharse de las deudas de los pobres… Y advierte a aquellos que “pisotean, al pobre y eliminan a los humildes del país” que el Señor «no olvidará jamás ninguna de sus acciones»
Desde la Palabra de Dios, que será proclamada en nuestros templos, creo que debemos pensar sobre el uso que hacemos de los bienes creados. Somos “administradores” de estos bienes y no “propietarios”, y como tales administradores podemos ponerlos al servicio del Bien y ser “hijos de la luz” o ponerlos al servicio de nuestro propio ego y habremos entrado en la rueda de aquellos que condena el profeta Amos.
El Señor alaba al administrador por su sagacidad, no por otra cosa. La astucia para hacer el bien puede que sea el reto que Jesús te pida en este momento de tu historia personal. A lo largo del día vives miles de situaciones para extraer luz en medio de aparentes oscuridades. Mi consejo es que no huyas de esas situaciones sino que pongas inteligencia y habilidad en la intención de tu corazón.
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