martes, 6 de septiembre de 2022

PERDIDO, BUSCADO Y ENCONTRADO

 

¿Quién de nosotros no ha perdido algo, lo ha buscado por cielo y tierra, ha preguntado a propios y extraños, por si alguien lo había visto, y no ha dudado en utilizar métodos de búsqueda, incluso aquellos que hemos heredados de nuestros antepasados (el rezo del padre nuestro a San Antonio o el procedimiento perverso, pero eficaz, de San Cucufato)? Y si lo has encontrado ¿A quién de nosotros no le ha brotado el sentimiento de la alegría y con él la serenidad, la calma y la paz? ¿Y quién no  ha comunicado su hallazgo para que el otro sienta la misma satisfacción que tú?

En este domingo 24 del tiempo ordinario (ciclo c) las lecturas nos invitan a meditar sobre la búsqueda y encuentro de lo que estaba perdido, que no es perverso, sino simplemente extraviado. Y cómo, tras la búsqueda y el encuentro, brota en el corazón la alegría.

Esta es la dinámica de la bondad de Dios que se expresa en todo el capítulo 15 del evangelio de Lucas por medio de tres parábolas: la oveja perdida, la moneda perdida y el padre bueno o hijo pródigo.

Frente a los “justos”, que se indignaban por la acogida que Jesús dispensaba a pecadores y publicanos, el Maestro les habla de la alegría de Dios al encontrar al perdido y les invita al cambio de actitud para que se encuentren con el Dios-Amor que Él les revela.

Quizás, en el contexto de las comunidades de Lucas, estos tres relatos sirvieran para vencer la resistencia de algunos cristianos que no veían con buenos ojos la llegada de nuevos convertidos a la comunidad cristiana… pero esto es sólo quizás, quizás, quizás…

En el evangelio (Lucas 15,1-10) que nos presenta la liturgia en este domingo, encontramos dos parábolas.

La primera de ellas es la parábola de la oveja perdida (Lucas 15,1-7) Para interpretarla correctamente deberíamos leer al profeta Ezequiel en el capítulo 34, versículos del 11 al 16, ya que esta parábola justifica la forma de actuar de Jesús con los marginados de Israel como justificaba el profeta Ezequiel la forma de actuar de Dios frente a la conducta egoísta de los malos pastores del pueblo.

En el profeta Ezequiel se vislumbra, en el futuro, a Dios mismo como el pastor que cuidará de sus ovejas, en especial de las descarriadas y perdidas. En la parábola del evangelio, Jesús anunciará la salvación de Dios ofrecida a los pecadores porque Dios mismo se solidariza con los excluidos y marginados, los busca hasta que los encuentra y como pastor “Los carga sobre los hombros, muy contento”

Lucas insiste en la “ALEGRÍA” del encuentro de la oveja perdida preparando así la respuesta final de Jesús a las murmuraciones de los fariseos: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.

La conclusión de la parábola insiste en la conversión y no sólo en el encuentro: “Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse"

La segunda es la parábola de moneda perdida (Lucas 15,8-10) es propia de Lucas y tiene el mismo mensaje que la anterior: El amor misericordioso y constante de Dios busca lo perdido y se alegra cuando lo encuentra.

Reflexión: La mirada de Dios que nos presenta Jesús es totalmente distinta a la que nos presentan los fariseos y escribas. Éstos murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos», mientras que Jesús presenta un Dios que busca al perdido hasta que lo encuentra y cuando lo encuentra le trata con acogida y misericordia cargándole “sobre sus hombros”… brotando espontáneamente la alegría como consecuencia del hallazgo.

La mirada de Dios hacia el “pecador” no es una mirada de juez implacable ante el perverso, sino que lo mira como “perdido”, como alguien muy querido que se extravía. Por ello, el encuentro está presidido por la alegría. El Dios de Jesús no juzga, no rechaza, no censura, no echa en cara nada. El Padre que nos revela el Maestro comprende, acoge y se alegra, sea cual sea la razón del extravío del perdido.

Tú y yo, como seguidores de Jesús y discípulos misioneros, no podemos caer en el error de los fariseos y escribas. No podemos utilizar el pecado como la perdición que Dios condena y castiga sin vuelta atrás. No podemos manipular los sentimientos de culpa ni atormentar conciencias declarando impuro, manchado y sucio a quien se extravía. No podemos condenar, rechazar, marginar, excluir… sino valorar la conversión del corazón del ser humano, fruto de la libertad, porque Dios no obliga al perdido contra su voluntad a subirse en los hombros del pastor.

Y por último… ¡Alégrate con el Señor! si en tu comunidad de fe alguien perdido ha sido buscado, encontrado y llevado sobre los hombros del “Buen Pastor”, este hermano es signo de la bondad de Dios.

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