¡Amig@! ¿Cuántas veces a lo largo de un día eres consciente de tu respiración? Posiblemente, si exceptúas cuando estás bajo el agua, o te atragantas con un hueso de aceituna o cuando te falta el aire, ninguna. Y sin embargo estarás de acuerdo conmigo que respirar es imprescindible para poder seguir viviendo. Pues para el discípulo-creyente la oración es como para ti y para mí la respiración física. La oración es la respiración que nos permite seguir viviendo los continuos compromisos evangélicos que van construyendo un mundo más fraterno.
En las lecturas de este domingo 29 del tiempo ordinario (ciclo c) descubro que se nos ofrece, a los discípulos del Señor, un ánimo y una esperanza para tener seguridad en la oración y que no dudemos en perseverar en la súplica a Dios, por muy difícil que se nos presente un problema o una situación a resolver. La enseñanza más fuerte que experimento, de los textos de este domingo, consiste en plantearnos el grado de nuestra confianza en Dios en toda situación, pero especialmente en aquellas más límites y desesperadas que se nos presentan en la vida, cuando todo lo vemos oscuro, sin salida, sin solución… y como sin embargo seguimos firmes en la fe.
La primera lectura (Éxodo 17,8-16) enseña que así como el Señor asistió a Israel en las necesidades naturales del camino de liberación (alimento y bebida) también lo salvó de enemigos; tipificados en Amalec. Moisés actúa como sacerdote: sube al monte con el bastón en sus manos y, levantando los brazos, reza; su oración es poderosa. «Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón de Dios en la mano»
Se recalca en este texto el papel asistencial del Señor que es la fuente de confianza hasta conseguir la victoria definitiva.
En el evangelio (Lucas 18,1-8) se nos ofrece la parábola del juez y la viuda. Para mostrar la necesidad de la oración en el creyente y la oración como antídoto a la desesperanza, Lucas narra una parábola que no tiene paralelo en otro evangelio, siendo muy similar a la del amigo que viene pidiendo pan a media noche (Lucas 11,5-8)
Orar con confianza y perseverancia, con la seguridad que Dios escucha las súplicas del ser humano, es la intencionalidad de este texto. “Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer”
Jesús plantea un problema o un caso en el que las circunstancias son poco menos que desesperadas. En efecto se trata de un juez a quien no le importa la ley, ni Dios, ni el qué dirán, ni lo que se piense de él. Y frente a semejante personaje una viuda que pide una cosa justa. Es significativo que el texto enfrente a una viuda (en la Biblia es una figura típica del necesitado, persona desvalida, sin capacidad de influjo social y, menos aún, jurídico) a un juez único competente en Israel para interpretar la ley y repartir justicia.
La parábola lleva las cosas hasta el extremo de la extravagancia narrativa ya que el juez poderoso e injusto tiene miedo de la pobre viuda: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”». Pues si hasta el más canalla no se resiste a la súplica insistente ¿Cuánto más Dios que, por definición, es amor y bondad?
Afirma la parábola: si un juez deshonesto termina por hacer caso a una viuda pobre, con mucho más motivo lo hará Dios que se mueve impulsado por la misericordia y defiende siempre a los débiles.
Quizás la comunidad de Lucas, que vive en un mundo hostil y cercana a las persecuciones, encontró en este evangelio una esperanza para la situación que vivían… Quizás el retraso de la venida del Señor y la hostilidad del mundo que rodeaba a la comunidad lucana habían apagado el entusiasmo de la fe… Por ello, la pregunta de Jesús se transforma así en una exhortación a perseverar en la fe. «Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».
Reflexión: Muchas veces nos hacemos la pregunta ante las diferentes adversidades u hostilidades que vivimos de por qué Dios no interviene para salvarnos o salvar a su Iglesia. En ocasiones acusamos a Dios que no escucha nuestras oraciones y suplicas. Esta parábola del evangelio es una buena respuesta, dada por Jesús, ante nuestras situaciones de incertidumbre y aparentes silencios de Dios.
Se nos invita a la permanencia fiel al Dios Padre, que nos presenta Jesús, incluso cuando la fe vaya perdiendo importancia en el mundo. La oración no nos retira del mundo sino que nos dirige hacia él para transformarlo según los criterios y valores del Reino proclamado por Jesús.
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