Tiempo Ordinario. Domingo XX
Todos tenemos experiencia de lo que es capaz de hacer una madre por su hijo. En el ADN materno se conjugan muchos verbos que podemos resumir en una única palabra: amor. Cada uno de nosotros puede definir el contenido de la palabra madre basándose en la experiencia personal que hemos atesorado a lo largo de nuestra historia de vida. Pero todos coincidiremos que una madre nunca se rinde, siempre encuentra la forma de estar en pie y fortalecida a pesar de las dificultades. Igualmente, en el ADN materno, una madre se anticipa a los deseos de sus hijos, prevé sus necesidades y busca, por cielo y tierra, que ellos posean lo esencial para vivir y ser felices.
En este domingo XX del Tiempo Ordinario (ciclo a) me sorprende que Jesús alabe la grandeza de fe de una madre sólo porque pide insistentemente la curación de su hija. No hay, en esta mujer, nada extraordinario porque, como ya os he dicho, este gesto pertenece al ADN materno. Además, esta mujer, no vive una experiencia religiosa privilegiada, sólo sencillamente acude a Jesús porque desea ver curada a su hija a la que tanto quiere. ¿Qué grandeza puede haber en una petición?
En el evangelio (Mateo 15, 21-28) se contiene un mensaje sumamente importante. Encontramos a Jesús que se retira a territorio pagano, al país de Tiro y Sidón, posiblemente fruto de la oposición de los fariseos y maestros de la ley. Allí le sale al encuentro una mujer “cananea” gritando y suplicando «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.»
El evangelista Mateo subraya el diálogo entre Jesús y esta mujer pagana (El apelativo de cananea, que el evangelista da a la mujer, designa en el Antiguo Testamento a los paganos) Ella, por tres veces, solicita la ayuda del Maestro, reconociéndole de palabra como Hijo de David y Señor, y adorándole como Dios (“se postró ante Él”) Todos estos gestos hacen que finalmente Jesús alabe su fe y realice la curación «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.» La fe, como siempre en los relatos de milagros, es condición necesaria para que se manifiesten los signos del Reino. Y esta fe es la que es alabada por el Señor, no tanto la petición de madre, sino la fe que conlleva dicha suplica insistente.
El relato de la curación realizada por Jesús le sirve a Mateo para mostrar la llegada del Reino y la salvación a todos, también a los paganos. Nadie está excluido del Evangelio, éste va dirigido a todos los pueblos y a todas las personas. Esta idea está recogida en la primera lectura (Isaías 56,1.6-7) donde se propugna la reconciliación con todos los pueblos extranjeros, los cuales son invitados al “Monte Santo”
Aquí las palabras pronunciadas por la cananea: «También los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.» equivale a recibir de Jesús el don de la sanación de su hija. Por lo tanto, podemos decir que el pan que reparte Jesús es algo más que el pan material, es el pan del Reino; es decir sus enseñanzas y los signos y milagros que lo hacen presente.
Me gustaría que te dieras cuenta del papel de los discípulos. Me parece significativo porque hacen de intermediarios entre la mujer y Jesús. «Atiéndela, que viene detrás gritando.» Puede que entiendas, en las palabras de los Doce, una petición a Jesús de despedir a la mujer porque les molesta las voces y el escándalo que estaba produciendo. Pero te invito, más bien, a que mires a los discípulos como puentes, que tienen la misión de acercar al ser humano hasta Jesús, el Dios que escucha la oración de petición y suplica, venga de donde venga.
Reflexión: Jesús admira, en este episodio, la grandeza de la fe de una mujer sencilla que, por amor a su hija, no duda en invocarle con insistencia, a pesar de todos los obstáculos y dificultades. Esta postura de Jesús ante la cananea nos enseña que es una temeridad medir con nuestros criterios, algunas veces demasiados estrechos y parciales, el misterio de la fe de un creyente. No creo que exista en el mundo un “medidor de fe”, pero sí pienso que puedes medirte tu fe por la capacidad que tienes de abrirte al misterio de Dios.
El dialogo que se entabla entre la mujer cananea y Jesús no carece de asperezas. Sirva como muestra un botón: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.» Pero la mujer, ante esta negativa, no se amilana, ni se retira, sino que con audacia da la vuelta al argumento y reitera su petición. Jesús se rinde a la humildad de la mujer y reconoce con admiración la grandeza de la fe de esta pagana. Toda una enseñanza sobre el corazón de Dios que está abierto a quienes le gritan con insistencia. Puede que lo que nos toque a ti y a mi sea suscitar en el mundo de hoy el deseo de elevar a Dios la petición. Y para esto tenemos que tener ADN materno.
Sentirse hijo de Dios es lo más grande,así podremos heredar el Reino de los Cielos. Recen por mi
ResponderEliminarGracias por el comentario Rosa.
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