viernes, 21 de agosto de 2020

EL PODER DE LAS LLAVES


Tradicionalmente las llaves son símbolo de autoridad y de poder.
Las llaves son objetos comunes en nuestro día a día, las empleamos constantemente para abrir las puertas de nuestras casas, lugares de trabajo, candados… etc. Quien posee una llave posee el uso de ella y, consiguientemente, es el único que tiene la oportunidad de abrir y cerrar, sin hacer uso de la fuerza.

Cuando recibimos o adquirimos, en cualquier ámbito de la vida y en cualquier institución, un cargo o una posición (unas llaves) recibimos, de forma inherente y anexo al cargo, una función de la que se desprende una responsabilidad en dicha organización, institución o empresa.
Creo que se equivoca quien piensa que el cargo recibido es para su propio crecimiento a costa del hundimiento del “otro”. Tener un puesto relevante, bien sea en una empresa civil o en una institución espiritual, como puede ser la Iglesia, es para el servicio de aquellos que pertenecen a dicha empresa e institución. (En el caso de la Iglesia también hay que servir a aquellas personas que NO forman parte de ella)

Utilizar el cargo recibido para la corrupción, el soborno, la prepotencia, la prevaricación, la deshonestidad, el poder… y no para la entrega, la disponibilidad, el servicio, el auxilio, la asistencia, la ayuda… convierte, a quien ostenta ese poder, en una persona, como poco, insensible que se aprovecha del prójimo para su beneficio personal y olvida las obligaciones y responsabilidades hacia los demás que ha adquirido.

La primera lectura que la Iglesia nos presenta en este domingo XXI del Tiempo Ordinario, (ciclo a) del profeta Isaías 22,19-23 nos ofrece un acontecimiento domestico de la vida de palacio. Sobná, un mayordomo de palacio, aprovechando su cargo, se ha construido una tumba en un lugar particularmente apreciado.
(Nota: De acuerdo con la cultura del mundo antiguo la posesión de tierras, aunque fuera la del sepulcro, aseguraba la pertenencia a un grupo nacional y, por consiguiente convalidaba todas las propiedades adquiridas)
Isaías anuncia su deposición del cargo, su exilio y su muerte en tierra extranjera. Siendo sustituido por Eliaquin al cual se le confía “el poder de las llaves de palacio”. Es decir se le concede todos los poderes con la función de: ser padre de los habitantes de Jerusalén y de la casa de Judá.

En el evangelio (Mateo 16,13-20), se nos presenta la confesión de fe de Pedro, quien en nombre de los discípulos, reconoce a Jesús como Mesías e Hijo de Dios. El mismo Jesucristo le felicita, le da un cargo y le confía una misión. “Ser roca firme para que la Iglesia no sucumba en las dificultades”
Para ello le entrega las llaves, el poder de atar y desatar para interpretar la ley de Moisés con autoridad. Así Pedro es constituido por Jesús como mayordomo y supervisor de su Iglesia con autoridad para interpretar la ley según las palabras de Jesús y adaptarlas a nuevas situaciones y necesidades.

Reflexión: La base donde nace la confesión de Pedro es una doble pregunta que Jesús lanza a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? ¿Quién decís vosotros que soy yo?... Ahora llega el momento de responder nosotros a esta misma pregunta: ¿Quién es Jesús para mí?

Nuestra respuesta no puede ser fría e impersonal, no puede ser intelectual, ni siquiera teológicamente correcta. Más bien, debe ser fruto del corazón, procedente de nuestra experiencia de vida con Él, sincera y veraz.
No puede ser una respuesta de lo que dicen otros sobre Jesús, ni tampoco una respuesta preciosa extraída de un libro o de un catecismo que tenemos a mano o de la “Wikipedia de google”, sino que se te pide que tu respuesta sea lo que realmente sientes, piensas y dices tú.

Por ello amigo/a…. lo siento pero no te puedo ayudar a dar una respuesta a la pregunta que Jesús te lanza este domingo. Es muy personal. Sólo te deseo que contestes con verdad, y que asumas la responsabilidad del poder, el encargo, las llaves… que conlleva la respuesta dada.

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