miércoles, 7 de mayo de 2025

CREDENCIALES

 

4º Domingo de Pascua

El documento que acredita a una persona para desempeñar una determinada función se le conoce con el nombre de credencial. Es decir, es la acreditación, certificación, diploma, nombramiento… para que alguien pueda probar su identidad. Lo habrás podido ver en múltiples ocasiones, si eres una persona que se pasea por ferias, eventos y congresos, colgado al cuello con una cinta o cordón que lo sostiene. Aunque bien es verdad que hoy estas credenciales colgadas al cuello están presentes en casi todos los encuentros, también en los señores cardenales que deben estar presentes en el cónclave para la elección de un nuevo Papa.

En las lecturas de este domingo cuarto de Pascua (ciclo c) conocido como “Domingo del Buen Pastor”, Jesús se presenta con sus credenciales de Mesías e Hijo de Dios, que no son ningún tipo de papel o documento jurídico, sino sus obras que le identifican.

Las obras se convierten en testimonio, ellas hablan de ti y de mí. Si nuestras obras son de bondad sincera tendremos muchas posibilidades de ser aceptados, pero si nuestras obras no se corresponden con nuestras palabras el rechazo es inminente. Pero esta máxima, en la realidad del día a día, no es matemática. Hay ocasiones que, aunque hagas el “pino con las orejas”, ya el rechazo o la aceptación lo tienes de antemano porque no se miran las obras, ni siquiera las palabras… sino otros intereses más personales y ocultos, o simplemente por ideas preconcebidas.

El evangelio de este domingo (Juan 10,27-30) parte de una pregunta anterior: “¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si eres tú el Mesías dínoslo francamente” (Juan 10,24) A esta pregunta, tan capciosa como directa, Jesús contesta de forma equivalente, remitiéndose al testimonio de sus obras.

Seguidamente, les comunica que sus credenciales, sus obras, sólo pueden ser admitidas por sus ovejas, por aquellos que están abiertos a la fe y le aceptan como salvación. Los dirigentes judíos no pueden creerle porque no forman parte de su rebaño. El conflicto está servido y la solución de las autoridades judías será intentar apedrearle. (Cómo les gustaba a esta gente una cantera)

Jesús recordará a sus interlocutores quienes son sus ovejas, los que les pertenecen: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna» Es decir, son de Cristo (sus ovejas) aquellos que escuchan su voz (reconocen), los que están abiertos al plan de Dios sin condicionarlo desde los propios prejuicios y seguridades, los que le siguen… estos creen en Él  y, aunque sean rechazados por el mundo, serán aceptados por Jesús y el Padre que son uno: “no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano”

La imagen del pastor con su rebaño expresaba las relaciones de Dios con el pueblo, posiblemente por su condición de nómadas. Frente a los dirigentes que no pastorean al pueblo ni le sirven, Jesús muestra sus credenciales de Mesías, bajo la figura del Buen Pastor. Así lo prueban sus obras: Él conoce a sus ovejas, las conduce a pastos, las defiende de los peligros, se entrega totalmente y da la vida por ellas. Su autoridad de pastor proviene de la dedicación que les presta. Las credenciales de Jesús nacen de su actividad.

Reflexión: «Mis ovejas escuchan mi voz». Hoy somos víctimas de una lluvia tan abrumadora de palabras, mensajes, ruidos, voces e imágenes que corremos el riesgo de perder nuestra capacidad para escuchar la voz de Aquel que nos da Vida. Necesitamos urgentemente recuperar de nuevo la capacidad para la escucha si no queremos ver ahogarse la fe en la trivialidad. Necesitamos estar más atentos a la voz de Dios y sintonizar con ella porque Él se hace presencia vivificadora.

Es un reto del seguidor de Jesús reconocer la voz del Maestro entre tantas voces que nos asaltan en el día a día. Para ello, tendremos que cribar mucho, eliminar y discernir cuidadosamente. La voz de Jesús es voz amiga, tiene acento familiar y de confianza. Es una voz que sabe llegar a nuestro interior y no se queda en la fachada. Es una voz que conoce las razones intimas de nuestras actitudes, que extrae lo positivo que poseemos y que despierta en nosotros lo mejor que tenemos. Es una voz con un tono inconfundible: el de la vida. Nos da vida y nos abre a la vida.

Amig@, saborea en ti la experiencia de este Maestro que te habla. Su voz no puede caer en saco roto. Ella trae aires nuevos de esperanza. Adhiérete a su persona, funde tu vida con la de Él, síguele, acógele y lánzate a trabajar en su proyecto de salvación, anunciando el amor misericordioso de Dios que palpita en el Evangelio. Para todo esto no te hacen falta credenciales colgadas al cuello que demuestren tu identidad, sino obras que lleven la firma del Maestro. 

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