3º Domingo de Pascua
¿Has declinado una invitación bajo excusas baratas y de medio pelo? Seguro que tienes en tu memoria alguna de ellas. Pero también tendrás otras invitaciones en las que no te ha sido posible excusar tu ausencia, especialmente aquellas en las que por la persona que te invita y por la relación que tienes con ella no sería comprensible tu actitud.
En las lecturas de este Domingo Tercero de Pascua (ciclo c) se nos ofrece, a toda la comunidad de los seguidores de Jesús, una invitación que no podemos rechazar. Es el Señor quien hace la propuesta de remar mar a dentro y lanzar las redes: Evangeliza.
El evangelio (Juan
21,1-25) presenta en clave simbólica, bajo la imagen de la pesca, un
pasaje sobre la misión, con objeto de señalar cuáles son las condiciones para
que sea fructífera y el lugar que ocupa Jesús en ella. Si en el capítulo
anterior (20) el Maestro aparece como el centro de la vida de la comunidad y
punto de origen de la misión, en este capítulo 21 Jesús se mostrará como la
pieza esencial que no puede faltar en el trabajo misionero, hasta el punto de
que la misión sin Él está destinada al fracaso.
Es la resurrección de Jesús quien hace posible
la existencia de la comunidad y la misión que le es encomendada. Es más, el
éxito de esta misión no es fruto exclusivo del esfuerzo humano, sino de la
presencia viva del Maestro en ella.
Tras una noche sin éxito la suerte de los discípulos cambia al seguir la consigna de Jesús: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». Las palabras del Señor son las que deben orientar la evangelización para que ésta sea fructífera. «La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces»
El resultado de la escucha y de poner en
práctica las palabras de Jesús es: “una red repleta de peces grandes: ciento
cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red”. Con esta
red que no se rompe se designa la universalidad y se acentúa la
capacidad de la Iglesia para recibir en su seno a todos los hombres, por muy
distinta que sea su mentalidad, cultura, posición social, raza… No hay
excepción. Se pone de relieve la unidad de la Iglesia, compuesta por muchas
comunidades y pueblos, pero todas creadas por el Resucitado. Esta universalidad
de la misión sin excluir a nadie está representada con el número de peces
recogidos “ciento cincuenta y tres”
Por último, quisiera que te fijaras en la figura de Pedro. Es quien toma la iniciativa para comenzar la labor evangelizadora: «Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar» y él es quien termina la faena llevando la red a la orilla. “Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes” Pedro asume ser la cabeza de la misión de la Iglesia, que acerca hasta el Maestro el éxito del trabajo de todos los discípulos.
Pedro antes de reconocer al Señor estaba desnudo (símbolo de debilidad, fragilidad) pero cuando lo reconoce se ciñe la túnica (símbolo de servicio), se lanza al agua (gesto de dar la vida, de entrega) y se sienta a la mesa para compartir el fruto de la pesca (símbolo de la participación en el banquete del Señor y de los hermanos)
En definitiva, descubrimos con la imagen de la pesca la misión de la Iglesia, de toda la comunidad de bautizados orientada y guiada por la presencia del Resucitado y no la labor de un grupo de escogidos, especialistas o perfectos. Por ello, este texto evangélico, como otros muchos, supera lo estrictamente narrado y nos presenta un discurso muy concreto que tiene como finalidad la de animar a la “faena de la pesca” a todo creyente, a todo aquel que se considere seguidor de la persona de Jesús. Se cumple así la promesa realizada por el Maestro al grupo de los discípulos en el momento de su elección y vocación: “os haré pescadores de hombres”
Reflexión: El cristiano de todos los tiempos está llamado a evangelizar. Y el océano donde debemos lanzar nuestras redes y propuestas de Buena Noticia es en “alta mar”. Podríamos pensar que se nos pide “estar en la orilla”, es decir en la facilidad y en la comodidad. Pero descubrimos que la pesca es en el mundo, arriesgando y apostando. Es el nuevo reto para nuestra acción apostólica.
La presencia del Espíritu será quien nos empuje a superar todas las dificultades en la misión. Así lo podemos observar en la primera lectura de este domingo (Hechos de los Apóstoles 5,27b-32.40b-41) Es la fuerza del Resucitado y su Espíritu quien lleva a los apóstoles a vivir en la libertad, frente a la oposición de los hombres, y a la valentía frente a la persecución.
Ya no existen excusas baratas de medio pelo, somos invitados por el Maestro Resucitado que nos acompaña y dirige nuestra acción evangelizadora. No te excuses diciendo que no eres digno, que no tienes la preparación académica suficiente o que eso es para otros.
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