Hacemos de nuestra casa un “bunker” cuando
algo nos atemoriza. Es nuestro miedo quien hace cerrar la puerta, poner alarmas,
reforzar cerraduras y aislarnos de cualquier agresión externa que pueda
dañarnos. Al atardecer, según se aproxima la entrada de la noche, nos
aseguramos que todos los que forman parte de la familia están dentro del hogar
y nos acercamos a la puerta de casa para comprobar que está bien cerrada, con
la pretensión de poner distancia física con el exterior y así evitar posibles
sorpresas desagradables.
En el miedo es donde se fundamentan las empresas de seguridad para que hagamos uso de sus servicios. Ya no es válido que cierres la puerta de casa, hoy en día, aún con las puertas cerradas y comprobadas, puedes ser el objetivo de un robo o de la ocupación de la vivienda. ¡Ay cuantas maravillas se pueden hacer metiendo el miedo en el cuerpo de tu vecino!
De miedo y puerta cerrada nos habla hoy la lectura del evangelio de este domingo segundo de Pascua (ciclo b) y posiblemente de ánimo encarcelado por la tristeza. En una habitación de Jerusalén, donde se encuentran los discípulos de Jesús, hay mucha oscuridad interna y externa e imagino que mucho silencio, acompañado de miradas de unos a otros observando al compañero de fatigas. Sólo les reconforta el “estar reunidos”
El evangelio (Juan 20,19-31) nos narra, “en el primer día de la semana” el encuentro de los discípulos con el Resucitado y como ellos dialogan con Tomás, ausente en este primer encuentro. “A los ocho días” un nuevo encuentro, en esta ocasión ya está presente Tomás con el que mantiene Jesús una conversación.
En este encuentro el evangelista subraya la identidad del Resucitado con el Crucificado, es decir Jesús muerto en la cruz (Jesús de la historia) es el mismo que Jesús Resucitado (Cristo de la fe) De ahí las exigencias de ver y palpar los agujeros de las manos y el costado. Igualmente se pone de relieve la confesión de la fe cristiana al citar las palabras: “Señor mío y Dios mío” Tomás es presentado como el representante de los que no quieren creer sin ver, pero una vez vencida la increencia es presentado como modelo de fe, ya que en sus palabras se recoge el reconocimiento de Jesús como Señor y Dios.
Pero al hilo del título de este articulo me gustaría que contemplaras en este texto el movimiento, avance y transformación que se produce en aquellos que se encuentran en la habitación cerrada. Del miedo pasan a la alegría, de estar encerrados a ser enviados, del no-ver al ver, del creer al vivir, de la incredulidad a la fe. Nada queda igual después de este encuentro con el Resucitado, se inicia un nuevo itinerario transformador.
También me gustaría que te pararas y meditaras en la bondad que se desprende y está presente en este encuentro. Jesús no tiene palabras de reproche para sus amigos que le han abandonado, en la más absoluta soledad, en las horas complicadas y difíciles. Al contrario les regala las primicias de la Pascua: la paz, el Espíritu Santo y el perdón.
Reflexión: Resucitar con Jesús en la mañana de Pascua es sentir la fuerza transformadora del Maestro en nuestra vida. También para nosotros comienza un nuevo camino donde los miedos y las puertas cerradas deben desaparecer poco a poco. Hay que ir dando pasos hacia la alegría y a la aventura de abrirnos a las nuevas propuestas de fe a las que nos impulsa el Espíritu.
La vida sin Jesús es radicalmente distinta a la vida cuando Jesús resucitado se presenta en medio de ti. Con Jesús tus cerrojos se disipan y tus miedos, oscuridades e incredulidades quedan superados. Quedarte anclado en un corazón cerrado sin darte la posibilidad que te ofrece la resurrección de Jesús es como desechar una luz en medio de la tiniebla o despreciar un cobijo en una tarde tormentosa.
Todo queda transformado con la presencia de Jesús. Su presencia confiere paz, alegría, apertura, ánimo y perdón. No da reglas y normas para que nos organicemos y obliguemos a otros a actuar de una manera concreta. Es una nueva forma de vivir la Vida que hace que todo cambie y que muchos puedan sentir y vivir lo mismo. Desde este encuentro, y con el don del Espíritu, los discípulos enseñaron a vivir de otra manera. Tú y yo somos herederos de aquella experiencia vital que comenzó con las puertas cerradas y culminó con mostrar al mundo una nueva vida.
Una propuesta queda en el aire para que tú la recojas. Pregúntate qué invitación es a la que te lleva tu fe en la resurrección. Seguro que no será llamar a una empresa de seguridad para que llene tu casa de sensores de movimiento y cámaras; más bien será quitar el cerrojo que te está impidiendo ser feliz.
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