Una chica llamada Sara, relata una experiencia tuvo en unas de las clases, dada por su profesor, Don Fernando. Al profesor lo conocían por sus lecciones objetivas.
Un día, Sara llegó a sus clases y se encontró que en la pared estaba un blanco grande, y en una mesa próxima estaban muchos dardos. El profesor les dijo a los estudiantes que dibujaran una foto de una persona que no les gustara, o de alguien que los haya puesto furiosos, y él les dejaría tirar dardos a esa foto.
Una amiga de Sara dibujo una foto de una muchacha que le había robado a su novio. Otra dibujó la foto de su hermano. Sara dibujo una foto de un amigo anterior… y se colocó en la fila para tirar los dardos al dibujo que había realizado.
Algunos de los estudiantes lanzaron sus dardos con tal fuerza que sus blancos fueron rasgados. Sara miraba adelante en espera de su turno, y entonces se decepcionó cuando, Dº Fernando debido a límites de tiempo, pidió que los estudiantes volvieran a sus asientos.
Cuando se sentó con el pensamiento de que estaba muy enojada porque ella no tuvo una ocasión de lanzar ningún dardo a su blanco, el profesor comenzó a quitar los blancos de la pared. Por debajo del blanco estaba una foto de Jesús de Nazaret. Un silencio cayó sobre la clase mientras que cada estudiante vio desmantelada la foto de Jesús; los agujeros y las marcas dentadas cubrieron su cara, y sus ojos fueron perforados.
Dº Fernando dijo solamente estas palabras: “Si a uno de tus semejantes les haces un daño, me lo haces a mi” (Mateo 25:40) No había necesidad de otras palabras; la tristeza llenó los ojos de los estudiantes, centrados solamente en el cuadro de Cristo.
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