miércoles, 30 de junio de 2021

Y TÚ ¿DE QUIÉN ERES?

 

Preferentemente en zonas rurales, donde todos se conocen, se suele hacer la pregunta “y tú ¿de quién eres?” con el fin de ubicar a una persona en el entorno familiar y así averiguar su procedencia. Podríamos traducir esta frase diciendo que, ante alguien desconocido, se le pregunta, con esta expresión, de quién es hijo/a, ya que los apellidos que tenemos son herencia de los paternos y seña de vinculación y pertenencia.

Algunos de vosotros, al ver el título de este artículo, seguro que habéis volado al final de los 80, cuando apareció el grupo musical español de pop rock: “No me pises que llevo chanclas” que con su particular estilo humorístico denominado “agro-pop” nos ofrecía la canción: “¿Y tú de quién eres?” de Marujita, le repetía una y otra vez… Todo un clásico.

Las lecturas que son proclamadas en este domingo 14 del Tiempo Ordinario (ciclo b) creo que pretenden dar una respuesta a esta pregunta de la pertenencia, especialmente del profeta. Ante personas que realizan acciones que llevan al asombro y pronuncian palabras extraordinarias, las lecturas proclaman que el mensaje que se contiene en ellas no es cosecha de uno mismo sino luz de Dios.

La primera lectura (Ezequiel 2,2-5) nos expresa que la misión del verdadero profeta es la de persona enviada por Dios, que no pronuncia un mensaje propio, sino del Señor ("Esto dice el Señor”)  y un mensaje para todo el Israel (“yo te envío a los israelitas”) que en esta ocasión tiene una carga de reproche ante la rebeldía del pueblo que contrasta con la obediencia de Ezequiel. Esta lectura hace hincapié en la presencia de Dios en medio del pueblo a través del profeta.

El evangelio (Marcos 6,1-6) nos sitúa a Jesús en su tierra: Nazaret. Haciendo uso del derecho que tenía todo israelita adulto, Jesús entra, en sábado, en la sinagoga, donde lee y comenta la Escritura. Sus paisanos quedan asombrados y reaccionan con normalidad preguntándose  «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos?» Pronto encuentran la respuesta a sus vacilaciones y dudas, pero la encuentran en la dirección equivocada: «¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»

De esta forma los habitantes de Nazaret, que inicialmente se habían asombrado de las acciones y palabras de Jesús, terminan en escandalo e incomprensión. Se habían negado a reconocer a Dios en lo conocido y cotidiano, el hijo del carpintero.

Todos conocemos como termina este encuentro de Jesús con los paisanos: fracaso: “No pudo hacer allí ningún milagro… se extrañó de su falta de fe”. “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”

Reflexión: El interrogante que se hacen los habitantes de Nazaret, y que aparece en el evangelio, es el mismo que el evangelista quiere que surja en ti. ¿Quién es este? Es una pregunta transcendente en tu vida de discípulo a la que te tienes que enfrentar y dar respuesta. Puede que nazca o se afiance en ti el asombro sobre la persona de Jesús, incluso la admiración, pero no el amor. Puede que busques el espectáculo del milagrito de turno despreciando al Jesús que camina contigo entre lo conocido y lo cotidiano. Puede que descubras al enviado de Dios que sana corazones heridos y que pide fe como detonante de maravillas…

Por otro lado, aquellos discípulos que acompañaban al Maestro y los del siglo XXI aprendemos una lección importante: allí donde uno espera encontrar aliento, coraje, participación puede encontrar indiferencia, incomprensión e incluso hostilidad. Hay veces que los seres humanos prefieren renunciar a Dios antes que a la imagen que se han forjado de Él. La vida apostólica no son matemáticas, aquí uno más uno no son dos.

Por último, me gustaría que reflexionaras sobre la frase final del evangelio: “Y recorría los pueblos de alrededor enseñando”.  El fracaso de Jesús entre sus conocidos de Nazaret no le hace claudicar en su misión. Él sigue adelante exponiendo el mensaje del Reino y mostrando su identidad. Sin querer ni pretenderlo, sus paisanos han regalado a Jesús el billete para ir a otros lugares y enseñar la Buena Noticia.

También en nuestra vida de discípulos podemos encontrarnos de frente con el fracaso. No es extraño que tras muchos esfuerzos, tiempo, compromiso… no consigamos aquel objetivo que habíamos planeado. Llegan a nuestra vida las decepciones, saberlas gestionar cuando nos golpean de forma dolorosa puede ser un ejercicio de entereza y fe. Imitar a Jesús en el ánimo de seguir mostrando el evangelio a pesar de las circunstancias adversas y de los objetivos no cumplidos es signo de maduración.

Y tú, ¿de quién eres?... Buena pregunta.

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