Creo que no descubro nada nuevo, ni es motivo
para que se me conceda el premio nobel, si te digo que los apellidos que
acompañan a tu nombre determinan la familia a la que perteneces. Bien es
verdad, que en algunas ocasiones, los rasgos físicos, ya por sí solos indican
quien es tu padre y/o tu madre, de que familia provienes o quienes son tus
antepasados. Por ello, no es extraño escuchar a alguien que se acerca a un bebe
y decir a la madre: “Este ha salido a los de la familia tuya...” En
algunos lugares, para que no haya equívocos, incluso heredas “el mote”, que
afina aún más al grupo de personas al que estás unido por el parentesco, que
llamamos familia.
Jesús, en cierta ocasión, quiso definir los
apellidos de aquellos que pertenecían a su familia. Y lo expresó diciendo que
son “los que escuchan la Palabra y cumplen la voluntad de Dios” Mientras
que los que le buscan para crecer en intereses humanos, los que no dejan sitio
a la Palabra en su corazón y los que no quieren curar su ceguera… permanecen
fuera de su familia.
En el capítulo 4 de Marcos, el Señor pretende
ayudar, a quienes le escuchan, a sondear su propio corazón mediante las
parábolas del Reino. El Maestro desea que sus oyentes piensen, reflexionen y
disciernan su propia actitud, a lo que les ayudará las instrucciones que hace
al grupo de sus discípulos y donde explicará y traducirá el sentido de las
parábolas expresadas.
En este contexto creo que es donde debemos
situarnos para conocer el sentido del evangelio (Marcos 4,26-34) que la
Iglesia nos presenta en este Domingo
11 del Tiempo Ordinario (Ciclo b)
Nos encontraremos con dos parábolas: “El
grano de trigo que germina por sí solo” y “el grano de mostaza” que
completan la del sembrador y que tienen el mismo tema: “El Reino de Dios”.
Pero, en estas parábolas de hoy, la atención se desplaza del tiempo de la
siembra al periodo del crecimiento de lo sembrado y al momento final de la
recogida del fruto.
Con la "parábola del grano de trigo
que germina por si solo" se insiste en la fuerza vital que posee la semilla
del Reino de Dios depositada ya en tierra. Entre el periodo de siembra hasta la
cosecha, la semilla va creciendo y madurando calladamente sin que el hombre lo
advierta o lo comprenda, ni pueda impedir o acelerar el proceso. Invita a la
serenidad y confianza del creyente. Y a contemplar a Dios mismo que es quien
obra, en el sosiego de la noche o en la turbulencia del día, y ningún obstáculo
logrará frustrar su proyecto.
En la "parábola del grano de
mostaza" el acento recae en el sorprendente y grandioso resultado
final de la acción de Dios. Esto hace que se aliente, a los que pertenecen a la
familia de Jesús, en la esperanza de un futuro esplendoroso pero insistiendo al
mismo tiempo en el valor del momento presente. Es decir, en lo insignificante,
irrelevante, simple y normal de cada día se esconde el germen del Reino de Dios
y si se descuida lo cotidiano se corre el riesgo de perder la cita con lo
eterno.
Reflexión: Mientras que en lo
humano no tenemos la posibilidad de elegir a la familia en la que
queremos nacer, en lo espiritual sí. Los apellidos en tú familia humana te
vienen impuestos, pero en la familia espiritual de Jesús se adquieren con una
opción de vida y un compromiso, que consiste en: escuchar la Palabra, aceptarla
y dar fruto.
La indiferencia y las contracciones son el
gran enemigo de aquellos que nos llamamos “Familia de Jesús”. Dios siembra la
semilla de la Palabra y con ello nos invita a pasar al seguimiento. Pero no
podemos pretender que todo es esfuerzo nuestro, sino que, desde las parábolas
de hoy, comprendemos que Dios actúa en nosotros haciendo crecer esa semilla y
madurándola. Confiar y poner nuestra esperanza en la acción de Dios son las
claves de nuestro “dar fruto” y “crecimiento”.
Jesús explicaba las parábolas a sus
discípulos; éstos no son tan sólo los que en aquel momento seguían a Jesús,
sino todos nosotros que, en el curso de la historia, damos el paso decisivo de
escuchar la Palabra a seguirle.
Una vez más, aprovecho la oportunidad que me
ofrecen las lecturas de hoy, para invitarte a bucear en el mensaje de Jesús. Y
así no hundirte en la ceguera, sino abrir progresivamente tus ojos, de la
inteligencia y el corazón, en la comprensión de la Palabra que es lámpara para
tus pasos y luz en tus senderos. Déjate instruir por el Maestro y busca los
espacios que existen para recibir un conocimiento mayor del sentido y
significado de cada texto de nuestra Sagrada Escritura.
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